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Josu Imanol Unanue Astoreka Activista social

Enterrados vivos

La noticia saltaba esta semana tras la denuncia de Margaret Marabe, miembro de Igat Hope, asociación de lucha contra el sida de Nueva Papúa. Parece ser que algunos optan en su entorno por enterrar vivos a los enfermos de sida.

Sin embargo, son muchos los enterrados vivos por el miedo, indistintamente de ser persona viviendo con VIH o no, por vivir con dificultades para ser como son y por carecer del visto bueno global de una sociedad conservadora, rancia y anclada en valores excluyentes. Fuera de la mayoría clónica no existe más que rechazo, con todo lo que conlleva

Y ahí esta mi duda de querer saber qué lleva a unas personas a estas actuaciones tan ilógicas, como no sea la información previa tan extendida de que lo nuestro es por vicio, maldad, por buscarlo, por pertenecer a este u otro «grupo de riesgo», que es contagioso; ser más débil o será solo que esta sociedad tan necia necesita siempre una diana a la cual escupir.

Recurro de vez en cuando a asociaciones internacionales como SOS Discriminación, ONUSIDA, al Observatorio de Derechos Humanos y VIH/SIDA, etc. y las situaciones que denuncian son espeluznantes, no hay país ni entorno que se salve de comportamientos que llevan a la discriminación, miles de actuaciones agresivas que todos conocemos y no queremos denunciar.

Llevamos años luchando contra corriente, sin poder acceder a medicamentos, a puestos de trabajo, sin poder vivir en igualdad de oportunidades con el resto de los ciudadanos, disfrutar de nuestra sexualidad. La pasividad lleva a creernos que las situaciones personales son las mundiales. Entonces ¿qué nos debe alarmar de posteriores hechos?

En los comportamientos humanos generalizados con el chiste fácil del diferente y el más débil, sabiéndonos cómplices de la opinión, poco hemos hecho para cambiar en positivo nuestra mentalidad. Eso sí, somos los primeros en asombrarnos ante las noticias como ésta que me lleva a opinar con este resquemor.

Las actuaciones discriminatorias y dictatoriales de la llamada «mayoría» son generales y aceptadas a la fuerza. Tenemos asumido que debemos educarnos y educar al disidente de la manada para que todo funcione a gusto del poderoso, pero la manada no es nada cuando se razona y argumenta individualmente, puesto que todos sabemos que hacer sufrir a otro es algo más que vergonzoso.

Recientemente he podido comprobar en mi entorno cercano la opinión burlona y totalmente insultante por supuestos «comportamientos homosexuales» sólo porque un hombre ofrecía a otro una toalla. Eso sí, hablaron como posesos de sus teorías, como en los colocones más perversos ante una taza de café. ¡Todo normal !

Me imagino el día en el que, conscientes de ser todos diferentes y reivindicarlo, seamos capaces de ver los pasos dados hasta el momento y el sufrimiento producido. ¿Trataremos de pasar página del día a día con la misma serenidad que aceptamos los enterramientos vivos de las personas de mi condición?

Las páginas de este mismo diario hablan de pobreza y riqueza, de hambre y derroche, de retraso y progreso, de vida y muerte con la misma facilidad que aceptamos cada comportamiento discriminador. Creo que los silencios cómplices y errores, así como las actitudes que mantenemos, son daños irreversibles a la sociedad de la que todos somos parte.

En Papúa entierran vivos a los que en otras partes no nos dejan ser lo que somos, ni vivir como queremos. Veraz o no, merece alguna reflexión.

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