J. ibarzabal Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas
La soberanía limitada voluntaria
(Desde la atalaya de Lekeitio)
En su escrito «Apostar por el futuro» dice Josu Jon Imaz en una de sus reflexiones: ...«conceptos como estado-nación, soberanía o independencia adquieren hoy tintes necesariamente diferentes de lo que en el pasado representaban»... Veamos cómo han variado estos conceptos a lo largo de los últimos siglos.
Bodino (s. XVI), en su libro «República», se refiere a las ocho notas distintivas de la soberanía (derecho sobre la paz y la guerra, acuñar moneda, recabar impuestos, derecho supremo a la justicia...). La soberanía es desde entonces un atributo esencial de los estados. La gran mayoría de los teóricos han identificado Estado soberano con Estado independiente.
Las prerrogativas propias de un Estado soberano-independiente se manifiestan en sus competencias, que se caracterizan por la exclusividad, autonomía y plenitud.
Cuando las Naciones sin Estado (NsE) reivindican el ejercicio del derecho de autodeterminación y la correspondiente opción soberanía-independencia, lo hacen con el objetivo de recuperar y potenciar al máximo su identidad y de disponer plena y libremente de todos sus recursos.
La objeción fundamental de los detractores del ejercicio del derecho de autodeterminación es que las cosas han variado, y que hablar de soberanía o de reivindicación soberana dándole el significado antiguo carece actualmente de sentido. Contraponen el término de soberanía absoluta clásica al de soberanía limitada actual. Consideran que las modernas relaciones internacionales determinan una soberanía estatal cada vez menos absoluta, más limitada. Si esto fuera así, ¿qué sentido tiene la reivindicación de soberanía de las naciones sin Estado? ¿Por qué reclamar la soberanía, con los conflictos que ello puede conllevar, cuando la soberanía de los eestados independientes está siendo progresivamente mermada?
Este argumento es engañoso, ya que la limitación de la soberanía motivada por las relaciones jurídico-económicas entre los estados, es voluntaria, y la mayor parte de las veces, los estados comprometidos pueden denunciar unilateralmente los tratados internacionales y los compromisos contraídos.
Yendo al terreno concreto de la Unión Europea observamos que:
1) No todos los países más desarrollados forman parte de ella. Suecia, Noruega e Islandia han decidido soberanamente no formar parte de la Unión Europea.
2) Países comunitarios tan importantes como Reino Unido, Suecia y Dinamarca no pertenecen a la Unión Económica y Monetaria, porque han decidido soberanamente seguir manteniendo su moneda.
3) «Todo Estado miembro podrá decidir, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la Unión» (artículo I-60 del Proyecto del Tratado sobre una Constitución para Europa).
Así pues, aunque es cierto que la soberanía en sentido estricto está limitada (¿y cuándo no lo ha estado?), esta limitación es voluntaria. En la Unión Europea se afianza cada vez más el concepto de la Europa de los Estados frente a una Federación o a una Confederación de Estados. Esto demuestra que la soberanía no es una reliquia del pasado, sino un término con gran contenido y de plena actualidad.
Desde la atalaya incomparable del puerto de Lekeitio, en una reunión de amigas y amigos, hablando de la crisis del sector pesquero vasco, recuerdo cómo, en gran medida, ésta es consecuencia de las negociaciones de adhesión entre España y la Comunidad Europea. Fuimos objeto de negociación, pero no sujeto de la misma. Los efectos devastadores (desmantelamiento del sector siderúrgico, naval, y los efectos negativos en la agricultura y en la pesca) no se hubieran producido desde una posición soberana de Euskal Herria. Las negociaciones hubieran sido mucho más equilibradas. Y si no, no habríamos entrado.
Esta es la razón y no otra por la que Europa sigue convulsionada: que los estados hegemónicos no aceptan la reivindicación de soberanía de las NsE. Algunos países europeos ya lo han conseguido (Estonia, Letonia. Lituania, Chequia, Eslovaquia...) y otros ahí le andamos (Escocia, Flandes, Irlanda, Cataluña, Euskal Herria...).
Las reivindicaciones actuales tienen, sin duda, ciertas peculiaridades respecto a las de los siglos XIX y XX (en mi libro «El contravirus de la razón tecnológica-hegemónica: la soberanía de las NsE» las llamo de «tercera generación»), pero todas coinciden en reclamar la soberanía y la independencia, con el fin de lograr la plena identidad y la gestión autónoma de los recursos.
Y a Francia y a España les decimos que la soberanía a la que aspira Euskal Herria es simplemente la misma que disfrutan ellos.