La apertura del juicio oral contra el lehendakari Juan José Ibarretxe, dos dirigentes del PSE y cinco de Batasuna (cuatro de ellos ya en prisión) ha removido el limo del fondo de la política vasca. ¡Como si se tratara del primer juicio político que sufrimos los vascos!

Habrá quien quiera ver en el insólito hecho un intento de humillar a quien ha amagado con superar el corsé constitucional por parte de un grupúsculo ultraderechista encastillado en el alcázar del mal llama- do Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Y no faltará tampoco quien vea una operación de castigo contra un PSOE en tiempo de descuento electoral por su participación (necesaria y malintencionada) en el fracasado proceso de diálogo y negociación con ETA y Batasuna. El castigo correría en este caso de la mano de los mismos elementos ultras incrustados en el apodado TSJPV. Opiniones habrá, pues, para todos los gustos.

Y, sin embargo, lo que está fuera de toda duda para quien quiera ver las cosas como son -y no como le interesa a más de uno en estos tiempos de sprint hacia los comicios de marzo- es que la acometida tiene como principal objetivo dejar claro ante todo el mundo el alto grado de contaminación política y penal que sufre (y contagia) la izquierda independentista. Querrán, tal vez, humillar a Ibarretxe y dar un toque de atención al PSOE de Rodríguez Zapatero, pero no se engañen, lo importante es encarcelar, proscribir y, si pudieran, hacer desaparecer de la faz de la tierra a la izquierda independentista. Y ahí es donde se equivocan. Ahí está su error.

Pasarán los jueces del que llaman Tribunal Superior de Justicia del País Vasco y pasarán también los del antiguo Tribunal de Orden Público que ahora llaman Audiencia Nacional, pero el árbol de los vascos, el que riegan los independentistas con esmero y sacrificio, tiene raíces profundas y sanas. Lo suyo es un vulgar «pinus insignis», estéril y, además, trasplantado. Esa es su debilidad. Y ésa nuestra fuerza.