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Gloria Rekarte Ex presa política

Comparaciones peligrosas

No entenderán nunca que se decline la renuncia, que aún a costa de la propia vida, del sufrimiento, del dolor, se mantenga la coherencia

No es lo mismo. Aunque, inevitablemente, ante las noticias sobre Gotzone López de Luzuriaga, Joan Bidart, Bautista Barandalla, Ion Agirre, Marilo Gorostiaga o tantos otros que ponen de manifiesto la situación de los prisioneros vascos, en general, y de los que sufren graves enfermedades, en particular, la memoria nos juegue la mala pasada de llevarnos a Rafael Vera o a Rodríguez Galindo. A la premura y la exquisita delicadeza con que jueces, fiscales, médicos y juntas de tratamiento examinaron las presuntas afecciones que requerían su inmediata puesta en libertad y a la diligencia con que concluyeron que su excarcelación era inexcusable y urgente.

Una mala pasada, porque en el intento de comparar lo que no es comparable, corremos el riesgo de atenuar la realidad, que es casi como dulcificarla. Y dulcificada queda si nos limitamos a afirmar que las leyes funcionan con unos sí y con otros no, porque eso significa que al menos a ratos funcionan. Que a unos presos se les trata de un modo y a otros de otro, que quiere decir que mal está lo de las diferencias, pero a fin de cuentas, todos presos. O que hay una doble vara de medir, que quiere decir que mal o bien, pero se mide.

La excarcelación de Vera y Galindo no se debió a que la ley funcionara en este caso sí y porque así interesara. No funcionó. Se contradijo a sí misma tanto como se contradice al mantener en prisión a las presas y presos vascos con enfermedades incurables. Se deslegitimó a si misma en la misma medida. Lo que funcionó fue el trato de favor a los lacayos del estado cuando un leve descosido en la capa de inmunidad los llevó brevemente a la cárcel. Y Vera y Galindo sufrieron seguramente lo suyo. No debe de ser fácil pasar de tener la ley de su lado (que no es lo mismo que estar del lado de la ley) a encontrarse en una celda, ni aunque la cierren (si es que lo hacen) con lazos y aunque sea solo durante un ratico. Pero sí, es cierto que hicieron parecer que la ley funcionaba. Para la ocasión, pero funcionaba y asistimos a un exaltado despertar de las razones humanitarias que de normal hibernan ante las situaciones más sangrantes. Fin del espectáculo. Respeto a las decisiones judiciales. Los brevemente encarcelados y los encarceladores jugaron el mismo juego y se rieron juntos de casi todo. Y de casi todos.

También de las prisioneras y prisioneros vascos, de las condenas que deben cumplir, de las condiciones en que deben cumplirlas; de las y los que sufren enfermedades incurables, de los padecimientos de largos años en condiciones infrahumanas, de sus excarcelaciones reiteradamente denegadas. Quizás sobre todo, quisieron reírse de ellas y ellos. Lo intentaron porque no entenderán nunca que se decline la renuncia, que aún a costa de la propia vida, del sufrimiento, del dolor, se mantenga la coherencia. Que se mantenga la lucha, la reivindicación, la exigencia de los derechos y se rechace la claudicación, la triquiñuela, la oscura escapada por la puerta trasera. No lo entenderán, la dignidad, la integridad, la entereza les quedan muy lejos. Eso sí lo entienden, y les desata la rabia más ciega.

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