La consejera-portavoz del Gobierno de Lakua, Miren Azkarate, reitera el discurso de su jefe de filas: Ibarretxe convocará a los ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca (no conviene confundir los censados en la CAV con el conjunto de la ciudadanía vasca), aunque por el momento le resulta difícil anunciar cuándo lo hará. La incógnita no es baladí, pero no es la fecha la principal tara del misterioso plan que nunca acaba de desvelar Ibarretxe.

Tampoco sabemos (cabe pensar que Miren Azkarate ya lo sabrá) qué es lo que se va a consultar a esa parte de los vascos. Nadie adelanta los términos sobre los que se nos preguntará ni, mucho menos, qué hará luego Ibarretxe con los resultados. ¿Los «depositará» en el Parlamento Vasco como ya hiciera en su día Ardanza con la exigencia del derecho de autodeterminación? Allí duerme el sueño de los justos.

¿Hará valer Ibarretxe lo que los vascos de tres territorios decidamos? ¿Se plantará ante las Cortes Generales o, como en ocasión anterior, volverá por donde fue, humillado por una mayoría aplastante de votos españoles que le recordaron que los vascos no decidimos más allá de lo que nos dejan? ¿Liderará el lehendakari -de la mano de su partido, de EA y de EB- un gran movimiento social, político y diplomático que lleve las reclamaciones de los vascos a todas las instancias en las que pueda hacerse oír? ¿Hasta dónde está dispuesto a dar la batalla?

Son preguntas sin respuesta aún, pero si nos atenemos a los hechos, habrá que concluir que no. Habrá que pensar que el partido que quiere seducir a España, en lugar de confrontar políticamente su imposición, no va a emprender esa campaña. Tampoco el Gobierno que, sumiso al fiscal antes y entusiasta y con iniciativa propia ahora ilegaliza actos, ordena reprimir manifestaciones pacíficas, cierra locales, detiene sin pruebas...

Tiempo habrá de juzgarlos por los hechos y no por las palabras, pero entretanto vayan preparándose para una nueva edición del bluf. Si de lo que se trata es de reeditar, con algún añadido, el pacto del 77, habrá que concluir que les ha ido bien en estos treinta años. Y, si les ha ido bien, ¿para qué cambiar?