Ya sólo faltan 43 puntos. Pero empezar así la crónica sería más injusto, por aséptico, que acertado, después del partido que se vivió ayer en Ipurua. Un choque en el que se repitieron, multiplicadas, todas las virtudes que venía apuntando el Eibar en las jornadas anteriores y que esta vez sí se vieron reflejadas, sin peros, en una victoria que refuerza aún más la confianza de los azulgranas.

La sequía, los veinte meses sin victorias de Segunda A en Ipurua, se acabó con una tromba. Una txaparrada, una más, de extraordinario esfuerzo físico, pero también, en muchos momentos, de juego. De buen juego, del que gusta y del que, más que cualquier cartel anunciador, lleva gente al campo. Porque vista la ovación con la que se despidió al equipo, está claro que los 2.500 que fueron ayer a Ipurua repetirán en dos semanas.

Aplausos de reconocimiento y también de alivio porque, como en las buenas películas, el partido tuvo sus momentos de tensión. Un cuarto de hora, mediado el segundo tiempo, en el que la incapacidad del Eibar para sentenciar y cierta reacción por parte del Nástic, hicieron temer el disgusto. Pero se va notando el paso de los partidos y esta vez los armeros se guardaron cartuchos suficientes como para acabar ampliando su renta.

Lo contrario habría sido injusto, con un Nástic que, durante muchos minutos, estuvo noqueado. No es fácil jugar con tres rivales siempre encima, más aún cuando hay que nadar contracorriente, como le sucedió al conjunto catalán desde el minuto 25, cuando llegaba la jugada clave del partido.

Podía haber sido incluso antes, porque todavía no se había cumplido el cuarto de hora cuando primero Altuna, cabeceando una falta botada por Txiki, y en el posterior córner Del Olmo, rozando el gol olímpico, ponían a prueba los reflejos de Roberto. El Eibar, por fortuna, casi no tuvo tiempo de lamentarse porque, diez minutos después, sí acertaba, en lo que fue una jugada redonda.

Para empezar, porque dejaba al Nástic con diez por la expulsión de Abraham, obligado a frenar a Yagüe, que se marchaba solo. Y, sobre todo, por el cañonazo de Txiki -probablemente ya nadie volverá a preguntar por qué no es Ander Alaña el que lanza las faltas-, que ponía por delante a los suyos.

Intentó reaccionar el Nástic, pero le resultó imposible. La presión de defensa y centro del campo impedía que a Maldonado le llegasen balones en condiciones, mientras la del resto de azulgranas ponía en un brete, una vez sí y otra también, a defensa y portero visitantes.

A sufrir

Una situación que fue a más tras el descanso. Los tarraconenses apenas veían el balón, propiedad exclusiva de un Eibar que, en los primeros minutos de la reanudación, rozó la sentencia en al menos tres ocasiones.

Sólo el comprensible declive físico de los locales permitió tomar aire al Nástic, pese a lo que el equipo de Javi López llegó al área de Cuéllar con cuentagotas y con la claridad justa. Pero lo ajustado del marcador y la sensación de que al Eibar se le acababa la gasolina hizo temer lo peor. Más aún después de que, a un cuarto de hora del final, Alaña fallase un penalti bien provocado por Del Olmo y la inmediata respuesta visitante, una contra que dejó a Antonio López solo en el área, exijiese una gran respuesta de Cuéllar.

Pero el Eibar quería celebrar una alegría que estaba mereciendo y no cejó hasta conseguirlo, aunque ya fuera en tiempo de descuento. Markel Robles y Nico Medina sirvieron para que Lluis Codina probara con una vaselina; no entró, pero allí estaba Del Olmo para aprovechar el rechace de Roberto y dejar el partido definitivamente sentenciado, para júbilo de una afición que ayer terminó con las manos hinchadas de aplaudir.