«Una de las cosas más hermosas de la vida es la aceptación del límite»
actor y director
Su larga y comprometida trayectoria como actor incluye papeles cinematográficos inolvidables, como los interpretados en «Un lugar en el mundo», «La ley de la frontera», «Martín Hache» o «El viento». Ahora, a sus 71 años, y tras diez de ausencia de los escenarios teatrales, vuelve con una obra («El guía del Hermitage») que le sirve para encontrarse con la esencia de su profesión.
Txema GARCÍA | BILBO
Llega a nuestros escenarios con una obra en la que interpreta el papel de guía del museo del Hermitage (Leningrado), en los tiempos en que esta ciudad estaba asediada por los nazis. Una obra en la que el veterano y excelente actor argentino Federico Luppi se reencuentra con los escenarios.
¿Qué siente después de diez años de ausencia?
Para mí ha sido una forma de luchar contra las comodidades del fin de semana y, ante todo, de probar si todavía tenía mis ganas intactas y si el escenario me decía algo. Y, realmente, ha sido así: me he dado cuenta de que en estos diez años he ganado muchas cosas como actor pero, también, de que algunos aspectos de mi formación sobre el escenario estaban un poco oxidados. Es la eterna historia del actor, esa angustia con la que muere y que no es otra que tratar de ser auténtico o creíble, no vender mercadería averiada y evitar en todo momento, aunque sea con un serio esfuerzo, no dar gato por liebre. En definitiva, ha sido un reciclaje muy saludable.
¿Qué le atrae del teatro?
Creo que el teatro es una suerte de definición enferma del egocentrismo humano, y digo egocentrismo pero no egoísmo, en el sentido de que el ser humano necesita contar cosas a los demás exhibiéndose en una fugacidad terrible. Así, de las películas, por ejemplo, siempre queda una imagen de uno, un buen momento, la televisión rescata algún trabajo; pero el teatro, si no lo filmas, es muy difícil que alguien en el futuro diga qué pena, nunca lo vi. El teatro tiene de profundo, de verdadero y conmovedor que posee el mismo espesor finible de la vida. El actor de teatro existe solamente en cuanto está frente al público. En ese momento mágico, donde intentas crear relaciones y donde todo el mundo está allá dentro, uno tiene (quizá voy a exagerar demasiado) un feeling digamos casi religioso, como apostólico, uno se cree en ese momento como un misionero, como el dueño de una verdad que debe ser transmitida. A lo mejor esto es una pura fantasía mía, pero las fantasías también tienen cierta realidad. Así es como me siento en mi profesión.
¿Por qué esta obra, «El guía del Hermitage», para volver a los escenarios?
Porque no hay nada en la obra, ni siquiera en el texto, los diálogos o los personajes, que tienda a la superfluo. Habla de una situación extrema, el Leningrado asediado por los nazis durante 956 días en 1941. Fue lo más terrible de la historia bélica del mundo, un episodio perverso donde murió mucha gente. En aquella dramática situación, el Gobierno de la URSS decidió salvaguardar todas las obras de arte del museo del Hermitage y enviarlas a los Urales. Sin embargo, un guía de este museo (Pavel Filipovich), ya viejo y enfermo, decide por su cuenta hacer visitas guiadas con gente inexistente para ver cuadros que ya no están. Ese es el botón fantástico de la pieza, al decirnos que en épocas de tanta crueldad y perversidad no es posible vivir sin sueños.
¿Qué es, entonces, su personaje: un héroe, un loco, un idealista?
Creo que, como cualquier ser humano, tiene un poco de todo eso, aunque, en realidad, si nos acercamos un poco a la definición que hacía Camus del ser humano, diría que es un desesperado. La desesperación le lleva, sin embargo, a buscar lo mejor de sí mismo, a afincarse en un hecho puramente estético, revelar sus intenciones de creador de mundos diferentes, con los valores que eso tiene, y a transmitirlo a la gente. Tiene que también con que la muerte no sea solamente una aproximación temible sino, además, una especie de -como ocurre siempre con las fábulas- un viaje iniciático, que cuando sabes lo que hay que saber te mueres.
Con este pasado tan horrible que arrastramos ¿colocaría Federico Luppi al arte por encima de las ideologías?
