Marijaiak festa ekarri du Bilbora
Si ves muchas camisetas iguales a tu lado, estás rodeado de konparsas, reza el catecismo bilbaino. Algo así sucedió ayer tarde, desde Begoña al Arenal. Los comparseros recuperaron la bajada y, junto al resto de bilbainos, festejaron el pregón y el chupinazo.
Joseba VIVANCO
Dicen que todos los caminos llevan a Roma; ayer, todos los caminos llevaban a Begoña, al menos para los comparseros que se habían citado allí a las 16.30, casi sin tiempo para la digestión y menos para la siesta. Por fortuna para ellos, o para sus bolsillos, subieron a pie. A un servidor, por hacerlo en taxi desde Biribila Plaza, le cobraron cuatro euros y ochenta céntimos, y juro que no llevaba pinta de guiri. Los que sí llevaban pintas eran los miembros de algunas comparsas que ya media hora antes aguardaban, como fieles a la entrada de misa de doce, a que se acercara la hora de la convocatoria que, dieciséis años después, Bilboko Konpartsak ha recuperado: la tradicional bajada desde la Amatxu al Arenal.
El sol quiere apretar, pero el viento, casi fresco, se agradece más que una bebida fresca en uno de los bares adyacentes. Aquello es como una gran reunión de amigos que se ven de año en año. Cada comparsa va llegando, como un rosario, y los saludos se multiplican, entre ellos y con las demás. Los amarrillos de Satorrak, para matar el tiempo, son los primeros en lanzarse a cantar y lo hacen, cómo no, con la del «a mí me gusta el pi, piri, bi, pin, pin... de la bota...». Pero quienes entretienen al personal son los personajes que en unos minutos protagonizarán la anunciada, y secreta, sorpresa. Todo apunta a una boda, porque hay novio, además de padrinos. También está, vestida de gala, la chupinera del año pasado, Marta Gerrikabeitia, e incluso la pregonera Mariví Bilbao, o, bueno, alguien que se ha colgado su careta. También se deja ver la nueva chupinera, Larraitz Cisneros, que reparte saludos y se abraza con su antecesora.
A la hora fijada, un pasillo se abre frente a la basílica, de cuyo interior, blanca y radiante, aparece la novia. Al final del trayecto, le espera el novio. Ambos, bien parecidos. Ellos son Isabel, en representación del Ayuntamiento, y `Golfomari', en representación de las comparsas. Ambos, en presencia de la figura de Mari Jaia, se comprometen y juran que «están condenados a casarse en Aste Nagusia» y trabajar «siempre» por unas fiestas populares y participativas. Y lo sellan con un beso. Así sea, sólo le quedó sentenciar al sacerdote.
Con ese firme compromiso, estalla el cohete que da inicio a la bajada, a las 16.53. Los dulzaineros comienzan a entonar la de «por el río Nervión, bajaba... rumba, la rumba, la run» y continúa con el pegadizo «Madrid se quema, se quema...». Por detrás, miembros de Txomin Barrote son los primeros en desfilar, portando dos grandes enseñas en favor de la amnistía y de los represaliados políticos vascos. Les siguen los de Hor dago Abante, que preceden a Eguzkiloreak, Altxa Porruak con la chupinera entre sus filas... y así hasta llegar a Tintingorri, que cierra la comitiva festiva en dirección al Arenal.
Con un buen número de integrantes unas, con menos efectivos otras, las comparsas comienzan a desfilar. Mientras el «bombo» de Abante bebe agua, los de Zatorrak son los primeros en hacer la «trainera» nada más torcer hacia la calle Maestro Mendibil. Allí, algunos reciben el primer balde de agua, que es respondido con los gritos de «beste bat» por los regados.
El colorido y la música de las fanfarres marcan el ritmo de una bajada que se asemeja a una manifestación, a paso lento, con tranquilidad, cada cual charlando con el del al lado, sin mucho exceso alcohólico -porque la tarde es larga y la noche aún más-, y entre banderas que son seña de identidad de cada cual, como los de Uribarri, que dejan claro que cumplen 30 años de «kozidas». Muchas parejas comparseras se han traído a los niños. Hasta hay quien no ha podido dejar al perro en casa, y los cohetes están a punto de desquiciar al pobre animal.
En la calle Prim llega el segundo balde de agua. En Aurrekoetxea, el tercero. Por aquí, dos de Pa.. Ya se dejan caer, literalmente rodando, unos cuantos metros por la empinada calle. La caravana festiva toma dirección hacia Iturribide. La última en enfilarla es la comparsera más veterana, Amelia, a la que los de Tintingorri han sentado en un «Mac Laren», o sea, un carrito de supermercado. Ella confiesa tener 15 años, pero seguro que se ha quitado velas. Eso sí, lo que no ha perdido es un ápice de alegría, sobre todo cuando arranca el sonido de la batukada. Es la misma alegría que trasmiten los «cantaores» que acompañan, micrófono en mano, a los de Pinpilinpauxa, que vah disfrazados.
