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Francisco Larrauri Psicólogo

La ciudadanía del futuro

Imponer la Formación del Espíritu Nacional en la escuelas de la dictadura fue fácil; educar en el cumplimiento de los derechos humanos es, sin embargo, imposible sin diálogo entre movimientos sociales

La comunidad escolar está siguiendo con moderado interés la polémica que ha suscitado la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos. El contenido de los manuales es una de las principales novedades de este curso escolar en muchos centros de la CAV. Hay que reconocer que, con la delicada dinámica política derivada de una transición política cada vez menos ejemplarizante, lo que se ha escrito en algunos manuales en defensa de los derechos humanos y de la democracia está cuidadosamente calculado por profesionales de la didáctica, del derecho, pero sobre todo de la imagen, pues en las expectativas de la asignatura trasciende el ánimo de que es posible construir una sociedad libre de las miserias del presente.

En la hora de Ciudadanía, parece que a la ciudadanía del futuro no se le va a formar en lo que es la democracia, sino en un sucedáneo del espíritu español. A los adolescentes se les enseñará que en Euskal Herria, cuando sean mayores de edad, no se les podrá consultar su voluntad, ni les está dada la suerte de decidir libremente qué porvenir quieren para ellos, pues ya viven en democracia. No es una trampa filosófica, pero esta ciudadanía de futuro solo podrá apoyar lo que deciden otros, como si en democracia no hiciera falta libertad. No parecen distantes las reglas de la buena crianza civil, el manual de Urbanidad o aquella asignatura de Formación del Espíritu Nacional, cuyo título anuncia sin tapujos el fascismo que explicaban los falangistas Cuesta, Ramírez o Martínez en las escuelas de Gasteiz.

Sin embargo, mal texto para los jóvenes ciudadanos y perversa la enseñanza de aquella materia que presuma de una Constitución presuntamente laica que de la unidad de los territorios hace casi una religión y en la que los fines justifican los medios. Ahí está el Ejército español para asegurar la unidad emanada de la guerra de 1936.

A la educación ético-cívica le costará conjugar desde la reflexión ética, no se entendería desde otro punto de vista el respeto a los derechos humanos con la realidad cotidiana que se vive en Eukal Herria, a no ser que en lugar de un esforzado profesor demócrata, quien presente la lección sea un operador especia- lista embozado, porque las bases sobre las que se sustenta este Estado pertenecen a una cultura política que ha entrado en contradicción con gran parte de la ciudadanía vasca que ha descubierto que muchos capítulos de la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos han devenido en filfa democrática.

Informar a los jóvenes ciudadanos y formarlos en la ciudadanía es un proceso en que el diálogo entre actores sociales no es baladí. Imponer la Formación del Espíritu Nacional en la dictadura fue fácil, educar en el cumplimiento de los derechos humanos es, sin embargo, imposible sin diálogo entre movimientos sociales. La desatención de las legítimas aspiraciones identitarias individuales y colectivas por parte de las instituciones del Estado nos aleja de la parte buena que tenemos dentro. Sin diálogo no pueden ni podrán, poner palabras a los pensamientos de la gente de Euskal Herria, por muchos manuales de Ciudadanía que se impongan en las escuelas.

La ciudadanía vasca entiende y acepta la diferencia, así que intentar confundir al personal adolescente con que en la medida en que Europa se haga grande desaparecerán las fronteras es otra engañifa, precisamente porque son los estados los que conformarán la unidad del continente y, cuanto más estados, más fuerte es el bloque europeo. Hemos consolidado nuestro deseo y nuestro camino, por lo que el mañana de Euskal Herria con la ciudadanía del futuro está literalmente en nuestras manos; esto también tendría que explicarse en las aulas.

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