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Jesus Valencia Educador social

Al nuevo arzobispo de Nafarroa

Respecto a su actual nombramiento, seguro que el Espíritu Santo ha tenido bastante menos protagonismo que Rouco Varela o el Gobierno español

Tome estas líneas como un saludo en el que se mezclan la cortesía y el recelo. La primera es rasgo consustancial de nuestra idiosincrasia; la segunda es fruto amargo de incontables escarmientos. Acostumbramos a tender la mano a quienes llegan a nuestra puerta en actitud amistosa, aunque una negra leyenda que se remonta a la Edad Media diga que nuestra tierra es inhóspita y sus pobladores truculentos. Somos gente cordial pero, por necesidad, cautelosa. Muchos de los que se presentaron como amigos resultaron ser enemigos sañudos que venían con el único propósito de liquidarnos.

Llega con rango de general y prelado. Malas vibraciones y peores recuerdos. Mucho antes que usted vino por estas tierras don Antonio de Acuña, noble con tropa a su cargo y obispo de Zamora. Tuvo papel destacado en el ejército que nos conquistó; ojalá que no se repita la historia. En cuanto a su condición de arzobispo castrense, se me antoja mala credencial. Su nombramiento fue acordado entre España y el Vaticano actuando la Nunciatura como bisagra diplomática. Una vez consensuada su candidatura, el rey Borbón le dio el visto bueno antes de que se oficializara su nombramiento; avales de alta política que no se corresponden con el auténtico ejercicio pastoral. Respecto a su actual nombramiento, seguro que el Espíritu Santo ha tenido bastante menos protagonismo que Rouco Varela o el Gobierno español. Si Navarra es cuestión de estado, muchas y poderosas manos habrán hilado fino para garantizar la salvaguarda de sus intereses políticos y dar continuidad al quehacer españolizante del belicoso Sebastián.

En su homilía de presentación pronunció unas palabras en euskera y manifestó su voluntad de aprender nuestra lengua. Queda registrado ese detalle como gesto amistoso. Aunque, también guardamos constancia de aquel párrafo hiriente que nos dedicó en su «Carta a los Navarros» con motivo de su nombramiento: «Voy a vosotros desde otra iglesia a la que he servido. Quiero agradecer al ámbito militar y a los cuerpos de la Seguridad del Estado su entrega a favor de la paz y de la armonía social». Su empeño por legitimar a nuestros enemigos tampoco es nuevo. El Papa Julio II publicó una bula para que recibiéramos a nuestros conquistadores como defensores de la Iglesia. Durante la insurrección fascista, los Obispos publicaron su famosa Carta para que viéramos como cruzados a quienes estaban fusilando a miles de navarros republicanos. Y ahora usted nos presenta como garantes de la paz y de la armonía social a quienes han detenido en Euskal Herria a 30.000 personas y 7.000 de entre ellas han denunciado torturas.

Casi coincidiendo con su llegada, esas mismas fuerzas policiales han irrumpido violentamente en nuestros hogares, han desgarrado familias amigas, han llevado al destierro a hombres y mujeres abnegadas, han reprimido salvajemente la solidaridad de nuestro pueblo... Si no quiere compartir con nosotros este intenso dolor, le ruego, al menos, que lo respete. Resulta ofensivo elogiar al victimario en casa de la víctima.

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