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Josebe EGIA

Los riesgos del género

Sexo y género son conceptos diferentes, aunque últimamente se utilizan como sinónimos. Cuando se habla del paro, por ejemplo, se habla del paro femenino y no del paro de las mujeres que es lo correcto. El sexo tiene que ver con nuestra condición biológica, nacemos hombres o mujeres en función de nuestra biología. El género, sin embargo, es una construcción social que pivota sobre el sexo, pero los valores que se desarrollan en función del mismo no se adscriben ineludiblemente a hombres o mujeres. Puede haber hombres que funcionan en femenino y viceversa, mujeres en las que predominan comportamientos masculinos.

Para ir desentrañando este binomio y, en este caso, hablar de la masculinidad, ha sido realmente interesante el congreso que Emakunde celebró la pasada semana en Donostia: «Masculinidad y vida cotidiana». Por él pasaron ponentes muy cualificados y, novedad reseñable, entre el público estaban bastantes hombres. Toda una novedad, a celebrar, en estos foros. Estamos hartas de reivindicar que la igualdad entre los sexos no es sólo cosa de mujeres, así que bienvenidos sean todos los hombres que se acercan a «nuestros» temas sin demasiados prejuicios.

Además, este congreso estaba especialmente dedicado a ellos. Se han tratado temas realmente importantes desde la perspectiva del género masculino. A mí, que disfruté con todas las ponencias -con alguna para disentir- particularmente me interesó mucho la ponencia que presentó Lola Ferreiro: gallega, doctora en Medicina y Cirugía, pero, sobre todo, experta como investigadora y profesora en temas de salud, sexualidad y género en diversas universidades y con varias publicaciones recomendables para quienes nos interesan estas cuestiones.

Lola nos introdujo en ese concepto de funcionar en masculino o femenino, como dos modelos de funcionamiento personal que implican dos estilos de sentir, pensar y actuar y que afectan a las relaciones que establecemos con nosotras mismas y con los demás. Atribuye al primero -en relación con la salud y la sexualidad- las características de heteroagresividad y egocentrismo frente a la autoagresividad y la abnegación femenina, claves que condicionan la igualdad entre los géneros.

Así, la autoagresividad se relaciona con la aparición de cuadros psicosomáticos, como expresión de la tensión acumulada -pero que quienes actúan en masculino no están dispuestos a reconocer- y la abnegación induce a la falta de autocuidado para volcarse en el cuidado de las demás personas. ¿Cuántas mujeres no se cuidan por cuidar al resto de quienes las rodean y al final terminan con el cáncer que le correspondía, en buena lógica, a quien convive con ellas?

Estas características, unidas al tabú, en el terreno de una práctica sexual satisfactoria, adquiere tintes surrealistas por lo que suponen de inhibición y/o represión de la libido. Conclusión por hoy: señoras y señores, hay que revisarse la masculinidad o feminidad con la que funcionamos.

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