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Martin Garitano Periodista

Mosén

En el trance definitivo de la muerte, Lluís María Xirinacs ha vuelto a ser el ejemplo de coherencia y dignidad que siempre fue. Se ha marchado con un desplante a quienes le quisieron súbdito y un elegante corte de mangas a una clase política adocenada, integrada en el sistema que diseñaron Franco y sus más estrechos colaboradores.

Recuerdo a mosén Xirinacs cuando, todavía sacerdote, protagonizaba plantes en el Senado, frente al ex ministro fascista Fraga, huelgas de hambre frente a la cárcel Modelo o el Palau de la Generalitat para demandar lo que es de suyo: libertad para los presos políticos, derecho a optar por la independencia y denuncia del franquismo.

Pacifista como sólo puede serlo quien nada teme perder -¡qué diferencia respecto a los de boquilla y poltrona!-, mosén Xirinacs defendió con su ejemplo que la libertad de un pueblo puede buscarse también por vías pacíficas y proclamó, alto y claro, que ello no obsta para que la respuesta a una agresión pueda también darse en forma de agresión, justa en este caso.

Vivimos tiempos de cambio. Nada será como en aquellos primeros años de la reforma del franquismo. Ni en Euskal Herria ni en Catalunya consiguió el régimen modificado asentar sus reales y que los políticos convertidos en profesionales de la manduca erradicaran de la sociedad la idea de un futuro soberano y solidario. No lograron embaucar hasta el redil a sectores importantes de la sociedad que hoy siguen creyendo que la forma más natural de desarrollo en una colectividad humana es, precisamente, respetando su naturaleza. Y ahí estuvo Xirinacs, impasible ante los castigos, para reclamar todo ello; para evitar que las versiones distorsionadas de los medios de comunicación y los discursos melifluos de los portavoces del nacionalismo domesticado anularan el capital político acumulado en décadas de lucha.

Se ha ido mosén y nos ha dejado una breve nota que equivale a todo un tratado de dignidad. Le quisieron esclavo, dócil, cebado en el pesebre que el poder pone a disposición de quienes se avienen a servirle. El se hizo libre.

En Catalunya y en Euskal Herria los que le admiramos le recordamos. Los que le odiaron por su acerada crítica a la venta de sus ideales saben que tenía -tiene- razón.

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