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Una mirada al drama de las 15.000 «mulas de la nueva españa» en los montes navarros y guipuzcoanos

Su historia está llena de crueles sarcasmos. El primero, el nombre del texto que puso en marcha el sistema, en 1937: Decreto de Concesión del Derecho al Trabajo a Presos y Prisioneros. El último, las casi siete décadas de olvido impuesto. Una exposición que ha echado a rodar en la UPNA rescata el drama de 15.000 condenados a trabajos forzados en Erronkari, Peñas de Aia...

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Ramón SOLA

Uno de aquellos presos condenados -no sólo a pico y pala, sino también a hambre, frío y humillación- contó que se les hizo saber que iban a ser «las mulas de la nueva España». Y un capitán llamado Aguilera definió así lo poco que valían sus vidas: «Si no necesitáramos carreteras, me gustaría sacar un rifle y liquidar a un par». Estos testimonios son algunos de los que se pueden leer en la exposición sobre los «esclavos del franquismo» inaugurada esta semana en la UPNA. El trabajo da continuidad a la labor realizada en estos últimos años para rescatar la historia olvidada de estos represaliados obligados a hacer trabajos forzados para el régimen. Sólo en el proyecto llamado «fortificación del Pirineo Occidental» fueron 15.000 seres humanos: 4.000 entre Lesaka y Oiartzun, 2.000 en la Erronkari-Bidankoze-Igal, otros tantos entre Irati y Egozkue, 1.000 en la Irurita-Eugi, quién sabe cuántos entre Lezo y Jaizkibel o en Erlaitz...

El número es voluminoso, pero resulta frío. Detrás de cada uno de esos 15.000 presos hay una historia de sufrimiento que se refleja en el relato de los supervivientes. Historias del gélido invierno pirenaico, como las del durangarra Sebastián Erdozia: «Yo he pasado las de Dios, descalzo, sin zapatos, con una manta atada a los pies he ido yo a trabajar. ¡Con el frío que hacía allí!». Historias de hambre atroz, como la del granadino Antonio Viedma: «Se dio el caso de roer uno un hueso e ir otro a buscarlo». Historias, en fin, de muerte, como la del sestaotarra Francisco Alonso, que rememora que a un chico de Ortuella lo tuvieron que llevar a Iruñea con sólo 38 kilos: «Lo metieron en la cama y al día siguiente estaba muerto ya». O como la de Jesús Linzoain, de Iragi, que narra cómo «un pobre desesperado se pegó un golpe en la cabeza con el pico, en la frente»; se quería matar para acabar con aquella tortura diaria, y «el sargento le pegó dos tiros».

La mayoría ni siquiera habían sido condenados. Simplemente eran «desafectos» al régimen, transformados en mano de obra que no era barata: era gratis. En realidad, hacer carreteras no constituía el único objetivo, según refleja la exposición: interesaba también que «aprendieran cuál sería su lugar bajo la dictadura», para el momento en que quedaran en libertad. Esto da sentido a la crueldad de los castigos: los baños en el río helado, la obligación de llevar al cuello una piedra de doce kilos atada con alambres... Sin embargo, miles y miles de «desafectos» resistieron. Félix Pandín, de Bilbo, indica que «te querían eliminar o por hambre o trabajando», pero «nosotros nos juntábamos y no nos dejábamos caer».

Recuperando la historia

La muestra se articula en paneles que incluyen información, testimonios, imágenes de la época y algunos documentos. Recupera algunos relatos ya incluidos en el libro sobre los «esclavos del franquismo» en el Pirineo navarro. Además, se ha editado ahora un libro-catálogo titulado ``Trabajos forzados en la dictadura franquista'', con nueve investigaciones de expertos estatales en una materia en la que aparentemente aún hay muchas cosas por descubrir y revelar.

La exposición, organizada por Memoriaren Bideak y el Instituto Gerónimo de Uztaritz en colaboración con la UPNA, puede verse en el edificio universitario de El Sario de Iruñea hasta el 18 de octubre. Pero después se anuncia ya una gira por localidades navarras, algunas muy próximas a la historia escondida que revive ahora: Otsagi, Baztan... Los miércoles habrá, además, visitas guiadas para quien quiera saber más sobre el tema.

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