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Kepa Ibarra Director de Gaitzerdi Teatro

Vientos nuevos

Despertar y acostarse con un color, con una imagen que se repetía todos los días, teniendo esa impresión carcelaria de quien anda libre por las calles pero en cualquier esquina tiene una figura amenazante

Ya era hora. Para los que tenemos algunos años el asunto se hacía eterno desde aquellos fatídicos años cuando la comunidad católica recibió con esperanza la llegada del Ejército británico. Y digo que ya era hora porque hay elementos que distorsionan la historia cuando ésta no tiene más que una única escritura. Cualquier cosa que se haga a partir de una situación contradictoria (recibir con honores familiares a un ejército que no es tuyo), genera una respuesta que ni siquiera cuestiona el primer espíritu: en mi tierra yo y en tu tierra también. A partir de aquí la tierra deja de pertenecerte y pasas a formar parte de una unidad administrativa. Con derechos, pero vigilados.

El norte irlandés ha estado sometido durante cuarenta años a un régimen donde primaba y establecía el doble filo letal: primero las logias protestantes campando a sus anchas por todo el territorio, conquistando, limitando, ordenando, conjurándose contra el norte y el sur católicos. Por otro lado, el Ejército británico, convocado a un segundo muro de contención, protegiendo al primero y afianzando el suyo propio al lema de «si pasa el primero, leña con el segundo». Por eso el desmantelamiento parcial (significativo y casi definitivo) del entramado militar de los efectivos británicos en el norte es una gran noticia.

Sin embargo, ¿cuántos movimientos ha habido que hacer para llegar a esta situación? ¿Cuántas verificaciones ha habido que constatar para que la Administración británica diese este paso? La respuesta no es nada fácil,precisamente porque los católicos irlandeses del norte han tenido que tragar durante muchos años la presión física de un ejército que lejos de relajar movimientos los potenciaba, buscando una normalización al la británica que a la postre no era otra cosa que más policía, más militares y más inteligencia al servicio de la confusión e incluso de la eliminación física.

Estoy de acuerdo en que hay que pasar página. En todas las guerras y en todos los conflictos que se han dado (y se dan) hay miles y miles de páginas escritas a sangre, fuego,pasión y amores-odios encontrados. A doble impresión, vencedores y vencidos hacen su propia lectura de la historia, y muchas veces esta lectura se va trastocando, manipulando o gestionando al gusto del consumidor. Sin embargo, hay una página en la historia que siempre está en blanco, que queda diáfana para que la escriban algunas manos, muchas manos, las manos justas. No es una página a compartir con el amigo, el enemigo, el asesino o el ejecutor. Una página indefinida, llena de borrones, apuntes, secretos confesables e inconfesables, a los ojos de nadie y de todos.

El paisaje del norte irlandés siempre ha estado coloreado de una manera dramática y casi obsesiva. Despertar y acostarse con un color, con una imagen que se repetía todos los días, a todas horas, durante cuarenta años, teniendo esa impresión carcelaria de quien anda libre por las calles pero en cualquier esquina tiene una figura amenazante que lo define y lo condiciona todo. Armado hasta la dentadura, desconocido, extraterrestre y enigmático. Todo un símbolo. La calle deja de ser calle y uno sólo aspira a que, cuando pase todo, el punto de observación, el cheek-point o el cuartel más próximo se conviertan un buen día en una casa de cultura, en un lugar donde se pierdan los niños en sus juegos e incluso en una atracción turística para beneficio de cualquier agencia de viajes. Los viejos puestos de control seguro que mantendrán las sombras de un pasado que nadie quiere recordar, pero, en esto como en todo, los viejos dichos resultan rentables incluso por la necesidad que se tiene de olvidar para reescribir una historia que nunca tuvo que ser. No se olvida, pero hay que ser generoso en la victoria. Y ese trozo de la Irlanda unida se lo merece.

Hace poco me decía un amigo que a los destinos hay que jugarles una mala pasada. Que la distorsión es necesaria para oxigenar conciencias cómodas, y que una foto a tiempo ante la puerta de un ministerio o de un primer ministro resulta hasta graciosa cuando detrás existe la sensación de haber hecho las cosas bien y a tiempo. Hay foto, hay un nuevo paisaje, y los niños irlandeses tendrán tiempo de perderse donde un día habitaba el hombre del saco. Me gusta.

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