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Iñaki Soto Licenciado en filosofía

Se va el caimán

«Pactar con el PP, legitimar el sistema político del Estado español, intentar segregar social y políticamente a la izquierda abertzale, sabotear un proceso negociador por miedo a perder centralidad política o asumir las decisiones de los tribunales españoles...» son algunas de las cosas que hizo Arzalluz y Josu Jon Imaz ha reivindicado «con cierta chulería». Iñaki Soto cree que lo que ha diferenciado a Josu Jon Imaz de su antecesor en la gestión al frente del EBB no han sido los hechos, sino las palabras.

Se va el caimán y los cocodrilos lloran. Más allá de la alegría que en un primer momento pueda generar entre los independentistas la renuncia de un político que representa el regionalismo vasco en su vertiente más dura y conservadora, es hora de hacer balance y, en la medida de lo posible, alguna que otra reflexión en clave de futuro.

Un primer punto del balance tiene que ver con la visión que desde fuera del PNV se ha proyectado sobre el personaje en cuestión. Unos han hecho de él algo parecido a un «ídolo ajeno», concepto tan extraño como el de cosoberanía. Hasta el punto de que, según Felipe González, lo mejor que le había ocurrido al País Vasco hasta esta semana se llamaba Josu Jon Imaz. En el mismo tono, Iñaki Gabilondo considera que la noticia de su renuncia es «una noticia garrafal». Otros lo han demonizado hasta el punto de olvidar que antes del PNV de Imaz estuvo el PNV de Arzalluz y que, en líneas generales, la práctica política del Partido Nacionalista Vasco no ha sido tan distinta en esas dos fases.

Dicho esto, creo que es necesario comparar, aunque sea por encima, esas dos fases dentro del PNV. En realidad, Imaz no ha dicho nada que Arzalluz no hiciera anteriormente: pactar con el PP, legitimar el sistema político del Estado español, intentar segregar social y políticamente a la izquierda abertzale, sabotear un proceso negociador por miedo a perder centralidad política o asumir las decisiones de los tribunales españoles sean éstas las que sean, entre otras muchas cosas. La diferencia, por lo tanto, no está tanto en los hechos como en las palabras. Imaz ha cantado sin pudor y con cierta chulería las bondades de todas esas acciones, lo cual lo diferencia de sus antecesores y, muy probablemente, de sus sucesores.

En ese sentido, podríamos decir que Imaz ha buscado la coherencia entre el discurso y la práctica, algo que, salvo en contadas ocasiones, no es una de las características de su partido. A falta de un proyecto estratégico claro -me refiero a las opciones entre independencia, autonomía o federalismo-, lo que en otros partidos es un valor -la coherencia- en el PNV se convierte en un elemento de debilidad. Intentar forzar la adopción de un proyecto estratégico explícito -la autonomía, aunque viniese disfrazada bajo el neologismo de la cosoberanía-, ha sido una de los mayores errores de Imaz.

Desde mi punto de vista, durante el periodo que va desde la muerte de Franco hasta nuestros días, el famoso péndulo del PNV simboliza exclusivamente las variaciones de su discurso político, los movimientos graduales de una retórica que se mueve entre el regionalismo y el nacionalismo. Por el contrario, la práctica política del PNV se ha mantenido básicamente estática, anclada en el punto de sujeción de ese péndulo. Ese punto de sujeción no es otro que la gestión de las instituciones en la CAV. Para ello, ha pactado con todos los partidos del arco vasco, excepto con la izquierda abertzale, el único agente político al que el PNV considera a medio plazo un peligro real para su hegemonía.

Con todo esto no quiero decir que no existan perspectivas distintas dentro del PNV. Existen y son evidentes. No creo, en todo caso, que esos sectores se diferencien demasiado en el plano ideológico. Más bien parece que se diferencian en sus obsesiones y, sobre todo, en sus aversiones. Con Imaz esas aversiones han cogido tintes de vendetta interna, con ajustes de cuentas por ambas partes en el caso de Gipuzkoa.

