«Es tremendo pensar que sólo es documentable lo que los medios nos dictan»
fotógrafo
Tras exponer en Getxophoto, el fotógrafo bilbaino Ricky Dávila muestra en la Fnac de Bilbo el trabajo «Alakrana», que retrata en blanco y negro el proceso de construcción de un gran atunero en los Astilleros Murueta de Erandio. Formado en Nueva York, Dávila abandonó hace unos años el fotoperiodismo para dedicarse a proyectos más personales que combina con la publicidad.
Karolina ALMAGIA | BILBO
Aunque estudió Biología, la fotografía ha centrado la vida de Ricky Dávila (Bilbo, 1964). Se formó en Nueva York, en el International Center of Photography, donde trabajó como asistente de la fotógrafa Mary Ellen Mark. Se dedicó después al periodismo gráfico en Madrid, trabajando en diferentes medios, hasta que en 2000 empezó una etapa más dedicada a lo que él llama «documentalismo subjetivo». Premiado con el World Press Photo en 1994, actualmente alterna trabajos de encargo con proyectos personales. Influenciado por autores americanos como Willian Klein, Robert Frank o Avedon, el blanco y negro ha dominado su fotografía, aunque asegura que cada vez le gusta más el color.
La Fnac de Bilbo expone sus fotos sobre la construcción de un buque en la Ría de Nerbioi. ¿Cómo fue el proceso de trabajo?
Este es un trabajo singular porque, siendo un encargo, gocé de total libertad en la ejecución, gracias al dueño de la empresa armadora Etxebaster, que quiso hacer un regalo a sus clientes en forma de libro de fotografías. Estuve un año entero (2005) fotografiando la construcción del buque en los Astilleros de Erandio. Fue una golosina, porque ese paisaje de hierro tiene mucha belleza y el fundamento de lo que hago es poético, al menos esa es mi intención. Me alegra que se expongan las fotos porque, al ser de uso corporativo, no se habían visto en público.
También ha participado en Getxophoto.
Sí, ahí he expuesto cinco fotos de un proyecto muy largo en el tiempo, emprendido después de «Manila», mi anterior trabajo. Se llama «Ibérica» y es un inventario de retratos realizados en toda la geografía peninsular, que empieza a tener ya pequeñas salidas públicas como la de Getxo. En diciembre le voy a dar la forma de un libro y después va a itinerar por Latinoamérica.
¿Por qué abandonó el fotoperiodismo?
Creo que ahora mismo los periodistas ya no son dueños de los medios de comunicación. En los soportes dominicales imperan los insertos publicitarios y los contenidos quedan muy adocenados, todo ello invadido por la pandemia de las celebridades: en el fondo no hay voluntad periodística. La fotografía en los medios de masas está al servicio de contenidos muy banales. En fotografía documental hay gente buenísima trabajando, pero lo mejor se distribuye fuera de los mass media, en exposiciones, libros de autor, internet, etc. Lo que es tremendo es pensar que sólo es documentable lo que los medios de comunicación nos dictan; ellos están orientando la mirada del espectador a un espectro muy limitado y concreto.
¿Cómo se enfrenta usted a cada trabajo, qué es lo que busca sacar de sus fotografías?
Si estoy en un trabajo de expresión personal, no tengo otra intención que la de ahondar en mis propios preceptos. Soy rey de ese feudo, sólo obedezco a mi propia perspectiva. Es decir, si yo decido dedicar dos años de mi vida a fotografiar una capital como Manila lo hago para desarrollar un trabajo personal, aunque acabe siendo un libro, pero no tiene una pretensión divulgativa. Si estoy ante un trabajo de encargo, intento cumplir debidamente con ello. No tengo problemas en publicitar un dentrífico o un grupo musical cuando las cosas están claras.
¿Cuál es su código en la fotografía de expresión personal?
La cámara es un vehículo de expresión personal. Uno utiliza la cámara con voluntad de encuentro para explicar el dolor y la alegría de los demás, la suya propia... No lo sé, pero creo que si hay voluntad poética uno está obligado a dar respuesta a las preguntas fundamentales, que son las que llevan siendo nucleares en la cultura colectiva de la condición humana durante mucho tiempo: el amor, la amistad... preguntas a las que no tenemos respuesta, pero si uno tiene cierta pulsión poética la cámara al final lo capta. Lo bonito de todo esto es que es un ejercicio de elección personal, elegir la dirección en la que uno decide mirar... Con la cámara, lo que uno quiere que sea importante lo es, no lo que te dicen.
A la hora de retratar a una persona, por ejemplo...
La cámara en el fondo no es más que una excusa para establecer un diálogo. Y a todo el mundo le gusta ser escuchado. Depende de las preguntas que uno quiera hacer y de su voluntad de escuchar. En el retrato la cámara es un vehículo de exploración y descubrimiento, más que de reafirmación de las ideas que tiene uno del personaje. Yo retrato sin ideas preconcebidas, y tampoco utilizo la cámara para calificar o descalificar a la gente.