emblemas de la dictadura española en euskal herria
Símbolos franquistas reacios a desaparecer
El próximo 20 de noviembre se cumplirán 32 años de la muerte de Francisco Franco. Quienes tienen menos de esa edad no han conocido la última dictadura española, pero sí buena parte de su simbología. Y es que, a pesar del tiempo transcurrido, algunos símbolos franquistas siguen en el mismo lugar donde fueron impuestos a lo largo de cuatro décadas.
Iñaki VIGOR
Euskal Herria todavía conserva buen número de estos vestigios, a pesar de que, tras la muerte de Franco, la mayoría de ellos fueron retirados de forma paulatina por los ayuntamientos y gobiernos autonómicos. En Araba, Bizkaia y Gipuzkoa la presencia de simbología de la dictadura es bastante menor que en Nafarroa, donde la actitud de UPN ha evitado retirarla en buen número de localidades.
En abril del año 2003 entró en vigor la «Ley de Símbolos de Navarra», aprobada por el Parlamento. Esta normativa, pensada sobre todo para prohibir la ikurriña en los ayuntamientos navarros, contiene una disposición transitoria bajo el epígrafe «Retirada de simbología franquista», que dice literalmente lo siguiente: «En el plazo de un año desde la entrada en vigor de esta Ley Foral, las autoridades en ella referidas procederán a la retirada y sustitución de la simbología propia del régimen franquista. Aquellos símbolos que estén integrados en edificios declarados de carácter histórico- artístico serán sustituidos y enviados para su custodia a la Institución Príncipe de Viana, salvo que resulte materialmente imposible la operación de sustitución».
El articulado referente a las banderas y a la prohibición de la ikurriña se ha hecho cumplir a rajatabla, e incluso algunos ayuntamientos han sido multados y amenazados por ondear una bandera que consideran propia y que tiene el respaldo de la mayoría de los vecinos. Sin embargo, y a pesar de que han transcurrido más de cuatro años desde la entrada en vigor de la ley, la parte referente a la retirada de símbolos franquistas sigue sin cumplirse en buen número de casos, sin que por ello hayan sido tomadas medidas contra las autoridades municipales responsables o contra el propio Gobierno de Nafarroa, que son quienes «deberán garantizar el cumplimiento de lo dispuesto en la presente Ley Foral».
Una buena parte de la simbología franquista se concentra en Iruñea. El «Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada» es sin duda el más conocido, tanto por sus dimensiones como por encontrarse en un lugar muy visible de la ciudad. UPN y CDN sostienen que no se trata de un símbolo franquista, a pesar de las evidencias históricas que demuestran lo contrario.
Construido en un terreno público y con dinero público, el Monumento a los Caídos recuerda y homenajea sólo a los muertos del bando franquista, y es símbolo de la cruzada religiosa que llevó a cabo el catolicismo al amparo de la dictadura.
En la parte inferior de este monumento se encuentra una cripta donde reposan los restos de dirigentes del régimen militar, como el general Mola o el general Sanjurjo, y con motivo del 18 de julio todavía se suelen organizar actos religiosos en su memoria. «Aunque con una separación actual entre el espacio superior público y el espacio reservado a la parroquia de Cristo Rey, esa cripta tiene todavía un uso simbólico y apologético propio del régimen franquista, gestionada por la parroquia de Cristo Rey con la anuencia del arzobispado y el pleno conocimiento del Ayuntamiento de Iruñea». Así lo constata Joxe Abaurrea, ex concejal de Iruñea Berria que en su día presentó diversas iniciativas para que el Consistorio de la capital cumpliese la legislación vigente y retirase los símbolos franquistas.
Iruñea Berria presentó, incluso, una queja ante el Defensor del Pueblo Navarro para que exigiera a la Corporación el cumplimiento de la ley, ya que ésta dice que hay que retirar la simbología franquista, y el Ayuntamiento se limitó a tapar la existente en el Monumento a los Caídos. La candidatura abertzale recurrió esta actuación ante el Tribunal Administrativo de Nafarroa, que deberá decidir ahora si el edificio en sí constituye o no una simbología franquista.
El Monumento a los Caídos se ha reconvertido en una sala de exposiciones denominada Conde de Rodezno, personaje franquista que también da nombre a la plaza existente junto al edificio.
