Una persecución desde Tánger hasta Nueva York, pasando por Madrid
«El ultimátum de Bourne»
El inglés Paul Greengass es el cineasta actual más en forma y el que ha sabido imprimir a la trilogía de Bourne un nervio y una trepidación impactantes, sin necesidad de efectos especiales para las escenas de persecuciones. La definitiva tercera entrega confirma el estilo realista y documental de las aventuras protagonizadas por un Matt Damon más físico y peleón que nunca, perseguido por peligrosos agentes secretos y la cámara en mano.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
La saga de Bourne nació hace seis años por iniciativa de Doug Liman, quien convenció personalmente al novelista Robert Ludlum para hacer una adaptación cinematográfica de su famosa trilogía. Acudió a la Universal, un estudio que suele mostrar un mayor interés por el cine de personajes que sus competidores, obteniendo como resultado un producto rentable para ambas partes.
Es justo reconocer que Doug Liman fue quien sentó las bases de una fructífera conexión entre calidad y comercialidad, cada vez menos frecuente en el Hollywood contemporáneo. Por alguna razón que jamás se ha explicado en público el impulsor de la versión cinematográfica no dirigió la segunda entrega, prefiriendo pasarse a la dependencia del star-system con «Sr. y Sra. Smith». «El caso Bourne» fue una primera entrega que funcionó muy bien en todos los sentidos, así que la continuidad de Liman hubiera sido lo lógico. Por una vez, y ojalá sirva de precedente, los responsables de la serie no tuvieron un comportamiento conservador: en lugar de conformarse con las ganancias obtenidas y repetir la fórmula optaron por arriesgarse y fichar al inglés Paul Greengrass, el cineasta más en forma del momento. Su misión iba a consistir en actualizar todavía más las aventuras de Bourne, ya que «El caso Bourne» apelaba a las lecciones del maestro Hitchcock y recreaba la estética del thriller setentero, sin aportar hallazgos más personales. Greengrass trajo un soplo de aire fresco con «El mito de Bourne», renovando el cine de acción y de espionaje con respecto a los clásicos del periodo de la Guerra Fría.
El poderoso efecto Greengrass ha llegado incluso a afectar a la trasnochada saga Bond que, con tal de perpetuarse, ha renunciado a su glamour tradicional a cambio de una acción más realista y física. El cineasta inglés había impuesto ese estilo de filmación nerviosa aplicándola a la temática social, lo que sucedía en «Bloody Sunday», acerca del conflicto irlandés. Y volvió a sacarle el máximo partido a cuenta de «United 93», impactante docudrama narrado a tiempo real sobre uno de los vuelos derribados el 11-S. Bajo su dirección la trilogía de Bourne ha tomado un giro vertiginoso al hacerse mucho más visceral, fruto de la utilización de la técnica cámara en mano que el director de «El mito de Bourne» y «El ultimátum de Bourne» define así: «El secreto de la cámara en mano es que no se trata de una cámara que sepa lo que va a pasar. Si la pongo en un trípode o en un steady cam la cámara está diciendo a los espectadores que sabe lo que va a suceder, a dónde van a parar los personajes. En definitiva, la cámara anticipa la acción. Pero si ésta está en mis manos, moviéndose constantemente, el público está al mismo nivel que la acción, acompañando al actor».
Revalorización del documental
Greengrass consigue que el espectador se meta de lleno en la acción, haciendo suya la incertidumbre que vive el protagonista. Es un efecto sicológico que traduce muy bien al lenguaje trepidante del mundo presente la paranoia coyuntural, que no es ya la que en origen retrataba Robert Ludlum en sus novelas. Hay una revalorización del documental, aprovechada por Greengrass para dotar al cine de ficción de una apariencia real. La emoción y sentido del peligro inmediato que transmite puede competir perfectamente con la espectacularidad de los efectos especiales, de ahí que no necesite recurrir a ellos para las escenas de persecuciones, ni siquiera en las automovilísticas. De hecho, en la mejor persecución de «El ultimátum de Bourne» no hay coches. Transcurre por los tejados de Tánger, y en su mayor parte los protagonistas se tendrán que valer de sus propios medios, corriendo y saltando sobre el vacío.
