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Jose Manuel Gil Sadaba Iruñea

Agur, Sr. arzobispo

Durante muchos años lo he llevado a usted sobre mis hombros y ha resultado una carga pesada e inútil. Pero el 22 de setiembre de 2007, repasando una conversación con mi pareja, y en un momento de mi vida en el cual necesito aligerar mi carga, he comprendido la necesidad de sacarle a usted de mi saco de la vida, en el que guardamos demasiadas cosas inútiles. Hoy me he acercado a las orillas del Arga a su paso por Gares, he vaciado mi saco y usted, junto con todo lo innecesario que en él había, han ido a parar al fondo del río.

Quiero recordarle quién le escribe. Soy el padre de uno de los aproximadamente treinta muchachos o, mejor dicho, de los treinta niños de entre 14 y 15 años a los que hace unos diez años se les arrancó de sus familias para llevarlos a comisaría y, mediante el empleo de métodos que no deseo recordar, obligarles a firmar su participación el el «ataque a la comandancia de Marina de Donostia, quema de autobuses y cajeros, ataque a grupos de policías con cócteles molotov...». Uno de los padres de aquellos muchachos que pasaron un largo año de su corta vida encerrados en la cárcel de Alcalá Meco. Fueron llevados a la Audiencia Nacional y encarcelados sin posibilidad de fianza (dada su peligrosidad) a la espera de juicio. Uno de esos padres a los que se les secó el alma de tantas lágrimas derramadas. Uno de esos padres a los que se les rompió el corazón cuando a nuestros hijos se les prohibió acudir a la misa dominical por ser terroristas (palabras textuales de la religiosa responsable de la capilla de Alcalá).

Yo, don Fernando, entregaba en su palacio las cartas en las que le contaba todos estos sucesos y otros más terribles, reclamando de usted tan solo fuerzas para seguir adelante, fe para no caer en la desesperación, palabras de ánimo para seguir viviendo... Era tan poco lo que le pedíamos... Pero usted nunca contestó a nuestras llamadas desesperadas. Yo seguía insistiendo con mis cartas, hasta que un día comprendí que nunca tendrían contestación. Fue cuando vi cómo usted se abrazaba con el responsable en Navarra de aquellas barbaridades cometidas con nuestros hijos y después del abrazo los dos pasaron a disfrutar de un banquete.

Pero quiero decirle que, a pesar de su actuación de avestruz hubo varios sacerdotes (de los que no comulgaban con su política) que nunca nos dejaron solos, pasando semanalmente por nuestro domicilio para ofrecernos su cariño y apoyo, a los cuales quiero decirles que siempre estarán en nuestro corazón.

Aprovecho para informarle de que después de un año de cárcel y mucho sufrimiento el caso de nuestros hijos fue sobreseído por falta de pruebas. Deseo de corazón que su Dios le perdone, ya que el nuestro (el que vivió entre los hombres, sufrió persecución, cárcel, torturas y muerte) no creo que lo haga.

Por otra parte, quisiera agradecer a los responsables del desaparecido «Egin» el haber publicado los alrededor de 300 agurrak, unas veces con mi nombre y otras utilizando otros (María, Xabier, Iker, Idoia, Maite, Maitane...) y que sirvieron para que mi hijo preso se sintiera más arropado

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