Cementerio franquista
También es muy conocido en Iruñea el llamado «cementerio franquista», un amplio espacio dentro del cementerio municipal que sigue reservado en exclusiva a personas que combatieron al lado de la dictadura. Allí se encuentran enterrados soldados, falangistas, requetés y carlistas que murieron en los enfrentamientos contra quienes defendían la legalidad republicana. Este cementerio es un terreno público dedicado a quienes murieron «por Dios y por la Patria», según reza la gran pieza escultórica que preside este simbólico espacio. Algunas de estas tumbas de combatientes franquistas todavía suelen estar engalanadas con flores durante gran parte del año.
Este monumento en memoria de los combatientes franquistas vulnera la ordenanza reguladora del propio cementerio, cuyo artículo 4 dice textualmente que «no se reservará ningún espacio de carácter especial dentro del cementerio para enterramientos que pudieran implicar privilegio o discriminación por razón de religión o por cualquier otra causa».
Además, este espacio sigue gozando de privilegios económicos. Así, ninguno de los enterramientos incluidos dentro de este terreno está sujeto a las tasas establecidas para el cementerio, ni tampoco a los plazos de concesión o exhumación que rigen para el conjunto de la ciudadanía.
En su día, UPN y CDN rechazaron en el Ayuntamiento la propuesta de Iruñea Berria para retirar este monolito, y el grupo abertzale presentó un recurso en el Tribunal Administrativo que todavía está por resolver.
En lo que se refiere a los barrios de Iruñea, es sin duda el de la Txantrea el que acapara el mayor número de recuerdos del alzamiento fascista. Una veintena de nombres de personas vinculadas al régimen militar fueron impuestos por el Patronato Francisco Franco (promotor de las viviendas en cuya construcción trabajaron los propios vecinos) para designar a otras tantas calles de este popular barrio.
Nombres de calles
Estos personajes «franquistas» que siguen figurando en el callejero de la ciudad son los siguientes: Andrés Gorricho, Federico Mayo, Alfonso Beorlegui, Marcos Goñi, Fermín Istúriz, Ramón Esquíroz, Jesús Blasco, Francisco Urías, Francisco Goñi, Crescencio Lecumberri, Jesús Vázquez, José Jimeno, Agustín Flamarique, Mario Rueda, José Miguel Madoz, Joaquín Elberdin, Julio Casi, José Huércanos y Jesús María Aznarez.
El Ayuntamiento también se niega a cambiar estos nombres, alegando que no son símbolos y que, en caso de serlo, son «desconocidos» para la mayor parte de la ciudadanía. Joxe Abaurre opina al respecto que «si la ley dice que se eliminen, se tendrán que eliminar, sean o no conocidos por los ciudadanos».
En algunas viviendas del mismo barrio de la Txantrea todavía no han sido suprimidas las chapas con el yugo y las flechas que en su día colocó el Patronato Francisco Franco. Asimismo, en una torreta de la sede de la Peña Armonía Txantreana continúa el águila franquista, ya que este edificio perteneció en su día al Frente de Juventudes.
Otro caso similar se registra en pleno centro de la ciudad. Se trata de la Avenida del Ejército, nombre que ha pervivido para designar a una de las más importantes arterias de Iruñea y que, precisamente, atraviesa las denominadas popularmente «casas de los militares», un gran bloque de viviendas de las que se beneficiaron combatientes franquistas y que se levanta frente a la Ciudadela. La Avenida del General Francisco Franco fue sustituida en su día por el nombre de Baja Navarra, y la Plaza del General Mola cedió su nombre a la Plaza de las Merindades, pero la Avenida del Ejército ahí sigue, junto a la sede del Gobierno Militar español.
Otro símbolo franquista que perdura en la Txantrea es el escudo de Nafarroa con la laureada de San Fernando colocado en la entrada de acceso al Parque del Mundo, en la Avenida de Atarrabia, con el agravante de que en este caso no se remonta a los años del régimen militar, sino que se construyó tras la muerte de Franco.
A requerimiento de Iruñea Berria, el Tribunal Administrativo de Nafarroa dictó una resolución por la que obligaba al Ayuntamiento a retirar este símbolo, pero el Consistorio optó por taparlo con cemento, en lugar de suprimirlo. Sin embargo, «la ley no habla de tapar los símbolos, sino de suprimirlos», recuerda Joxe Abaurrea, quien critica la actitud de la derecha de «ir dando largas para no cumplir la Ley de Símbolos». «La derecha se escuda en la Ley de Conservación Urbana para decir que está analizando si la laureada impuesta por Franco es o no un símbolo franquista, e incluso dice que están examinando si tiene algún valor patrimonial, lo cual no tiene ni pies ni cabeza», afirma el ex concejal abertzale.
