Francisco Larrauri Psicólogo
Xirinacs: Palabra comprometida
Xirinacs, consecuente siempre con el oprimido, ha hecho un acto de soberanía. Nos quedamos con la contundencia de su palabra, con la severidad de su gesto, con el compromiso de sus ideas
La última vez que hablé con Xirinacs fue hace unos meses, en la puerta de la cárcel Modelo de Barcelona. Me explicó que substituía en la hora de la comida a una persona que llevaba plantada varios meses frente a la prisión exigiendo mejoras en el régimen de vida y de trabajo de los presos en Catalunya. Para que pasara el rato con alguna lectura, le di varias hojas de GARA que llevaba en mi cartera. Al comprobar la actualidad, me sonrió y dijo: «calent, calent» («caliente, caliente»). Este es el Xirinacs que conozco, porque después de leer su despedida más que nunca él está y quiere estar con nosotros. Un hombre con gesto siempre solidario y palabra comprometida. Solidaridad contundente y compromiso severo con todos los que quieren ser libres, sean catalanes, vascos o de más allá.
El ex senador y ex sacerdote catalán Lluís Maria Xirinacs utilizó la lógica del sonero artesano, de «si tu ayudas a mi enemigo, por qué no puedo ayudar yo a mi amigo», cuando, con una sinceridad propia de confesión, en la Diada de Catalunya del 11-S de 2002, en el mitin del Fossar de las Moreres de Barcelona reveló públicamente sus simpatías: «Sóc amic de ETA i de Batasuna» («Soy amigo de ETA y de Batasuna»). La actividad represiva del Estado hacia el derecho a decidir de los pueblos vasco y catalán le llevó de nuevo a la cárcel Modelo, pero esta vez como preso y para evitar el incomodo que se avecinaba. Los ejecutivos carceleros lo trasladaron con nocturnidad a cuarenta kilómetros de la ciudad.
Si bien Xirinacs recibió muchos apoyos por su lucha testimonial en pro de las libertades individuales y de los pueblos, es cierto también que su gesto ha sido eminentemente práctico desde que literalmente se plantó en 1975 durante diecinueve meses ante la cárcel hasta conseguir la amnistía popularmente exigida. Y desde esta práctica pedagógica, Xirinacs explicó que en los territorios históricos quien no es independentista no lo es por ignorancia o por malicia. Con los primeros se aboga por hacer pedagogía, pero a los maliciosos hay que combatirlos.
En sus últimos pensamientos, y como acto de soberanía, nos vuelve a recordar: «però una nació mai no serà lliure, si els seus fills no volen arriscar llur vida en el seu alliberament i defensa», («una nación nunca será libre si sus hijos no quieren arriesgar su vida en su liberación y defensa»). Y por esto Xirinacs ni nadie deja de ser demócrata, porque el derecho a la defensa es un derecho universal y todos los demócratas tenemos derecho a practicarlo.
Evidentemente, para España el escándalo está servido. La clase política salida de esa transición que compró voluntades y difuminó las ideas, más que desprenderse de la ranciedad, a lo que de verdad aspiraba era a impedir a los pueblos vasco y catalán la posibilidad de un futuro con una identidad social y cultural libremente asumida. Xirinacs molestaba como un chinche a la iglesia de los ricos y a los políticos embriagados de poder, y todos lo quisieron barrer de la escena política; lo ocultaron, lo excluyeron y al final lo encarcelaron. Era la ley de Partidos aplicada individualmente.
Xirinacs, consecuente siempre con el oprimido, ha hecho un acto de soberanía: «han perdut un esclau, la meva nació és una mica més lliure» (han perdido un esclavo, mi nación es un poco mas libre). Nos quedamos con la contundencia de su palabra, con la severidad de su gesto, con el compromiso de sus ideas hacia una Euskal Herria y una Catalunya libres de la opresión y de la represión de os estados español y francés, y por último nos quedamos con su paciencia frente al terrorismo de estado que le tocó sufrir. Fortitude vincimus, nos quiso decir Xirinacs con el latín seminarista que aprendió de joven, o sea, que venceremos gracias a la resistencia. La lucha, por tanto, continúa.