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CRíTICA cine

«El ultimátum de Bourne»

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Mikel INSAUSTI

Los hermanos Wachowski demostraron con «Matrix» que el cine de acción podía, entre carrera y carrera, introducir espacios para la reflexión filosófica. Paul Greengrass ha hecho lo propio con la intriga de espionaje, elevada a la categoría mítica de una gran tragedia griega, en la que el héroe busca su identidad perdida en medio de persecuciones y tiroteos. La trilogía de Bourne adquiere en su tercera y definitiva entrega, independientemente de que el personaje pueda ser resucitado para otras aventuras gracias al final abierto, un perfecto carácter cíclico que se cierra con el reencuentro de este moderno Ulises con su creador. En un sublime instante, Jason Bourne consigue desentrañar el misterio de su doble identidad, y con él la verdad sobre su origen en un centro secreto donde fue sometido a un programa de modificación de conducta que borró todos sus recuerdos anteriores con la intención de convertirlo en un asesino al servicio del sistema.

Podría pensar el espectador no introducido en materia que éste es un juego virtual de estrategia internacional escenificado por agentes entrenados para misiones peligrosas, pero el filme deja bien claro desde la primera escaramuza en Londres, con la muerte de un periodista interpretado por el inglés Paddy Considine, que tales operaciones «antiterroristas» son una amenaza real para toda la población civil. Fue el propio novelista Robert Ludlum el que con sus libros se adelantó a la situación actual, hablando con total naturalidad de operativos clandestinos e ilegales de la CIA en todo el mundo. Ni que decir tiene que, a raíz del 11-S, son medidas que se han disparado, en el afán por explotar la paranoia colectiva.

La actualización de las novelas de Ludlum a través de los creativos guiones de Tony Gilroy ha encontrado en Greengrass al cineasta ideal, sobre todo a la hora de establecer una conexión íntima con la psicosis del 11-S. En «El ultimátum de Bourne», el pletórico realizador inglés utiliza, con más medios, las técnicas documentales que experimentó y aplicó con éxito en el thriller «United 93». Si allí todo el seguimiento de los acontecimientos se ejercía desde las torres de control aéreo, aquí se nos muestra un centro de operaciones de la CIA desde el que cada movimiento en el exterior es estrechamente vigilado y, en la medida de los posible, violentamente condicionado. El realismo de esta representación incide en que ya no puede ser tomada como política-ficción o especulación futurista.

A pesar de ese aspecto tecnocrático que parece guiar los pasos de los peones de la partida, Bourne, en la interpretación muy física de Matt Damon, no deja de reivindicar la autonomía del elemento humano, su rebelión constante. La persecución por los tejados y terrazas de Tánger, que recuerda a las de la película de Pontecorvo «La batalla de Argel», viene a ser una aceleración del mejor Hitchcock. La cámara en mano de Greengrass y el ritmo vertiginoso del montaje refuerzan la sensación de incertidumbre en el héroe perseguido que corre en una loca huida sin conocer su destino.

 
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