De entre las últimas películas que nos han llegado sobre el modo de vida nómada en las estepas de Mongolia, «La boda de Tuya» es la que más profundiza en el enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, en el peligro de desaparición que corren los últimos pastores mongoles. «La historia del camello que llora», «El perro mongol» o «Ping Pong mongol» eran fábulas sencillas y nostálgicas, mientras que «La boda de Tuya» opta por un realismo que refleja la dureza de un entorno hostil donde la supervivencia se hace cada vez más difícil. A las dificultades propias del pastoreo nómada se añade ahora la presión del Gobierno chino, que quiere imponer la industrialización en estas vastas extensiones a toda costa, provocando la desertización y el éxodo hacia los núcleos de población, por lo que los pastores acaban convirtiéndose en campesinos. Los intereses chinos se concentran en la riqueza de recursos minerales de la zona, incluido el petróleo.

«La boda de Tuya» es un homenaje a la mujer de las estepas, capaz de mantener a su familia viviendo en condiciones extremas, conduciendo los rebaños y con la casa a cuestas a la búsqueda de pastos. Tuya debe sacar adelante a sus hijos y a su marido inválido, después de que éste sufriera un accidente cavando un pozo para sacar agua. La situación obliga a la protagonista a recorrer grandes distancias kilométricas para abastecerse de agua, además de controlar un centenar de ovejas con su camello. Semejante esfuerzo sobrehumano empieza a pasar también factura a su salud, por lo que su vecino le aconseja que vuelva a casarse, a fin de que el nuevo marido pueda ocuparse de toda su anterior familia.

La llegada de pretendientes obligará a un elección sometida a condiciones tan peculiares como la de la aceptación de la poliandria, aunque el principal requisito es el económico. Sin embargo, el matrimonio con un hombre enriquecido por los negocios petrolíferos no terminará de resolver las cosas, debido a que la llamada de la tierra podrá más que cualquier intento de adaptación a las nuevas formas de desarrollo. Es una cuestión de fidelidad a un estilo de vida milenario, tan duro como lleno de libertad. Los intérpretes no son profesionales y experimentan algo que realmente han vivido, sintiéndose apartados a la fuerza de su origen.