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Haggis plantea preguntas incómodas y Loach vuelve con su cine de denuncia

El cineasta Paul Haggis lanzó ayer en Venecia, a través de su última película «In the Valley of Elah», una llamada de auxilio: Estados Unidos necesita ayuda. Obviamente, no es una ayuda militar ni económica, sino moral. «In the Valley of Elah» es una película sobre los efectos de la guerra, pero no tiene tanto un carácter de denuncia o redención, sino de reflexión. Por su lado, Kean Loach muestra en su último trabajo la explotación de los inmigrantes en Europa.

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Antonio LAFUENTE | VENECIA

«Yo quiero plantear preguntas incómodas», dijo Paul Haggis en la rueda de prensa de presentación de su película, proyectada en la sección de Concurso de la Mostra, y en la que aseguró que «lo mejor de ser artista es no tener que dar las respuestas».

«In the Valley of Elah» narra la investigación de un padre, policía militar retirado, para averiguar cómo ha sido asesinado su hijo, recién llegado de Irak. Pero la investigación tropieza con impedimentos del Ejército para ocultar la verdad. A medida que son resueltos esos obstáculos, se va revelando una verdad destructora: una guerra injusta acaba también con la vida de los supervivientes, destruyendo el equilibrio psicológico de una generación, que se sume en la depresión, la violencia o el consumo de drogas. Y todo ello sin sentimentalismos ni conmociones, ya que Haggis lo cuenta a través de una magnífica interpretación de Tommy Lee Jones, cuyo rostro tiene una impresionante fuerza expresiva.

La sobria actuación de Lee Jones recuerda en alguna ocasión al mejor Clint Eastwood. El actor norteamericano está flanqueado por Susan Sarandon y Charlize Theron, cuyo papel es menor, pero muy sólido. Haggis logra además construir una película en la que apenas se enseña la guerra, aún estando presente su sombra de principio a fin.

Crítica a la prensa

En la rueda de prensa, Haggis se unió en la crítica lanzada ayer por Brian de Palma a la ausencia actualmente en Estados Unidos de un verdadero periodismo al comparar la situación con la guerra de Vietnam. «Alguien me ha preguntado por qué se hacen ahora estas películas si las de Vietnam no se rodaron durante la guerra. Pienso que hay una diferencia básica: en aquella hubo unos magníficos periodistas haciendo su trabajo, informando de cosas que no queríamos escuchar. Bastaba leer los periódicos y mirar la televisión para saber toda la verdad desagradable. Ahora no», explicó el realizador.

Con «In the Valley of Elah», Haggis supera su último trabajo, «Crash», con el que obtuvo el óscar a la mejor película. Otra llamada de auxilio lanzada ayer en la Mostra fue la del director británico, Ken Loach con su «It's A Free Forld», filme en el que muestra la explotación de los inmigrantes en Europa.

Angie, la actriz Kierston Wareing, madre de un hijo en la pubertad y explotada por un mercado laboral flexibilizado, decide hacerse empresaria, tras ser despedida por enésima vez, y dedicarse a la contratación temporal de emigrantes, en régimen de explotación.

La cinta muestra los nefastos efectos de la globalización en Europa, tanto para los que nacieron en el continente como para los que llegan a él, salvo para unos pocos avaros.

Rohmer y estrellas

En la sección de Concurso también se proyectó la película «Les Amours de Astrée y Celadon», del octogenario Eric Rohmer, una película que trata del amor sobre un texto del escritor francés Honoré d'Urfé, que vivió en el siglo XVI.

Con un panorama tan serio y comprometido, y con una Charlize Theron políticamente activa, no es de extrañar que haya bajado en la Mostra de Venecia parte de la frivolidad, traída por otras estrellas que sólo han aportado su cara en el festival italiano.

LA GUERRA

El director de «Crash» narra en «In the Valley of Elah» cómo una guerra injusta como la de Irak acaba también con la vida de los supervivientes, destruyendo el equilibrio sicológico de una generación.

«Blade Runner. The final cut», un replicante lleno de vida

Finalmente lo logró. Veinticinco años después del estreno de «Blade Runner» y tras cuatro versiones, sir Ridley Scott se da por satisfecho con el último montaje de un filme convertido en mito y que a diferencia de los robots humanoides que la protagonizan, los replicantes, parece gozar de vida eterna.

El cineasta británico, que cumplirá 70 años en noviembre, asintió con su cana cabeza en la rueda de prensa de presentación del filme fuera de concurso en la 64 Mostra de Venecia, cuando el productor de la edición en DVD, Charles de Lauzirika, le preguntó si estaba contento con el nuevo montaje. No es de extrañar que De Lauzirika quisiera asegurarse, pues esta es la tercera versión -cuarta, si se tiene en cuenta la internacional de 1982- de una de las películas más influyentes de la historia del cine. Viendo publicidad y vídeos musicales «me di cuenta de que 'Blade Runner' estaba teniendo una influencia muy fuerte en las nuevas generaciones», afirmó Scott. «Es una obra artística que ha influido mucho al mundo de la moda e incluso a arquitectos de prestigio, que me dijeron que la película había cambiado sus conceptos», agregó con orgullo. Ahora con el añadido de «The Final Cut» (el montaje final), esta versión definitiva vio la luz ayer en un día soleado y con la plaza de San Marcos en la lejanía. Un paisaje que no podía ser más distinto del oscuro, caótico y tecnológico Los Ángeles del año 2019 en el que está ambientado el filme.

Para quienes han visto la anterior versión del filme, «Blade Runner. The Director's Cut» (el montaje del director), estrenada en 1992, la nueva aporta pequeñas innovaciones que no alteran el espíritu del filme, como sí ocurría con la estrenada en 1982. Esta versión aporta planos que contribuyen a perfilar los personajes y sus relaciones, así como algún ajuste de la inolvidable banda sonora compuesta por Vangelis.

«Es difícil explicar por qué resultó tan difícil el rodaje», pero lo cierto es que «cuando acabamos la película y se hicieron los pases previos, el resultado fue malo y algunos críticos me masacraron», recordó ayer Scott. Los productores acordaron con Scott eliminar un plano en el que Ford soñaba con un unicornio -clave para entender al personaje-, grabar una locución que explicara sus pensamientos durante todo el metraje y pergeñar un final feliz. Al respecto, el autor de «Alien» recordó ayer sencillamente: «Hice ajustes porque había cosas que no funcionaban bien».

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