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«La zarina» La erótica del poder

He aquí el típico caso de película revalorizada con el paso del tiempo, hasta pasar de ser considerada como una película menor a auténtica obra maestra. En su momento se vio perjudicada por los avatares de la producción, después de que Ernst Lubitsch abandonara el rodaje al poco de comenzarlo. La Fox decidió que Otto Preminger fuera su sustituto, por lo que su labor siempre quedó menospreciada en cuanto deudora de la de su ilustre predecesor. Aunque resulte apreciable el toque Lubitsch, por la ironía que envuelve al tratamiento de unos personajes sacados del contexto histórico, la realización de Preminger no puede ser más elegante y moderna, sin caer en el tratamiento decadente de la opereta clásica. Deja que el vestuario y los decorados no resulten recargados, que se transparenten para que así afloren los sentimientos que hay debajo de ellos. Maneja la elipsis de forma primorosa, favoreciendo la agilidad de una narración trufada de divertidas y sorprendentes situaciones con doble sentido.

Como buena comedia cortesana no exenta de drama romántico, «La zarina» desarrolla a fondo la erótica del poder mediante insinuaciones veladas y soluciones vodevilescas cargadas de equívocos. Entre Catalina la Grande y su favorito, un apuesto militar de carrera ascendente, pero tentado por maniobras golpistas, se establece una galantería de salón que esconde una maliciosa y juguetona doble moral, al intercambiarse constantemente los papeles preestablecidos de dominio y sumisión. Tallulah Bankhead y William Eythe componen una extraordinaria pareja, por más que no fueran figuras punteras dentro del star-system de la época. Están a la altura del impresionante reparto de secundarios de lujo, en su mayoría originario del viejo continente al igual que los directores. Emociona descubrir a un joven Vincent Price, junto a Mischa Auer, Eva Gabor, Sig Ruman, Feodor Chaliapin o Mikhail Rasumny.

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