Jon Odriozola Periodista
Nadie pierde, oyes
Con los vasquitos no es muy diferente. Si algún deportista gana alguna medalla por ahí, aunque sea melanesio, pero lleve apellido vasco... ¡es nuestro! Es ridículo. Y más cuando una nación oprimida copia los peores defectos y taras de la nación opresora
Contrito y atrito, con los pies en una suerte de fulcro que anima un brasero de posguerra, feble y hético (que significa tísico), cada día que pasa más lúcido y, por tanto, más amargado (consúltese «El Eclesiastés»), hecho puro talco por dentro pero prístino en la fachada, acabaré este introito o zeugma, sin zollipos intolerables para el lector, con amagos de serventesios para ser fiel a mí mismo (hay quien lo llama principios), que debe de ser la última expresión del egoísmo razonable.
El mundo, según el calvinista canon capitalista, se divide en ganadores y perdedores (los marxistas decimos entre explotadores y explotados; los cristianos entre ricos y pobres y los anarquistas entre hijoputas y puteados). También entre burguesía y proletariado (algo que no descubrió precisamente Marx y menos la lucha de clases). Ocurre que, al parecer, ya no hay proletariado, acaso algún piojoso «antisistema», y menos «sujeto revolucionario». No hay nada que hacer. Todos devenimos -ahora se dice «derivamos»- burgueses, dizque ganadores.
Me pondré prosaico (esto es, hablaré en prosa). Quiero decir que veo la televisión. En especial los programas deportivos, lo mismo vascos que españoles, berdin da. Es algo que me divierte. No la estupidez humana, pues yo no soy Pío Baroja y ni ganas (de los pocos, por cierto, y esto lo envidio, que escribía como hablaba y pensaba, sin florituras), sino de los hooligans creadores de «opinión pública». Pondré algún ejemplo. Acabo de ver por televisión el recibimiento en loor de multitudes a un tenista de pasaporte español que acababa de perder la final del Masters de tenis en Shangai. Hablo a la pared y me digo: ¡joer, menos mal que perdió, pues si gana lo desmerengan! ¿Será que la gente está con los perdedores? Se homenajea al perdedor porque lo intentó y eso es ya mérito. Pero en España no hay perdedores (en los deportes, al menos; un militar español, hace poco, no fue elegido secretario general de la organización criminal OTAN, pero ¡un español estuvo en la pomada! Igual que Mr. Pesc Solana. Hace unos meses la selección estatal de baloncesto perdió la final del campeonato europeo ante ni me acuerdo quién. Pues bien, resulta que no, que España ganó. Se dijo así: ¡hemos ganado! Los macarras del micro decidieron que lo que vimos con nuestros propios ojos era un espejismo que nos engañaba: España no perdió, ganó. Vimos lo que vimos, pero no supimos mirarlo. Es el puro principio de indeterminación de W. Heisenberg. O, como lo diría antes G. Berkeley, la materia no existe fuera de nuestra mirada: será lo que yo percibo de ella, o sea, dicho llanamente, lo que me salga de los cojones. Paroxismo absoluto y, por supuesto, válvula de escape para estos elevadores de la moral del pueblo español que se ríen de él embruteciéndolo.
Con los vasquitos no es muy diferente. Si algún deportista gana alguna medalla por ahí, aunque sea melanesio, pero lleve apellido vasco... ¡es nuestro! Es evidente que por sus venas corre aunque sea un mililitro de sangre vasca. Es ridículo (salvo que el atleta esté orgulloso de su ascendencia vasca). Y más cuando una nación oprimida (como la nuestra) copia los peores defectos y taras de la nación opresora.