Helen Groome Geógrafa
La urbanización de la mujer rural
De ser sostén de sistemas más o menos complejos de alimentación para casi toda la raza humana, con más o menos cooperación con los hombres, las mujeres rurales se han convertido en objeto de un día internacional para ellas solitas. ¿Señal de peligro o señal de respeto? ¿O de ambas cosas?
En todo caso, muchos análisis de la situación de la mujer rural se realizan desde y con criterios urbanos. Incluso hay que subrayar que hoy día, particularmente en el norte, muchas mujeres rurales son, de hecho, mujeres urbanas que se han trasladado a vivir en el medio rural, pero que no se distinguen en nada en modales, quehacer diario y ambiciones de la población urbana femenina. No hay nada malo en ello, pero ¿lo urbano es el patrón único o mejor a seguir?
Debidamente diferenciada la mujer rural agraria de la no agraria e, insisto, en el norte, se hace hincapié en muchos medios de la dureza de la vida y trabajo de la mujer agraria. Son pocas las personas que lo negarían, pero muchos análisis no reparan en las ventajas con que cuentan las mujeres agrarias si se las compara con sus homólogas urbanas y, es más, se entiende como progreso para la mujer agraria equipararse en todo a la mujer urbana. Urbanizarla sin reparos ni reflexiones.
No hay duda alguna de que hay aspectos de la vida de la mujer agraria que todas quieren cambiar, mejorar, desterrar. Tener más accesibilidad a servicios como ginecología, repartir mejor el trabajo doméstico, reducir las horas de «trabajo», erradicar el machismo... Pero no hay que dar con todo al traste en un intento de emular a la mujer urbana. ¿Las mujeres agrarias quieren realmente «progresar» hacia el modelo que domina cada vez más la alimentación urbana, por ejemplo? ¿Dejar de producir las materias primas y prepararlas para la comida en casa? ¿Ir a comprar todo y a poder ser ya preparado en latas, congelados, plastificados, desecados....?
Hace unos 13 años fui con un grupo de personas de caseríos de distintas zonas de Euskal Herria a conocer diferentes realidades agropecuarias en Inglaterra y Gales. Una de las cosas que nos chocó a las mujeres era que las personas que allí se consideraban «agricultoras» no cultivaban huertas ni criaban ganado para consumo en casa, sino que insistieron en que compraban todo en el supermercado. Una huerta para casa simplemente no era ni «profesional» ni moderna.
Esto es, naturalmente, lo que interesa a las economías industriales y urbanas. Que las mujeres rurales-agrarias entren en el mercado mundial de la alimentación. Que dejen de una vez de mantener redes locales de producción y comercio. Que sean modernas y que compren en los supermercados, como todas las demás mujeres. Meter de forma sibilina la liberación de la huerta y la cocina como parte del paquete de los derechos de las mujeres rurales, sin cuestionar para nada la pérdida de libertad implícita pero no reconocida de las mujeres urbanas en cuanto a su total dependencia de terceros intereses para la alimentación.