Otras localidades
La simbología franquista no sólo persiste en Iruñea, sino también en otras localidades navarras, sobre todo en las que vienen siendo gobernadas por UPN. Emblemas de este tipo siguen presentes en forma de monumentos a los caídos en el bando golpista o en nombres de plazas y calles dedicados a quienes destacaron en la imposición de la dictadura.
Dentro de Iruñerria se dio un caso singular en Atarrabia. En concreto, el Ayuntamiento colocó un monolito que incluye tanto a los caídos en el frente de guerra del bando franquista como a los vecinos que fueron fusilados por defender los ideales republicanos y los derechos del pueblo vasco.
Dos grandes escudos franquistas presiden las fachadas de dos inmuebles dependientes del Gobierno español en Bilbo. El más céntrico se sitúa en el edificio de Hacienda española, en la plaza Elíptica, que se mantiene a pesar de que en 2001 el Pleno del Consistorio bilbaino aprobó una moción en la que se instaba a su retirada. Un informe de la Comisión de Patrimonio, que catalogó el inmueble como «magnífico ejemplo del estilo imperial», sirvió al alcalde, el jeltzale Iñaki Azkuna, para evitar su supresión, ya que se argumentó que la sustitución del escudo por otro afectaría «a la integridad de la obra y a su valor». A partir de ahí, el Ayuntamiento modificó las ordenanzas municipales para facultar a la Agencia Tributaria española a retirar el escudo y descatalogar el inmueble. La decisión posibilita a la Administración española para que termine retirando este símbolo franquista, aunque no lo ha hecho en los tres años y medio de Gobierno del PSOE.
El otro relieve franquista se sitúa en la sede central de Correos, en la Alameda Urquijo, que se mantiene por la misma razón que en la sede de la Hacienda española.
En el callejero de la capital vizcaina destaca la calle dedicada en el popular parque de Doña Casilda Iturrizar a Rafael Sánchez Mazas, ideólogo del fascismo español y uno de los fundadores de Falange Española, a quien los mandatarios municipales jeltzales vistieron no hace muchos años de «escritor bilbaino ilustre» para otorgarle una calle.
En el territorio guipuzcoano difícilmente se pueden hallar símbolos franquistas en la actualidad, según indica el historiador Iñaki Egaña. No obstante, en Donostia, siendo ciudad de veraneo de Franco, se situaban numerosos elementos que aludían al régimen dictatorial. Lo mismo ocurría, por ejemplo, con las denominaciones de la calles, como en el caso de la avenida Zurriola, que en su día fue denominada avenida del Generalísimo Franco, o el Paseo Nuevo, que hasta no hace tanto era conocido oficialmente como el Paseo de Primo de Rivera.
Si las calles han cambiado de nombre, otros símbolos han sido directamente retirados, como es el caso de las placas con el yugo y las flechas que se colocaban durante la dictadura en las fachadas de las viviendas de protección oficial, y que han sido retiradas por iniciativa popular y por colectivos abertzales.
Otros símbolos fueron suprimidos a finales de los años 70 y comienzos de los 80, como ocurrió con el Monumento a los Caídos que se hallaba en el Triángulo de Tolosa.
En la actualidad se debate si la figura del Sagrado Corazón de Jesús, situada en lo alto del monte Urgull, se puede considerar o no un símbolo franquista, más allá de su eminente carácter religioso. Lo cierto es que su construcción contó con el visto bueno del régimen impuesto tras la guerra de 1936.
Cuando se habla de símbolos y monumentos franquistas suelen pasar desapercibidas otras obras que fueron levantadas por orden del Ejército español en plena dictadura, concretamente entre los años 1944 y 1953. Se trata de los bunkers y casamatas, una especie de refugios de hormigón que forman una descomunal y compleja línea fortificada a lo largo de toda la cordillera pirenaica, desde Hondarribia hasta Port Bou, en Girona.