Es importante señalar que durante el breve pero intenso mandato de Imaz han existido ciertos elementos que dificultaban, más si cabe, la penetración del discurso imaziano tanto en la sociedad vasca como dentro de su partido. El fiasco del Estatuto catalán; la regresión del sistema jurídico español de la que han sido víctimas no ya Otegi u Olano, sino Atutxa, Gorka Agirre o el propio Ibarretxe -aunque en diferentes grados, por supuesto-; la debilidad intrínseca dentro del PSOE de Zapatero y sus aliados en Euskal Herria; los costes de no haber avisado con antelación a Ibarretxe de que el objetivo de su propuesta era marginalizar a la izquierda abertzale y no hacer de él una cuestión de principios; la radicalización discursiva de ELA y la nostalgia de los acuerdos de Lizarra-Garazi; la tregua de ETA unida a la perenne y unánime conciencia popular de la inviabilidad de la opción policial; las propuestas de Anoeta y Anaitasuna... En general, la sociedad vasca sólo se acuerda de Ardanza cuando le llega la factura de Euskaltel.

Al margen de estos elementos locales, el sistema político mundial ha contradicho las visiones posmodernas de Imaz. Durante su mandato se han formado nuevos estados en Europa y otros van camino de lograr el único status homologado dentro de la comunidad internacional, mientras que en ese periodo ningún Estado se ha auto-desmantelado camino de la paz perpetua. La carga de la prueba, en contra de la visión imaziana, no cae sobre las naciones sin Estado sino sobre los estados hegemónicos. A día de hoy, las fronteras no sólo no se han diluido, sino que en varias zonas del mundo se siguen formulando leyes, construyendo muros o patrullando mares para hacerlas inexpugnables.

En anteriores artículos he comentado que el Gobierno español corría el peligro de llegar a acuerdos con ese «líder ajeno», que de puro ajeno no tenía visos de perdurar. Imaz tasaba públicamente el precio de esos pactos fuera del precio de mercado y, teniendo en cuenta la reacción de Rubalcaba, es posible que no se hayan resistido a aprovechar la ganga del «apoyo sin precio político». Que no lloren los cocodrilos. Ya les avisamos de que sólo un ignorante o un incauto invertiría en tolares eslovenos el 31 de diciembre del 2006.

Respecto al panorama general de la política vasca quiero hacer un único apunte. En este momento creo que la única fuerza que tienen los actores políticos vascos, en general, y los partidos políticos, en particular, es la que emana de la debilidad ajena. No percibo ningún discurso político potente, fuerte o suficientemente coherente como para marcar la diferencia que permita ir más allá de sobrevivir aprovechando las miserias del contrario. Parece evidente que exceptuando el caso de la izquierda abertzale, donde los factores exógenos determinan su situación al menos tanto como los endógenos, los partidos políticos están inmersos en fuertes crisis internas que tienen que ver con la falta o la variedad de perspectivas estratégicas y con una desmovilización y una apatía social generalizada.

Se va el caimán y, una vez acallados los lamentos, llegan los cocodrilos. Dicen que dicen que el cocodrilo alfa es Iñigo Urkullu. No estoy seguro de que así sea. En contra de lo expuesto en la mayoría de los medios, Urkullu no es un candidato de consenso. Lo cierto es que si consigue zanjar la dimensión personal de la crisis con unas tablas y si su ego se lo permite, puede llegar a dar cierta estabilidad al PNV. Es verdad que comparte obsesiones y aversiones con Imaz, pero quizás sea capaz de desarrollar el «método Arzalluz»: utilizar el discurso como arma negociadora sin perder de vista el eje del péndulo, es decir, mantener el poder por encima de todo.

En definitiva, quizás este artículo debería hacer referencia al título de otra canción, concretamente a «Quítate tu pa' ponerme yo». Pero no he podido resistir la tentación de recordar ese instante en el que conocimos la noticia y en el que a mi mente vino el famoso «se va por la barranquilla».

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