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«Rosemary' s baby» y el estadounidense Ira Levin

Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

La semana pasada, mientras trabajaba en un asunto sobre Nueva York y el cine, entre las imágenes que me venían a la memoria brillaban las de «La semilla del diablo» de Román Polanski. La electrizante banda sonora de Krzysztof Komeda nos sitúa de un modo naif pero perturbador al mismo tiempo en el escenario donde dos jóvenes pretenden establecer su nidito de amor. Mediante la música y las imágenes de la ciudad de Nueva York la cámara nos lleva hasta el edificio de apartamentos Dakota. El lugar, de arquitectura gótica promete desde la misma fachada albergar historias nada comunes. Hasta allí nos guía con su cámara Polanski, utilizando a la aniñada Mia Farrow y al diabólico John Cassavettes como señuelos. Detalles muy sutiles parecen predecir el futuro que les aguarda.

Con un equipo técnico envidiable y un guionista como Richard Sylbert poseedor de la impagable habilidad para reducir el guión a una o dos metáforas visuales, la película, basada en la novela éxito de ventas de Ira Levin, lo tenía todo para convertirse en un éxito rotundo. Y lo fue. Pero no sólo por el taquillazo y las alabanzas de la crítica especializada, sino porque la cinta y su particular y nada evidente visión del mal nos acercaron hacia un cine nuevo que conectaba con el público pese al particular distanciamiento que Polanski proponía entre los personajes y el espectador.

Aun así, podemos decir que el autor de «El pianista» tuvo suerte y se subió a los hombros de un gigante. Él fue la mirada elegida para transformar en celuloide una gran obra de terror firmada por Ira Levin. Nacido en Manhattan en 1929, escribió siete novelas, la mayoría llevadas a la gran pantalla, otras triunfaron en Broadway. El autor de «Los niños del Brasil» comenzó a escribir para la televisión cuando todavía era un adolescente. Su primer éxito se produjo con la novela «A Kiss Before Dying», con la que ganó el primer premio Edgar. En sus escritos destaca la tensión que mantiene entre los acontecimientos de la vida cotidiana y esa delgada línea que separa la creencia y la duda. El neoyorquino se vio afectado en ocasiones por el efecto que tenían sus novelas en la difusión del ocultismo y el satanismo. «Me siento culpable porque películas como `El bebe de Rosemary' llevaron a títulos como `El exorcista' o `La profecía'» dijo en una ocasión. Considerado un maestro de las novelas de misterio, Levin recibió un segundo galardón Edgar en 1980 por «Deathtrap». Ha muerto, eso es algo mundano, cotidiano, pero lo increíble es que su obra sigue viva.

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