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Maite SOROA

Un hombre obsesionado

Se puede ser miserable hasta el infinito, pero resulta difícil superar esa marca. Algunos lo logran con facilidad. Alfonso Ussía (en realidad se llama Ildefonso, el falsario) publicaba un artículo titulado «Permach» en «La Razón». Y allí vomitaba lo que podía: «Mentiría si no reconociera que el ingreso del batasuno Permach en prisión me ha tranquilizado». Y acreditaba su racismo etnicista: «Su físico no es vascongado. El vasco proterrorista acostumbra a concentrar en su expresión el cúmulo de odios y frustraciones que lleva consigo. De ahí su fealdad. Ellas, la mayoría, son horrorosas. Cuando se publica una fotografía con la totalidad de los miembros de la llamada Mesa Nacional de Batasuna, la fotografía huele a sudor y alitosis. Pero Permach es diferente. Carece de expresión y no manifiesta sentimiento alguno en su mirada». Para tener la expresión bovina de Ussía, pienso, mejor carecer de expresión.

Pero como de lo que se trata es de disparatar el disparate, nos cuenta que «Permach visita un hospital y los enfermos se mueren del susto. Pero no lo hace, porque los hospitales que podría haber visitado Permach alojaban a los heridos por atentados de la ETA, o más triste aún, a los asesinados. Y Permach no pierde el tiempo visitando a los que mueren con su aplauso y aprobación».

Y como de lo que se trata es de aleccionar a los suyos para que no pasen vergüenza con las cosas que hacen en nombre de su patria, dice Ussía que «en la cárcel, Permach será, probablemente, quien en menos grado la padezca. Controlará a los suyos, y valorará los comportamientos de sus compañeros en la serpiente. Cuidado con flojear. Cuando abandonen la prisión (...), Permach será el encargado de los ascensos y los arrestos (...) Permach es el terror de los terroristas (...) En el fondo, es mucho más saludable el aire de una prisión que las alcantarillas por las que Permach deambula con su maldad a cuestas. Y saldrá reforzado, con más ganas de celebrar sufrimientos ajenos, con más fuerzas para brindar por lo que, para tantos, es sólo motivo de lágrimas y desesperanzas. Se les ha escapado a los directores de cine un personaje tan siniestro, distante y satánico». La ignorancia, en grado de autosatisfacción convierten al ignorante en un patán obcecado en mirarse el ombligo. Eso le pasa a Ussía.

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