jon odriozola Bergara
Te debo carta
Le comentaba a Pablo Sorozabal Serrano, hijo del gran compositor vasco, la suerte de que el desarrollo de las fuerzas productivas no diera lugar a inventos como internet en el siglo XIX pues así, nosotros, podíamos disfrutar de la vasta y valiosísima correspondencia epistolar entre Marx y Engels y otros camaradas suyos.
Le decía esto hará cosa de dos meses. Y por carta. El 26 de julio de este año recibí la que nunca supuse, aunque ya sabía que andaba fastidiado, que iba a ser la última carta. Nunca manejó el ordenador -no por luddita: le pilló con desgana-, de modo que nos carteábamos a razón de una carta cada dos meses -con algunos parones- desde los años 80 en que nos conocimos en Madrid y luego en Aia donde solía parar en verano y le pillabas leyendo al «cabezón» (sic) de Goethe en alemán.
Sobra decir que el inmenso caudal de experiencias y conocimientos que me transmitió este hombre cultísimo es impagable. Aún así, modesto, siempre me decía que el «bueno» era yo lo cual me avergonzaba pues bien sabía yo que no le llegaba ni a la altura de su elevado coturno.
«Yo no soy un pintor comunista, sino un comunista que pinta», decía el hoy olvidado enorme cartelista antifascista Josep Renau. Pablo, comunista, músico, escritor, poeta, políglota, traductor, fotógrafo excelente (como puede atestiguar Alfonso Sastre), amante de Madrid y lo vasco por igual y aún más del, quizá dicho con impropiedad, «eterno femenino» -veneraba a las mujeres como a diosas-, es verdad que, como apunta Carlos Fernández Liria, vivió los últimos años harto y asqueado de ver «a todos cambiar de chaqueta a su alrededor». Hubo no poca gente de «izquierda» que le retiró el saludo cuando se enteraban de que escribía -¡y de qué manera!- en «Egin». Por supuesto, le resbalaba. Se quedó con un pequeño círculo de amistades (Teresa Aldámiz, por ejemplo). Es lo que les pasa a los incorregibles. Es lo que tiene la concepción antropocéntrica del hombre digno: todo orbita y se desorbita en derredor tuyo mientras permaneces en un punto fijo, que no estanco.
Escribiste un «Lloro por King Kong», lo tengo aquí delante (dedicado) y me saltan las lágrimas... Te debo carta, Pablo. Agur eta ohore.