«Era una persona muy enérgica, comprensiva, flexible y exigente; no transigía con las cosas mal hechas»
Periodista y revolucionaria. Lázara Sojano conoció de cerca al Che Guevara, primero en La Habana y después, en Ghana. Ella había ido como corresponsal de Prensa Latina, él a atender el llamado de África. En su casa de Centro Habana, guarda como «un gran tesoro» las fotos con el Che, «al que prefiero recordar con su boina guerrillera y estrella en la frente».
¿Cómo entra en contacto con Ernesto Che Guevara?
Tras estudiar Magisterio, me incorporé a la Escuela de Periodismo. Me involucré en la lucha clandestina, vinculada al Movimiento 26 de Julio. Terminé la carrera justo cuando triunfó la Revolución e, inmediatamente, empecé a trabajar en el periódico «Directorio Revolucionario». Cubrí la campaña de alfabetización, incluida la de las tropas del Ejército Rebelde, recorrí todo el país y así me fui introduciendo en la prensa, ganándome la confianza y el respeto a mi trabajo. De ahí, pasé al periódico «La Tarde», donde me asignaron la columna «Manos que trabajan». En ese momento, el Che era ministro de Industria; ahí empezó mi relación con él.
A partir de la opinión de algunos compañeros, que lo consideraban «demasiado radical o duro», tenía temor a pedirle que me explicara algunas cosas cuando coincidía con él en alguna actividad.
Poco a poco, me di cuenta de que ese perjuicio no sólo limitaba mi trabajo porque no llegaba a la persona que podía darme la información más exacta, sino que fui comprobando que era una persona totalmente distinta a la imagen que me había hecho.
Me di cuenta de que era un hombre muy sensible, humano, pero también muy radical en sus cosas; eso sí, sin atropellos y sin abusar del poder.
Recuerdo una vez que fue a probar una máquina cortadora de caña. Como periodista de «La Tarde» fui a cubrir este acto. Cuando le pregunté su opinión, me dijo que debía esperar a que la probara. Inmediatamente, me senté al lado del camino y esperé a que la probara. Cuando pasaba por enfrente mía, notaba que me miraba de una manera inquisitiva, pero pensé «no sé qué me querrá decir».
Cuando terminó, me volví a acercar y le dije: «Comandante, ¿usted me puede decir cuál es su experiencia?». «Pero, ¿tú te crees que te has merecido que yo te traslade la experiencia que he acumulado cuando te has sentado y ni siquiera has venido a recoger la caña como otros compañeros? He visto que has estado sentada todo el tiempo. Así que vamos a ver en qué momento podemos vernos tú y yo». Esa fue su respuesta. Simple y llanamente, no me dio la entrevista, me dio con la pluma en la mano.
Para mí eso fue aleccionador porque el espíritu que había en ese lugar no era como para estar sentada. No me sobrestimé como periodista, pero no calculé que me fuera a dar una respuesta de esa naturaleza, ni tampoco descifré que aquella mirada inquisitiva era un mandato para que me incorporara a la tarea.
De columnista de «La Tarde» pasó a Prensa Latina.
Sí. En 1964 me mandaron a Ghana y en enero de 1965 llegó el Che tras un periplo por el Continente; había estado en Argelia, en Guinea y Malí . Al verme, fue extremadamente cariñoso: «Ven acá chica, tú te me habías perdido, yo no sabía dónde tú estabas. ¿Pero, tú estás acá solita? Tienes que cuidarte». El tono era para que me riera. Fue un gesto que realmente me sorprendió porque no era una persona de juegos ni de bromas.
He solido oír que era «muy duro». En absoluto. Era muy enérgico pero, al mismo tiempo, comprensivo, flexible, aunque también muy exigente; no transigía con las cosas mal hechas. Quien cumpliera con todos los requisitos que él exigía de un trabajador o de una persona con la que él se relacionara, no tenía ningún tipo de problema. Al contrario, te abría todas las puertas y te daba todas las posibilidades para que trabajaras.
En Ghana, supe que iba a establecer contactos con dirigentes africanos para la definición y concreción de la ayuda que se iba a dar al movimiento popular de liberación de Angola.
Fue muy espontáneo y nunca me dijo esto no lo puedes decir. No se inmiscuyó en mi trabajo. Acumulo toda esa experiencia como un gran tesoro y es parte de mi propia vida.
¿Qué destacaría de él?
De sus cualidades, quisiera resaltar su sensibilidad. Estoy convencida de que tomó la decisión de ir a Bolivia por ese concepto de luchar por los desposeídos, de llevar la generosidad y bondad humana a los hombres y mujeres que no han tenido la posibilidad de sentirse como seres humanos. Ese concepto de lucha por el hombre, de estimularlo, de reconocer que tiene derecho a vivir y a ser respetado está predominando en América Latina. Tenemos el ejemplo de Bolivia, Ecuador o Venezuela. No te voy a decir que el Che haya sido el único abanderado pero creo que su lucha, persistencia, ejemplo y recuerdo están siendo perpetuados de la manera en la que él soñaba y aspiraba.
Desde su experiencia, ¿cual es el legado que dejó a Cuba?
Ser junto a otros pueblos abanderada de la lucha contra el imperialismo que tiene un nombre, Estados Unidos.
¿Qué ambiente se vive en Cuba en este 40 aniversario?
Hay una gran cantidad de actividades y de trabajos periodísticos. Hace poco, los historiadores, Avis Pupul y Floiran González, un matrimonio amigo y vecinos míos, presentaron «En olvido, crímenes en La Higuera», un libro que recoge más de 40 testimonios de gente que estuvo cerca del Che en Bolivia. Entre otras muchas cosas, afirman que, a petición de la CIA, una emisora de radio boliviana anunció la muerte del Che antes de que se produjera para que no hubiera ningún tipo de interferencias.
En Cuba es muy querido, respetado y venerado. Hay un ambiente de rendirle tributo, de subrayar su figura. Ahí tenemos, por ejemplo, la consigna de los pioneros cuyo saludo es «Seremos como el Che». Particularmente, quiero recordarlo con su boina guerrillera y su estrella en la frente. Me da mucho dolor que haya desaparecido y en la forma en la que lo hizo.