Es que la ideología, como lo define el latinazgo, es un sistema lógico de ideas que después se emparentó, lamentablemente, con los intereses partidarios y los partidos políticos que, en la actualidad, ya no hacen ideología porque son cajas contables de votos y agencias de colocaciones. El arte, por suerte, en cualquier época y lugar, siempre estuvo más allá de las ideologías y las superó permanentemente. El arte nunca tuvo códigos que romper, sencillamente escapaba de los cinturones de castidad de lo hecho y de lo adocenado. Por esa razón, cuando aparece una película, una obra de teatro o una novela que te manda un mensaje ideológico, seguramente es mala. Está el famoso ejemplo de gente de ultraderecha que, porque el arte estaba en ellos hondamente arraigado, hicieron obras o novelas que superaban de lejos su propia pequeñez ideológica, caso de Ferdinand Celine, el propio Novokov, o tantos otros.
¿Cómo se ha acercado al papel de Filipovich?
Con mucha cautela. Intenté ver de qué manera no traicionar su espíritu, bueno, lo de siempre, mucho trabajo porque con una obra que está en cartel permanentemente si te descuidas un poco empieza a ablandarse y a descender por la pendiente de la costumbre, de la rutina.
¿Le ha servido la intuición, o más bien su larga experiencia como actor...?
La intuición es inherente al ser humano, en política, en el fútbol y en el arte. Ya lo dijo Kant en una frase genial: la inteligencia sin intuición no vale nada. Yo no tengo definiciones académicas demasiado precisas, desde Stanislawsky para adelante se ha hablado mucho de esto, pero aquí hay dos cosas importantes. Primero, tengo una edad en la que las condiciones de lo efímero se me hacen más patentes y más congruentes. Ya sé qué le pasa a un hombre de edad cuando tiene que caminar, beber, dormir o implementar, si puede, el sexo. Y también sé que a estas alturas, en general, uno tiene una muy larga cuenta pendiente con los fracasos, con las desilusiones, con los rencores, con las traiciones y con toda la gente, lo digo sin pudor, a la que tranquilamente hubiera mandado a la pared...
¿A quién se refiere con esto...?
Pues a los ladrones de sueños, de ilusiones, a los culpables de romper un país, de matar gente, de sumirlos en la más terrible miseria psicológica... Lamentablemente, el noventa por ciento de esos delincuentes están sueltos y eso a uno le coloca en el centro de esta eterna búsqueda del sentido de la vida. Así que todo esto me ha servido, de la misma forma que ahora uno sabe que lo que más se acerca a la definición de la vida es aquella excelente, profunda y aguda obra de arte, sea pintura, escultura, novela, o lo que fuere. Porque a veces uno, leyendo una obra, descubre aspectos de su vida que lleva toda la existencia intentando dilucidar, y de pronto ese artista o ese poeta te lo da en una frase.
En su fuero más íntimo, ¿con quién se siente más a gusto: con personajes «canallas» o con los comprometidos con su tiempo y sus semejantes ?
No tengo esa diferenciación interna. Yo creo que todos los personajes son todos interesantes y comprometidos, aun el torturador y el canalla porque, en definitiva, también expresan una faceta de lo humano. A mí lo que me gusta de los personajes es que tengan espesura humana y estén encuadrados en una historia creíble. Después está la otra parte, que es la más práctica, si lo puedo hacer, porque de pronto a mí me gusta un personaje literario enorme pero por ahí no me da el cuero.
¿Ha rechazado personajes que creía no poder hacer?
Si, porque una de las cosas más hermosas de la vida y más retributiva en el sentido anímico es la aceptación del límite, reconocerse uno en sus propias limitaciones. Es algo que no es fácil porque, además, cuando tienes veinticinco años te sientes como un Tarzán del universo pero, después, con el paso de los años, sabes que un montón de cosas quedan menguadas, y aparece esa terrible constatación de que sabiendo más, conociendo más, estás obligado, y esto es muy bueno, a hacer más con menos.
Título: «El guía del Hermitage». Premio de Teatro Kutxa Ciudad de San Sebastián 2003.
Autor: Herbert Morote.
Dirección: Jorge Eines.
Intérpretes: Federico Luppi, Ana Labordeta y Manuel Callau. Producción: Pentación.
Gira por Euskal Herria:
Hoy, Teatro Coliseo (Eibar), 20.30 h.
Mañana 27, Festival Internacional de Teatro de Santurtzi. Teatro Serantes, 20.30 h.
Domingo 28, Amaia antzokia (Arrasate), 19.30 h.
9 de noviembre, Festival Internacional de Teatro de Gasteiz. Teatro Principal, 20.30 h. Entradas agotadas.
16 y 17 de noviembre, Teatro Gayarre (Iruñea).