En cuanto a contenido argumental, «El ultimátum de Bourne», como entrega que cierra la trilogía, resulta clave. Se revela la verdadera identidad del amnésico y misterioso Jason Bourne, así como la del operativo secreto denominado Treadstone. Es una constatación que hace impensable una posible continuidad de la saga, aunque cosas más raras se han visto. De cualquier forma, el guionista Tony Gilroy se ha ido apartando cada vez más del texto original, consciente de que estaban creando una versión cinematográfica con una dimensión propia. Seguramente sería un error pretender convertir a Jason Bourne en un agente eterno, porque la intriga se alimenta de unas incógnitas más profundas, casi de carácter existencial por tratarse de un problema de identidad, y éstas finalmente son resueltas. Dejar un mínimo resquicio para la duda equivaldría a un vuelta a empezar, dado que un renacimiento del héroe sería la única opción viable de cara al futuro.
Es de imaginar que quien menos pegas ha de plantear a la realización de nuevas entregas, más allá de la trilogía, es el actor Matt Damon. Al comienzo los lectores de Robert Ludlum no vieron con buenos ojos su elección, al igual que ocurre con la mayoría de adaptaciones, debido a que hubo que rejuvenecer en diez años la edad del personaje con respecto al original. Salvado este primer escollo, el Bourne de la pantalla no ha tardado en ganar cuerpo. No hay que olvidar que el gran tema de la trilogía es la caza globalizada del gato y del ratón, dentro de la cual el protagonista aparece como la pieza acorralada y perseguida. El joven Damon posee el perfil vulnerable requerido, encarnando a la perfección al chico que, sin ser un gran atleta, tiene las agallas suficientes para crecerse ante la adversidad hasta convertirse en una víctima respondona y escurridiza.
No cabe duda de que es un papel hecho a su medida y que desde la modestia de su enunciado le está llevando a lo más alto. Mediante su contribución la tipología desmitificadora del espía ha recibido un empujón definitivo, con lo que la imagen del agente secreto de carne y hueso, torturado síquicamente por su desdoblamiento de personalidad, ha terminado imponiéndose en el imaginario popular. La práctica de actividades ilegales por parte de la CIA en todo el mundo, incluidos los Estados Unidos, ya no es ninguna ficción salida de la novelística de espionaje.
Robert Ludlum fue un novelista que contribuyó a la renovación del género de espionaje al adelantarse a nuevos conflictos internacionales, así como uno de los que más ha influido en su actualización cinematográfica. Era muy preciso en su documentación, aunque nunca ha gozado del reconocimiento literario de un John Le Carré. Empezó a publicar en los años 70, siendo su primer libro en adaptarse «The Rhinemann Exchange». Dio lugar a una miniserie televisiva de más de cuatro horas de duración, realizada por Burt Kennedy en el año 1977 con un lujoso reparto que incluía a John Huston, José Ferrer, Lauren Hutton, Roddy McDowall, Larry Hagman o René Auberjenois. La trama se enmarca en el espionaje industrial alemán de la II Guerra Mundial, tema que trasladará posteriormente a tiempos de paz.
Una década después, la televisión se fijaría en la trilogía de Bourne, presente en la miniserie de algo más de tres horas «Identidad perdida», que protagonizó Richard Chamberlain sobre un guión de Carol Sobieski del todo fiel al texto de Ludlum, con transcripciones literales de los diálogos. En los 90 sería el turno de «Operación apocalipsis», donde se desarrollaba la amenaza neonazi. Más recientemente se ha hecho para la pequeña pantalla «El factor Hades», que ya pertenece a la obra de continuistas como el novelista Gayle Lynds, dedicados a rentabilizar ideas que dejó esbozadas Ludlum antes de su muerte en 2001.
El interés del cine por Ludlum es tardío, a raíz de que Sam Peckinpah adaptase «The Osterman Weekend» en su película póstuma de 1983 «Clave Omega». La puso al día, al introducir el fenómeno manipulador de la televisión. Dos años después el maestro del thriller John Frankenheimer hacía lo propio con «The Holcroft Covenant», convertida en la película «El Pacto de Berlín», que se veía favorecida por el especializado protagonismo de Michael Caine.
Fueron intentos dejados atrás por el éxito de las películas de Doug Liman y Paul Greengrass pertenecientes al ciclo Bourne, que ha provocado nuevos y ambiciosos proyectos.
El venezolano Jonathan Jakubowick, tras darse a conocer internacionalmente con «Secuestro Express», prepara su versión de «The Sigma Protocol». Ya está también en marcha «El manuscrito de Chancellor», con Leonardo Di Caprio como principal reclamo. Los derechos le han costado a la Paramount cuatro millones de dólares.
M. I.