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Patxi Azparren Olaizola Antimilitarista

¿Imaz versus Egibar?

El corto ensayo de pacto abertzale de Lizarra- Garazi debía acabar. Hacía falta un nuevo timonel dispuesto a hacer otro viaje de vuelta al autonomismo. Imaz es ese timonel.

El inicio de la campaña electoral interna del PNV comenzó con la declaración de intenciones de Josu Jon Imaz. Dicha carta, que iba dirigida a torpedear la línea de actuación del tripartito de Gasteiz, tenía también otros objetivos en clave interna y externa. Fue más que significativo que los aplausos al contenido del artículo vinieran de las filas del nacionalismo español.

La carta sorprendió por la claridad del mensaje y por la posición extrema en que se autosituaba Imaz dentro del debate abierto en el seno de la organización jeltzale. Colocaba su discurso, y a sí mismo, en un lugar más allá de lo que significó el llamado «espíritu de Arriaga» y la política claudicante del lehendakari Ardanza. Más allá no por los contenidos, ya conocidos desde que Arzalluz dio hace casi dos décadas su propio volantazo, sino por su cronología. Como si la época de Ajuria Enea, el Acuerdo de Lizarra-Garazi y la tregua de 2006 no hubieran existido, o como si la política frentista liderada por el PP-PSOE hubiera sido una excepción en la «fraternal» relación España-Euskal Herria.

Pero hay otros factores que han de ser analizados para entender algo más de las intenciones del líder autonomista, su equipo y las fuerzas económicas que lo auparon al sillón del EBB. Uno es la propagandístico. El PNV tiene la habilidad de sacar a la luz sus discrepancias internas de forma que, en lugar de resultar contraproducente, logra acaparar el debate político. Con la denominada bicefalia, el PNV suele escenificar un enfrentamiento interno más virulento que lo que es en realidad que le sirve para el mencionado marketing y para intentar encarrilar el enfrentamiento político real entre el soberanismo y el autonomismo hacia su propia casa y poder pescar permanentemente en los dos caladeros de votos.

Si bien es cierto que cualquiera de las corrientes ideológicas que conviven en el PNV en lo sociopolítico comparten sin fisuras el modelo neoliberal y «desarrollista», también creo que no es ficticio el enfrentamiento entre los soberanistas y los regionalistas y que Joseba Egibar es sincero cuando se ha posicionado como cabeza visible de una corriente que quisiera llevar al PNV a un acuerdo en la línea del de Lizarra-Garazi.

Imaz se colocó en la posición de salida desde un extremo de la pista sabiendo que la pista central del escenario se coloca en otro lugar al que llegarán tras la correspondiente medición de las fuerzas y su consiguiente negociación. El discurso de Imaz equivale a pedir que Ibarretxe no repita como cabeza de lista, significa un discurso nítidamente regionalista y supone la negativa a una solución negociada de los aspectos violentos del conflicto político. Aun más, supone apostar por la colaboración políticomilitar-(policial) judicial con el Estado español. Josu Jon no puede ser ajeno a que tal discurso sólo es viable electoralmente con una alianza con el nacionalismo español en el Gobierno de Lakua y con Patxi López de lehendakari. Algo que cuando el PSOE ganó al PNV en escaños era demasiado duro de digerir.

Este panorama no puede ser aceptado en el seno del partido fundado por Arana y, aunque parezca paradójico, Josu Jon con su artículo no sólo pide la cabeza de Ibarretxe, ofrece la suya propia como precio para la negociación con la corriente soberanista, para que el programa y el «candidato de consenso» puedan ser otro distinto al suyo propio y al de Joseba Egibar, permitiendo el pacto con el PSOE sin perder las maletas y los cofres en el viaje.

La dimisión forzada del presidente español Suárez fue la expresión de un cambio en el rumbo de la reforma del régimen franquista. Hasta entonces, ciertos sectores habían sido más o menos sinceros en el intento de reforma hacia formas democráticas. Pero hubo un deseo de marcha atrás que solo podía ser liderado por la «izquierda». El Gobierno de Felipe González hizo lo que la derecha no podía hacer: reconversión industrial salvaje, privatización de empresas, ingreso en la OTAN, domesticar a los sindicatos mayoritarios, montar el GAL, finiquitar el proceso autonómico...

En Euskal Herria Xabier Arzallus fue el timonel que se ofreció a propiciar ese cambio, el aliado objetivo de ese movimiento de fondo en el Estado español al precio de una grave escisión en sus filas. Con Ardanza como lehendakari y la cohabitación en el Gobierno con el PSOE, utilizando el pacto de Ajuria Enea como mordaza, se propició el giro hacia el neototalitarismo. La década de Ajuria Enea, en cambio, resultó excesivamente ventajosa para las dos corrientes principales del nacionalismo español, encaramó en centros de poder al PSOE y posibilitó dar a la derecha neofranquista AP-PP un pedigrí de «demócratas» que contribuyó a hacer «políticamente correcto» votar al PP.

Neutralizado el PNV, fracasado el intento de EA en liderar el nacionalismo institucional», vendido a precio de saldo Euskadiko Ezkerra, Herri Batasuna aislada tras el telón de acero de Ajuria Enea y la creciente oposición social a la lucha armada, envalentonaron al nacionalismo español que amenazó con llevar al PNV a la oposición.

Una época había llegado a su fin y la dirección del PNV era consciente de su responsabilidad. Ensayó un acuerdo entre abertzales, algo que fue premiado por los votantes y por los miles de abstencionistas que habían sufrido la farsa maniquea del Pacto de Ajuria Enea. Pero las fuerzas económicas que apoyan al partido estaban dispuestas a cambiar de patrocinador, ya que el propio PNV había contribuido a hacer factible la alternativa en el campo de la derecha.

El corto ensayo de pacto abertzale de Lizarra-Garazi debía acabar. Hacía falta un nuevo timonel dispuesto a hacer otro viaje de vuelta al autonomismo, a la política transversal, a la cohabitación con el PSOE, sin que la frustración que ello crearía en el movimiento abertzale y en las propias bases del PNV acarrease el temido pase a la oposición, ni otra escisión. Josu Jon Imaz es ese timonel.

Es evidente, que el peso del PNV es fundamental para desequilibrar la balanza y hacer viable, calculadora en mano, un proyecto independentista desde las urnas. Sólo democráticamente se pude conseguir que Euskal Herria sea un estado soberano. Pero también lo es que no es de la filas jeltzales, ni de unos ni de otros, de donde puede partir el impulso hacia la soberanía. El «músculo soberanista» que reivindicaba Rafa Diez Usabiaga no está en el PNV. Los músculos del brazo izquierdo que debemos desmilitarizar definitivamente para que lideren la lucha por los derechos humanos individuales y colectivos y desequilibre la relación de fuerzas actual haciendo posible que las consultas populares nos lleven a la soberanía.

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