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Maite Soroa

Una del oeste

 

Tras el atentado de Durango se han escrito decenas de artículos en la prensa española sobre lo que habría que hacer, sobre las imprescindibles razias contra el independentismo y hasta sobre la responsabilidad de la población en hechos como el comentado.

Ayer en «Abc» Ignacio Camacho constataba que «las terminales del Estado en el País Vasco, y significadamente las casas-cuarteles de la Guardia Civil, han vuelto a rodearse del aura maldita y fronteriza de Fort Apache, remotos enclaves en territorio hostil de asedio, encono y aislamiento forzoso». Bueno, es una forma de ver las cosas...

El autor busca explicaciones al aislamiento social de los acuartelados y sentencia que «la ruptura de la tregua, la crecida batasuna, la impunidad renovada del entorno etarra, el ingreso tolerado de ANV en las instituciones locales y, en general, el paso atrás propiciado por la ambigua política `transversal' del Partido Socialista y el Gobierno han devuelto a muchas poblaciones vascas a la atmósfera de animadversión y peligro de los años ochenta, la de la semiclandestinidad de las fuerzas del orden, el miedo incrustado en la médula social...». O sea, que hemos retrocedido casi treinta años. Y el tío no se lo explica.

Camacho busca hasta en los libros de la escuela: «En política, como en la física, cuando una fuerza cede o abandona un espacio surge de inmediato otra que tiende a ocuparlo. La dejación de funciones del Estado, su resignación ante el incumplimiento impune de las leyes, su omisión del deber de defensa de los símbolos, (...) provoca un corrimiento de poder que fortalece los intereses de los enemigos del sistema. Primero se minimiza el terrorismo callejero, después se ignora la extorsión a los empresarios, luego se hace la vista gorda ante las candidaturas batasunas apenas camufladas y más tarde se renuncia al izado reglamentario de las banderas que simbolizan la presencia misma de una estructura política nacional. Entonces ocurre: alguien aparca un coche cebado de explosivo en la puerta de un cuartel...» ¡Ah! La culpa es de ZP.

Y por su culpa «ahora, otra vez, los guardias civiles, los policías, los funcionarios de un Estado residual y vergonzante han de disfrazarse o enrocarse en las trincheras del miedo, mientras los ciudadanos a quienes debían proteger sienten de nuevo la sacudida del desamparo. (...) Al menos, en Fort Apache ondeaba la bandera». Y las indias y los indios -o sea nosotras y nosotros- temblaban.

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