La bajada surca la parte más angosta de Iturribide, donde las palanganas y baldes de agua arrecian, y te mojan aunque uno no quiera. La plaza Miguel de Unamuno parece un área de descanso en plena autopista de comparseros. De allí, los dulzaineros que encabezan el desfile toman rumbo al Arenal, a donde llegan una hora antes del chupinazo oficial. Bilboko Konpartsak ha cumplido con el primero de sus numerosos actos programados, aunque quizá la bajada necesite unas dosis más de ambiente para años posteriores.
Y de Begoña al Arriaga. Allí, abajo, se comienza a palpar, ya a esa hora, la cuenta atrás para Aste Nagusia. La espera se hace larga. A la plaza y sus aledaños les cuestan llenarse y cubrir los huecos. El sol calienta, pero nubarrones amenazadores se ciernen sobre la villa de Don Diego. En una esquina, Bilboko Konpartsak comienza a repartir las prometidas mil botellas de «agua de Bilbao». Huelga decir que en apenas quince minutos no quedaba ni una, para disgusto de las señoras que se quedaron sin regalo y los miembros de las comparsas que se desgañitaban insistiendo en que se habían acabado. Y es que algunos se las llevaban de dos en dos, incluso un matrimonio con sus tres hijos menores, lograron entre todos hacerse con una docena de botellas... que tomaron rumbo a su coche.
Entre tanto, las comparsas trataban de animar el Arriaga, al tiempo que desde la calle Buenos Aires arribaba más y más gente. A las 18.55, por fin, es colocado el cohete anunciador de la fiesta, entre el jolgorio general. Una pancarta de ``Euskal Presoak Euskal Herria'' es recibida con consignas. Pero es la aparición del pregonero Kepa Junkera en la balconada la que dispara el griterio. Junto a él, la chupinera y la pareja que Bilboko Konpartsak ha casado frente a la basílica de Begoña. Abajo, la marabunta, que ni hace la ola, ni se mueve, sólo salta, cada cual en su medio metro cuadrado de plaza.
«Arratsaldeon, Bilbo!», saluda Junkera a la muchedumbre que copa la delantera del teatro, pero también se desparrama hacia el Arenal y prueba la resistencia del puente. Al pregón, inaudible en algunos momentos, le sigue un impasse desde la balconada, que es roto por la trikitixa del propio pregonero, lo que hace estallar de nuevo la plaza. La música de Mari Jaia resuena esta vez en directo y la sorpresa es mayúscula para júbilo de los presentes. El cohete estalla en lo alto del cielo bilbaino, la figura de Mari Jaia surge, por fin, en la balconada, y el éxtasis es total. Pero aún queda la guinda, la letra de la canción de Aste Nagusia que brota desde la megafonía. Un coro improvisado de miles de gargantas lo sigue al pie de la letra, agitando los brazos extendidos de un lado al otro.
Han sido apenas diez minutos, pero para quienes lo han vivido a pie del Arriaga, habrá merecido la pena. Y como llegaron, poco a poco, se fueron. Mientras la plaza se despeja de manera acelerada, los tapones se forman en el puente y en dirección al Arenal. Unos que van, otros que vienen. Todos, de reojo, miraban al cielo. En algún momento, hasta más de uno temió alguna repentina galerna. Las previsiones son que desde hoy y hasta el miércoles prime el agua, y no precisamente la de Bilbao. Ni Mari Jaia con sus brazos abiertos lo podrá impedir, dijo ayer el hombre del tiempo de ETB. A lo mejor rogando a Begoña...
Parece que los llamientos a un chupinazo limpio van calando cada año. No sólo el alcalde bilbaino, sino las propias comparsas, habían llamado a contenerse. Ayer, la harina y los huevos apenas aparecieron de forma esporádica. En la plaza del Arriaga el único protagonista fue el «agua de Bilbao», descorchado por cientos, que regó a los asistentes desde una hora antes del chupinazo. Algunos grupos de jóvenes echaron mano de la harina, aunque lo hicieron fuera de la plaza, siendo los menos quienes se atrevieron a hacerlo en su interior. Fue una vez acabado el chupinazo, y después de que la mayoría de la gente se retirara, cuando en una esquina del teatro fueron repartidas bolsas de harina para regocijo de algunos. El aspecto de la plaza al entrar los equipos de limpieza no tenía nada que ver con el de otros años, en que una pasta vizcosa, mezcla de harina, agua y huevos, impregnaba el suelo. Esta vez, sólo cascos de las botellas eran el rastro de la fiesta. Los gorros rojos repartidos por Metro Bilbao, algunos balones gigantes y unos cuantos espárragos hinchables fueron el resto del atrezzo de esta gran obra de teatro que fue el arranque de Aste Nagusia. Las banderas de las comparsas, algunas pancartas políticas y la espuma simulada, lanzada desde varios cañones, pusieron las otras notas de color.