CRíTICA cine
«Chanson d'amour»
Mikel INSAUSTI
Hay películas que son excepcionales, únicas, aunque estén hechas de materiales corrientes, casi de derribo. Xavier Giannoli es de esos cineastas capaces de devolverle la dignidad a una flor mustia o a una colilla pisoteada, si se tercia. Y ya puestos, ¿por qué no dignificar la existencia de un cantante de verbenas? Hay que amar mucho este mundo, a pesar de todos los pesares, para fijarse en aquellos a los que la sociedad mira como los perdedores. En unos tiempos en los que se imponen los sonidos pregrabados, los disc-jockeys y los karaokes, la defensa de la música en vivo (el término no podría ser más perfecto) resulta conmovedora. Esta es la historia de un animal de directo, un cantante que necesita la cercanía y el contacto reales de su público, da igual que sea reducido y que peine canas. La gente que se enamoró con sus canciones se lo sigue agradeciendo, porque aunque después haya llegado la ruptura, queda el recuerdo, el sentimiento que no muere porque va íntimamente asociado a una letra emotiva y a una pegadiza melodía. Y como dice el bueno de Alain Moreau: «las canciones dicen la verdad».
La figura de este Alain Moreau está inspirada en Alain Chanone, cantante que hace una aparición en la película para certificar que continúa en la carretera, que no se da por vencido. Todavía quedan unos cuantos en activo, pese a que sólo les ofrecen trabajo en las salas de fiestas de los pueblos, en bodas, restaurantes, hoteles de oferta y hogares de jubilados. Las últimas orquestas de verbena están desapareciendo, viéndose obligadas a cobrar mil euros por gala, a repartir entre seis músicos y el manager que hace de chico para todo, sonorizando, iluminando, cargando y descargando. Al vocalista de la formación no le queda otro remedio que contratarse por separado y llevar la música en play-back. Es muy triste, porque es como darle la espalda al elemento humano en favor de la máquina. Y, encima, los últimos amenizadores de bailables han de soportar que les traten de cantantes de segunda o de «horteras», cuando son de los pocos que actúan durante horas sin truco alguno.
Xavier Giannoli no necesita rendirles un homenaje, ya que basta con tomárselos simplemente en serio para que «Chanson d'amour» se convierta en una película diferente a todas. Aquí no hay sitio para la burla o el escarnio, ni para el más mínimo asomo de intención paródica. Tampoco el retrato de Alain Moreau está ahogado por la nostalgia, puesto que el argumento quiere que viva al día y que se enamore de una joven a la que dobla la edad, y con la que compartirá una intensa historia de amor imposible.
Pero Alain Moreau es fiel a su pequeño universo de cantante verbenero, y cuando se le presenta una tardía oportunidad para actuar en un gran estadio como telonero del mítico Christophe, retorna a sus orígenes. Gérard Depardieu, como dicen en las academias de canto de los concursos televisivos, interpreta las canciones. Cuando ve entrar en la sala de fiestas a una moderna Cécile de France pide a sus músicos que toquen «L'anamour» y, envuelto en efectos de humo, adopta una postura seductora sobre el taburete a lo Serge Gainsbourg, para impresionarla con toda la sensualidad que le permite su gran corpulencia. Es el momento estelar, junto con los créditos finales, en los que suena a modo de himno «Quand j'étais chanteur», cantado con la misma ironía de curtido profesional con que lo hace el propio Michel Delpech.
Título original: «Quand j'étais chanteur».
Director y guionista: Xavier Giannoli.
Produc.: Edouard Weil y Pierre-Ange Le Pogam.
Intérpr.: G. Depardieu, C. de France, M. Amalric, C. Citti, P. Pineau...
Músic: Alexandre Desplat
Género: Drama romántico Est. francés, 112 mts.