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Fede de los Ríos

A vueltas con el Borbón

Parece ser que algunos súbditos del monarca quieren dejar de serlo. Las últimas acciones llevadas a cabo en Catalunya así lo demuestran: quemas públicas de su retrato, petición de la retirada de su mando sobre las fuerzas armadas españolas. En Castilla algunos retiran la bandera monárquica e izan la republicana y protestan por los gastos que ocasiona la real familia a los contribuyentes. En Euskal Herria son ya varios los condenados y otros procesados por injurias a la Corona. Asistimos al secuestro de publicaciones. Allí donde va hay gentes que se atreven a protestar por su presencia.

El stablishment político y sus medios de comunicación empiezan a mostrar nerviosismo y se pide mano dura a fiscales y jueces. Si se reparte un poco, igual a los vascos nos toca un poco menos de dureza. Pero lo dudo.

Cuando hablan de injurias al monarca me asaltan dudas razonables. Me explicaré. Si por injuriar se entiende la ofensa o el daño físico a una persona o a sus bienes, al menos eso dice el diccionario, la quema de su retrato parece más bien un rechazo simbólico de la monarquía, habida cuenta de que él no ha pagado las fotografías quemadas y tampoco le mentan a la madre. El mosqueo catalán, comprensible. Un Borbón, Felipe V «El animoso», arrasó Catalunya, con ánimo inusitado, a sangre y fuego y abolió todas sus instituciones.

Juan Carlos fue nombrado por Franco. Juró lealtad eterna a los principios del Movimiento Nacional. Después, en 1978, vino el Referéndum Constitucional con monarquía en el mismo paquete, y el chantaje. O esto o dictadura, al estilo de «o nosotros o el caos». Los vascos, tan suyos ellos y tan republicanos, la rechazaron de pleno. Tanto da.

A menudo escuchamos al estúpido de turno decir: «Los españoles nos hemos dado una constitución». No es cierto. Amén del chantaje y del ruido de sables de entonces, es necesario decir que el que votó en aquél referéndum hoy tiene no menos de 51 años. La mayoría de edad estaba estipulada en 21 años, así que saquen cuentas. Si contamos los votos en contra y las abstenciones, que las hubo, los que pasaron a mejor vida y los que se arrepintieron de su voto, aquí los que se dieron una constitución son cuatro y un tambor. Los muertos siguen gobernando a los vivos. A los monarcas siempre los eligió Dios. Algo que repugna a la razón en la cúspide de los poderes públicos. Da fatiga ¿no?

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