Estos bunkers forman la denominada militarmente Línea P., que hasta hace pocos años todavía era considerada un secreto militar. Dividía la frontera en 169 núcleos o centros de resistencia, cada uno de ellos con 60-80 bunkers conectados entre sí por trincheras o túneles. La dotación de cada núcleo era de 400-500 personas, lo que eleva a 70.000 el número de soldados encargados de defender la dictadura franquista frente a un posible ataque de los aliados.
En una época en que escaseaba de todo, la cúpula militar franquista no dudó en destinar ingentes recursos económicos y humanos a una obra tan colosal como inútil, ya que el proyecto se abandonó en 1953 sin haber sido utilizado jamás. Para construir un búnker se necesitaban 3,5 toneladas de cemento y cada nido de ametralladoras requería unos 100 kilos de hierro. Una auténtica fortuna fue enterrada inútilmente en los Pirineos.
La decisión de construir este faraónico y paranóico sistema defensivo fue tomada una vez que se había consolidado el régimen franquista, ya que temía la invasión aliada tras el final de la II Guerra Mundial. A pesar de la imposibilidad de defender unos 500 kilómetros de frontera con el Estado francés, el Ejército español planteó la construcción de miles de obras fortificadas para alojar ametralladoras, morteros, fusiles, cañones antitanques e incluso antiaéreos. Al mismo tiempo, estos bunkers servían como refugios para los soldados y para guardar víveres y munición.
Los primeros planes para construir esta línea fortificada datan de 1939, nada más acabada la denominada «Guerra Civil», pero las obras no comenzaron hasta 1944. En otoño de ese año, la infiltración de guerrilleros republicanos por diversos puntos de la cordillera pirenaica avivaron los temores de una invasión. A pesar de que el maquis pronto dejó de ser un peligro real para el régimen franquista, la construcción de bunkers y casamatas continuó hasta 1953. A mediados de esa década el Estado español volvió a ser admitido en la comunidad internacional con el ingreso en la ONU, y los trabajos de fortificación fueron abandonados.
Muchos de aquellos bunkers de hormigón han sido destruidos por la construcción de carreteras, pistas de esquí o urbanizaciones, pero cientos de ellos todavía permanecen en la línea fronteriza pirenaica, semiocultos, abandonados y, en la mayoría de los casos, llenos de basura.
El territorio navarro fue uno de los más fortificados por el Ejército franquista. Desde el monte Larrun hasta el Pirineo oscense, decenas y decenas de restos de hormigón perduran en los lugares más estratégicos, dominando collados y valles para vigilar a un enemigo inexistente. Ibardin, Lizuniaga, Gorramendi, Aldude, Urkiaga, Orreaga, Luzaide, Larraul... aparecen salpicados de estos bunkers franquistas, sin que ninguna institución se haya planteado todavía qué hacer con ellos.
de cemento se necesitaban para construir un búnker, y cada nido de ametralladoras requería unos 100 kilos de hierro. Cientos de ellos permanecen cerca de la muga de Nafarroa con Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa.
En lo que se refiere a Araba, quizás el símbolo más conocido de la última dictadura española sea el existente en la Catedral Nueva, que fue inaugurada por Francisco Franco en los años 60. A día de hoy, la entrada al Museo Sacro está presidida por un gran escudo franquista. Uno similar se conserva en la fachada del antiguo Palacio de Justicia, situado en la céntrica calle Olagibel.
Dentro del municipio de Gasteiz, la cruz del monte de Olarizu tiene en su base una inscripción en recuerdo de varios alaveses «caídos en la cruzada de la Guerra Civil», y aparece frecuentemente llena de pintadas. También queda algún vestigio franquista en viviendas construidas en época de la dictadura: en algunos portales de Zaramaga, Desamparadas y Coronación permanecen unas pequeñas placas metálicas con el yugo y las flechas que utilizaba la Falange Española. La calle Marqués de Estella, situada junto al edificio del Gobierno Civil, mantiene su nombre, probablemente, porque ha pasado desapercibido el hecho de que ese título lo tenía José Antonio Primo de Rivera, que lo heredó de su padre. A Ramiro de Maeztu, fusilado en noviembre de 1936, se le recuerda como «paladín de la Hispanidad y precursor de la España eterna» en la placa colocada en su casa natal (calle Ortiz de Zarate).
Los símbolos franquistas persisten también en otras localidades alavesas. Así, en Guardia una placa recuerda a Luis Rabanera, jefe del Requeté de Araba, con la leyenda «Salvador del Alzamiento Nacional».