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obtuario lluís maria xirinacs i damians

Un referente crítico y ético del independentismo catalán

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Martxelo DÍAZ

Muchos de los que renunciaron a conseguir una tierra libre y socialmente justa en su día, se atreven hoy a loar su figura», ha destacado la independentista Candidatura d'Unitat Popular (CUP) de Lluís Maria Xirinacs, que fue hallado muerto el pasado sábado en un bosque del Ripollès. Efectivamente, desde CiU a ERC, pasando por ICV, EUiA y el PSC han destacado su labor.

Pero la figura de Xirinacs siempre ha sido incómoda para la clase política catalana. Durante el franquismo, fue uno de los impulsores de la Assamblea de Catalunya y en 1976 impulsó la Marxa de la Llibertat, un conjunto de movilizaciones que demandaban libertad y amnistía y que fueron reprimidas por las fuerzas españolas.

Xirinacs se reconocía seguidor de las tesis de Gandhi, pero renegaba del pacifismo light en el que los medios oficiales han convertido al padre de la independencia india. El Gandhi de Xirinacs era el Gandhi de la desobediencia. Por eso, en los años 60 y 70 se plantaba ante la cárcel Modelo para reclamar amnistía o realizaba huelgas de hambre. En el año 2000 se plantó en la Plaça de Sant Jaume, frente a la Generalitat, para reclamar la independencia.

Estos planteamientos no encajaban en la Catalunya autonómica surgida tras la llamada transición. No quedaban bien ni durante la época de Jordi Pujol ni con el tripartito PSC-ERC-ICV.

En febrero de 2006 recibió a GARA en la sede de la Fundació Randa, en la calle Rocafort de Barcelona. Eran los tiempos en los que el nuevo Estatut autonómico estaba en boca de todos, después de que CiU alcanzara un acuerdo con José Luis Rodríguez Zapatero para desnaturalizar el acuerdo alcanzado en el Parlament.

Xirinacs calificaba de «vergüenza» esta situación, aunque reconocía que cuando el Parlament aprobó el texto del Estatut con un 89% de los votos «quise creerles», quería ver en el texto lo que definía como «actos de soberanía», las acciones que, hasta la llegada de la anhelada independencia, muestran al mundo la existencia de una nación.

«Con un apoyo del 89% había que mantenerse firmes ante Madrid. Si hubieran rechazado el Estatut, se hubiera derribado la democracia. ¿Para qué sirve votar si lo que se vota no se respeta? Cuando se opta por una vía no violenta, hay que seguir por ese camino. Pero no sé si los políticos catalanes son infantiles o se chupan el dedo», declaraba a este diario.

Otra de las acusaciones que Xirinacs realizaba a la clase política catalana era la de haber acabado con las organizaciones populares. Era una de las cosas que admiraba de Euskal Herria. «Vosotros tenéis una sociedad viva y que sabe plantarse y decir no. En Catalunya, está adormecida y fuera de las instituciones parece que no hay vida», explicaba.

Su apoyo y solidaridad internacionalista con Euskal Herria le colocó en el ojo del huracán de las críticas españolistas hasta el punto de volver a llevarle a prisión, como en el franquismo. Su discurso en el Fossar de les Moreres durante la Diada de 2002, señalando, entre otras muchas críticas a la situación de los Països Catalans, que la lucha de ETA tenía un componente político le valió una denuncia de la AVT. Volvió a la cárcel.

La Mesa Nacional de Batasuna y Askapena reconocieron ayer el valor de la solidaridad de Lluís Maria Xirinacs.

Su muerte -su cuerpo fue hallado en un bosque con una nota en el bolsillo- también fue un acto de soberanía. Como su vida. «He vivido esclavo setenta y cinco años en unos Països Catalans ocupados por España, por Francia (y por Italia) desde hace siglos. He vivido luchando contra esta esclavitud todos los años de mi vida adulta. Una nación esclava, como un individuo esclavo, es una vergüenza de la humanidad y del universo. Pero una nación nunca será libre si sus hijos no quieren arriesgar la vida para su liberación y defensa. Amigos, aceptadme este final victorioso de mi contienda, como contrapunto de la cobardía de nuestros líderes, masificadores del pueblo. Hoy mi nación se convierte en soberana en mí. Ellos han perdido un esclavo. Ella es un poco más libre, porque estoy en vosotros, amigos», rezaba la nota póstuma de Xirinacs. Su muerte fue su último acto por la libertad.

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