Eduardo Renobles historiador
Los jagi-jagis del PNV
El historiador Eduardo Renobales observa en el Partido Nacionalista Vasco «dos actitudes estratégicas a la hora de plasmar un proyecto partidario, que no nacionalista», pero no sólo en los últimos acontecimientos que han desembocado en la renuncia de Josu Jon Imaz a la política, sino casi desde el nacimiento de dicho partido. El independentismo, según el autor, una y otra vez pasa a ser sentimiento que albergan las bases del partido, pero alejado de la dirección y «sin posibilidad real de transformarse en estrategia».
El tema de la dualidad, de las dos almas convivientes en el seno del PNV, es un asunto recurrente del que se habla sin interrupción casi desde el propio surgimiento de las siglas jeltzales. Incluso de una forma un tanto frívola, como el propio Egibar expresó hace pocas semanas en un desangelado acto partidario llevado a cabo en Zarautz, es mencionada tamaña duplicidad como la cosa más natural.
Ante la inesperada retirada de la cara visible de la otra parte del alma peneuvista Imaz, nos deja un tanto descolocados frente a los motivos y consecuencias que tal acción pueden deparar. Ya se sabe que lo que acontezca al partido repercute de una forma u otra en Euskadi. Conocer al posible sucesor nos hará percibir las causas de tan sorpresiva marcha y los ritmos de futuro que nos esperan.
Pero es precisamente en la cuestión de la dualidad intrínseca de la formación jelkide en lo que yo deseo profundizar.
En una simplificación dialéctica necesaria de un artículo de opinión, se trata de la forma de explicar de forma gráfica la convivencia en el seno de una misma formación política de dos actitudes estratégicas a la hora de intentar plasmar un proyecto partidario, que no nacionalista. Y este asunto surge casi desde la aparición del PNV. Con un independentismo claro y sin gradaciones, defendido por el mismo Sabino y un grupo limitado de correligionarios del Euskeldun batzokija, el PNV empieza a mostrar diferentes matices tras la incorporación del importante conjunto de militantes de la tendencia euskalerriaca encabezados por De la Sota. Con ellos llega la opción posibilista en el discurso político, y más aún en la gestión diaria. Una retórica divergente y complementaria entre la teoría y la práctica, situación que se repite inexorablemente a lo largo de la historia del partido, y más especialmente en los momentos de crisis o las coyunturas difíciles.
Teniendo en cuenta que siempre los posibilistas (prácticos, realistas, fenicios, autonomistas) se han impuestos a los independentistas (intransigentes, sabinianos, radicales) por más que éstos dispusieran de amplio apoyo afectivo en la base militante y líderes carismáticos (el propio Sabino, su hermano Luis, Eli Gallastegi, Kandido Arregi, Etarte) nunca pudieron acceder al control del aparato del partido. Les faltaba un plus de decisión «posibilista» en su apuesta «radical».
La grave crisis que vive el nacionalismo jeltzale entre 1916 y 1921 (tal vez la peor en su historia, aunque algo olvidada dada su lejanía temporal y la superación actual de sus consecuencias) y que desemboca en la partición de la formación entre Comunión y Aberri, no se soluciona satisfactoriamente en 1930 con la doble aparición de PNV y Acción Vasca (ANV). Si ya la divergencia ideológica entre unos y otros se hace abismal, dentro del propio PNV se mantiene un pulso tenaz entre los que se manifestaban autonomistas y aquellos que no renunciaban a que «Euzkadi fuera la única patria de los vascos». Porque para la reunificación lograda en Bergara (16 de noviembre de 1930) en la que toda la retórica aranista se mantiene incólume al igual que el pragmatismo de los dirigentes, fue necesario que Eli Gallastegi se hallara exiliado en América. Con él en Bilbao, simplemente no se hubiera producido.
Frente al posibilismo de los Kizkitza, Agirre, Irujo, Aranzadi..., el sector independentista jelkide se agrupa en torno al diario Jagi-jagi y la carismática figura de Gudari. Primero dentro del partido. A fines de 1933, al margen de él.
En mi opinión, la salida del grupo de militantes más decididos en que la impronta independentista del PNV tenía que ser valor primario, resulta decisiva en el devenir posterior del partido.
Es cierto que la guerra primero y las duras consecuencias del largo y doloroso exilio después, atemperaron las inacabables divergencias dentro del jelkidismo; pero, el dolor de la derrota y el destierro no cicatrizaron el viejo y eterno enfrentamiento interno.
Los veteranos militantes y su entorno familiar y social cercano, idealizaron la figura del primer lehendakari, la resistencia heroica de los gudaris frente al fascismo (equiparando en parte el esfuerzo jeltzale en una aureola mística de oposición a la dictadura sin hacer distinción muchas veces de la aportación efectuada por otras fuerzas vasquistas de izquierda o del nacionalismo progresista de Acción Nacionalista Vasca) sirvió de bálsamo que amalgamara la oposición al franquismo y la lucha por la libertad de Euskal Herria.
Como mencionaba anteriormente, la escisión del sector Jagi-jagi y los mendigoxales supone un recorte real más que retórico y doctrinario de la praxis política del PNV. Con su ausencia, el PNV aclara sus posicionamientos tanto políticos como estratégicos, es una poda de elementos que más que aportar enturbiaban las líneas maestras establecidas desde la dirección. Pero supone una clara renuncia a alguno de los postulados expuestos por Arana.
La muerte de Franco posibilita otro periodo de cambio donde los sectores más dialogantes y pragmáticos apuestan por la idea de cautivar a España o la soberanía compartida se imponen a aquéllos menos proclives a dar bazas legitimadoras al Estado.
Se va dibujando así de nuevo la eterna dicotomía jelkide, las dos almas, el péndulo secular entre realismo y autonomismo frente a utopismo e independentismo.
Pero, frente a la tradición heroica fruto de la resistencia desigual que provocó la guerra civil, la base netamente soberanista jeltzale se refugia en veteranos militantes y en los sectores más populares de los batzokis; en definitiva, en la tradición secular de tomar al partido como un espejo de la totalidad del país; pero se halla otra vez muy alejada de los que controlan los sucesivos EBB. Nuevamente, el independentismo pasa a ser tema de barra de bar, sentimiento de base popular y populista, pero sin posibilidad real de transformarse en estrategia. Algo que sacar a relucir en el Alderdi como alimento básico para la militancia, retomador de las esencias más puras del aranismo, seña identitaria más querida y sagrada, pero que se guarda con profundo amor y respeto el resto del año.
Y es que el independentismo está ahí, como la ikurriña o el euskera; símbolo específico que se moldea según las necesidades de la estrategia cotidiana.
El reciente comentario frívolo de Egibar en Zarautz define al PNV de los últimos años. Afirmaba el burukide gipuzkoarra que en el partido no existían «almas» divergentes, sino estrategias dispares. Y es cierto; porque a mi modo de ver, hoy en el PNV no hay Jagi-jagis. La intransigencia mayoritaria, la guerra y la conveniencia de «cautivar a España» acabaron con ellos. Por eso no me parece tan importante que Imaz se vaya. Si ha sido un político decepcionante para muchos de los militantes jelkides, qué pensarán los otros vascos ajenos al partido y al nacionalismo español que, no olvidemos, son prácticamente los únicos que le han jaleado (yo que Imaz, siendo nacionalista, reflexionaría muy seriamente sobre semejante solidaridad). Pero, que no cunda el pánico, habrá otro burukide simétrico y transversal que le releve.