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Joxemari Carrere Zabala Narrador oral

El bostezo de Dios

Los cuentos han acompañado desde siempre el devenir humano. Siempre han estado ahí, para entender el mundo o, sin más, para imaginar otros mundos posiblesHemos decidido que el día de hoy sea una fiesta de la palabra, en la que las calles de Aramaio rebosen de cuentos. Para enseñar que la narración en Euskal Herria es un muerto que goza de buena salud

Lo he leído en algún papel. Parece ser que Dios creó a las personas porque deseaba escuchar cuentos. Es decir, porque se aburría. ¡Es tan aburrido estar solo! Y si es por toda la eternidad, ni qué decir. Quizás por ello nos hizo imperfectos. Bueno, a todos no. Dicen y cuentan que para crear a la primera persona Dios amasó un trozo de barro. Con él hizo una imagen humana y la introdujo en el horno caliente. Como no tenía experiencia en hacer personas, no sabía el tiempo de cocción y, temeroso de que saliese cruda, lo mantuvo más tiempo del adecuado, por lo que cuando sacó aquella primera persona estaba totalmente chamuscada. Así surgieron las personas de raza negra. Hizo entonces una segunda figura. Tenien- do en cuenta su primera experiencia, esta vez no pasó mucho tiempo hasta que la sacó del horno, pero fue demasiado pronto y esta segunda persona salió cruda. De ahí surgieron los blancos. Amasó por tercera vez. Ahora había aprendido bien la lección y mantuvo la figura el tiempo adecuado. Está vez sí fue perfecto todo. Del horno surgió una persona de tez morena y brillante. Así surgieron los gitanos. La perfecta creación de Dios.

Pues bien, somos imperfectos (bueno, menos los gitanos, claro). Quizás por eso mismo contamos cuentos. Aunque, pensándolo bien, tampoco los gitanos son muy perfectos, ya que ellos también cuentan historias increíbles y maravillosas. En fin, que la manía de contar cuentos viene de hace mucho tiempo, del principio de todo vaya, desde que Dios dijo la primera palabra y comenzó con el Génesis el libro de cuentos más famoso de la historia. Algo más tarde, allá por el Renacimiento, el napolitano Giambattista Basile quiso hacer olvidar esta tradición divina (¡estos renacentistas!) escribiendo «El cuento de los cuentos». Pero no; la narración de cuentos es un regalo del aburrimiento divino. Y bien que acertó Dios, ya que no le damos ocasión para ello.

Entonces, los cuentos son tan antiguos como las personas, o más si tenemos en cuenta lo del Génesis y eso. La persona que cuenta cuentos estará, por ello, revestida de un don divino. Dicen que los verdaderos narradores son los Tlaquezqui, ya que ellos dicen las cosas claras, con los labios de un artista. Y dicen que quien sabe contar cuentos utiliza palabras tiernas, con flores en la boca, con un verbo elegante. ¡Concho, sí que es difícil esto de contar cuentos! De todas formas, aunque sin ser Tlaquezqui, sin hablar tan bellamente, cada persona tendrá algo bonito que contar. O no. Quien no tiene nada que contar puede encender la cólera de Dios, por darle oportunidad para aburrirse, por condenarle a una tediosa eternidad. Mira por dónde, ahora se entiende lo del infierno; alguien que no tiene nada que contar a tu lado para toda la eternidad. No es de extrañar el enfado de rey celestial.

Recapitulemos. Surgimos del aburrimiento divino. La razón de este nacimiento es tener que narrar historias. Es por ello que la narración surge al principio de los tiempos. Entonces, ¿por qué se pone de moda ahora? ¿Por qué las personas humanas han ocupado el lugar de Dios y se aburren? ¿Por qué se sienten solas y necesitan que alguien les cuente algo bonito? ¡Recórcholis, qué difícil es vivir! ¿Entendemos ahora las migrañas de Dios? Los cuentos han acompañado desde siempre el devenir humano. Le han ofrecido algún tipo de ayuda ante las dificultades y las dudas del vivir. Siempre han estado ahí, para entender el mundo o, sin más, para imaginar otros mundos posibles, recorriendo los maravillosos territorios de la fantasía.

Quizás por todas estas razones las sesiones narración son cada vez más numerosas. Los narradores y narradoras de no estar estamos llegando a ser. Se buscan las historias que surgen de nuestros labios. Y es motivo de alegría. De todas maneras, no todo es tan entrañable. Surgen, como en los cuentos, diversas dificultades en el camino. Preocupaciones. Dudas. Preguntas. ¿Se le da tanta importancia como parece a la narración de cuentos? ¿Se ve como algo curioso o como una parte de eso que llamamos artes escénicas? ¿Las actuaciones que se publicitan se organizan de una manera digna? ¿Se ven al narrador y la narradora como un artista o como alguien que cuida a nuestros niños? ¿Por qué no existe una crítica de los espectáculos de cuentos tal y como existen del teatro, la danza, la música o el cine? ¿Reflexionamos seriamente los narradores sobre estas cuestiones? ¿Cuáles son nuestras dificultades y cómo nos enfrentamos a ellas? Demasiadas preguntas, aunque no por ello baladíes. Pero para tratar de encontrar las respuestas adecuadas el mayor problema, seguramente, reside en el desconocimiento mutuo de los mismos narradores y narradoras. Conscientes de ello, los narradores vascos (que intentamos hacer florecer nuestras bocas, dicho sea de paso) hemos decidido juntarnos. Y no sólo eso, hemos decidido que todo Euskal Herria se entere (por lo del narcisismo del artista). Y que sea en Aramaio, precioso pueblo alavés (no falso y sí muy cortés). Hemos decidido que el día de hoy, 22 de septiembre, sea una fiesta de la palabra, en la que las calles de Aramaio rebosen de cuentos. Donde la fantasía de los cuentos nos muestren que otros mundos son posibles. Donde lo pasemos estupendamente. Para enseñar que la narración en Euskal Herria es un muerto que goza de buena salud. Sabemos que tenemos un duro trabajo por delante para reivindicar la narración como un hecho artístico en sí mismo; pero ante el temor de que Dios se aburra con nuestra chapa, el día de hoy lo dedicaremos a contar cuentos y más cuentos, tratando, como los Tlaquezqui, de utilizar palabras tiernas y un verbo elegante. Poniendo nuestro grano de arena para que los cuentos ocupen el digno lugar que les corresponde, aunque eso no sea exclusivamente tarea nuestra. Para no encender la cólera de Dios. Para que no se aburra. Para no aburrirnos.

Y cuando todo esto ocurrió, nosotros estábamos allí. Dicen.

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