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Iñaki Uriarte Arquitecto

Las plazas en el Día Mundial del Urbanismo

Hoy es el Día Mundial del Urbanismo, proclamado en 1949 a petición del Instituto Superior de Urbanismo de Buenos Aires. Con tal motivo, parece oportuno sugerir algunas reflexiones sobre una de las creaciones humanas de uso público más arraigadas: la plaza.

Es un espacio abierto en el interior de un núcleo urbano que procede de la evolución del concepto agora en la antigua Grecia, donde se desarrollaba una confluencia de ciudadanos para el intercambio de noticias, opiniones y mercado. Posteriormente, en época del Imperio Romano, se establece el foro, un lugar rodeado de basílicas, templos, magistratura, negocios donde transcurre la vida cotidiana. Formal y simplificadamente será un patio rodeado de pórticos, escenario de múltiples funciones.

Genéricamente la plaza ha tenido dos modos de formación opuestos. En período medieval surge como un lugar creado de nuevo, un recinto en positivo, que posteriormente generará por sucesivas agregaciones una arquitectura circundante en función de su topografía y necesidades, formando una entidad espacial. Ya más recientemente aparecerá como un vacío en el interior de un núcleo construido, antes de su configuración, casi siempre por derribo de partes urbanas existentes. Proyectada con criterio de un tratamiento unitario de fachadas y amplio dominio de visuales, enfatiza alguna arquitectura por su representatividad, como un templo o ayuntamiento.

Es la creación urbana más social y, como tal, patrimonio público, más utilizada y significativa de un pueblo -en ocasiones de un barrio-, que perdura a lo largo del tiempo. Como construcción genuina vinculada a circunstancias geográficas y tradiciones locales tiene una gran variedad de formas: cuadradas, rectangulares, circulares, elípticas, trapezoidales, poligonales, triangulares o irregulares.

La plaza, que ya en su constitución como nuevo espacio supedita su forma a la función, ha tenido una intencionalidad artística y un contenido histórico, refleja en sus edificios circundantes una identidad muy representativa del municipio, de los poderes públicos, religiosos, económicos, gremiales, sociales o culturales.

Como legendario recinto de mercado, intercambio social y sede de hábitos compartidos que dan sentido a una colectividad, es el escenario de representación de la vida comunitaria con expresiones religiosas, ritos festivos y costumbres sociales que la particular historia de cada pueblo ha requerido y ha construido según sus posibilidades. Está muy arraigada en la población, que se familiariza con sus aspectos, detalles y circunstancias. Fachadas, tiendas, monumentos y elementos urbanos serán sus referencias emotivas y simbólicas. Posee puntos singulares, ángulos de entrañables vivencias personales frente a su grandeza espacial y, a su vez, amplios lugares de actos públicos que arraigaron profundos sentimientos privados. Es el espacio habitual en que se desarrolla públicamente la vida de las criaturas donde se crean parajes, imágenes y recuerdos imborrables en la vida de una persona.

Una plaza no es un recinto intocable. Puede evolucionar, especialmente para dotarle de mayor funcionalidad, pero siempre deberá hacerse con sensibilidad, en un contexto de autenticidad y aproximándose a su concepción original. Tampoco debe ser un lugar para realizar maniobras a la moda de un tiempo que, en su biografía, no es significativa.

Una de las amenazas para la configuración de una plaza es el impulsivo deseo de contemporaneidad, de practicar un ejercicio de diseño como muestra de vanguardia, para banalidad del proyectista y vanidad del político. Parece que hay que estar al día, aunque sea para poco tiempo. Como consecuencia se introduce con intencionalidad populista el concepto de «repletar», rellenar el recinto alterando su diafanidad espacial con múltiples objetos, inútiles y absurdos, o con un protagonismo inapropiado.

Quien deforma una plaza de sus elementos más sustantivos, los que aportan tradición y sentido, resta valores genuinos a la ciudad. La plaza emplaza al futuro desde un pasado, diferente en cada lugar. Quien no entiende el sentido de una plaza no comprende la ciudad.

Una de las más agresivas intervenciones es la construcción de infraestructuras bajo la misma. Su centricidad entre núcleos donde los edificios carecen de garaje y su amplitud ha sido codiciable para construir aparcamientos en su subsuelo. Cuanto más histórica es la plaza mayor es la incidencia y peores las consecuencias. A pesar de que los proyectos actualmente procuran crear un mínimo impacto, no expresan la realidad. Se engaña haciendo ver que se restituirá miméticamente, presentando perspectivas falsas donde no aparecen el repertorio de accesos, ascensores y ventilación que serán elementos discordantes. Son propuestas para resolver un problema social, pero habitualmente generan uno patrimonial y paisajístico. Como consecuencia se reurbanizará su superficie. Una tendencia reciente es la pérdida de monumentalidad, de eliminación de sus diversos niveles, estratos, escaleras, rincones, el traslado de elementos artísticos referenciales que poseen una lógica compositiva y belleza ornamental, lo que ocasiona la difuminación de su geometría y el carácter de recinto unitario.

No se comprende como una sociedad admite ser engañada en algo tan singular como una plaza sin castigar políticamente la prepotencia y modos tiranos de quienes la impusieron. El vecindario es ignorado hasta el día de la inauguración cuando se le convoca para obtener un refrendo popular. La participación ciudadana es despreciada. La reivindicación debería ser: no impedir, no imponer. En la actualidad asistimos a respuestas sin preguntas.

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