Hay cineastas independientes que cuando dan el salto a Hollywood saben adaptarse, consiguiendo sobrevivir creativamente dentro de la comercialidad sin perder su personalidad. Con el matrimonio formado por Shari Springer Berman y Robert Pulcini, artífices de la genuina película contracultural “American Splendor”, da la impresión de que no han sabido evitar ser domesticados por la industria. La decepción que causa la pareja de realizadores es extensible a la actriz Scarlett Johansson, como si quisiera darles la razón a sus detractores, al incurrir en sus peores defectos. Esta producción ha querido convertirla en una nueva Mary Poppins, pero resulta demasiado ñoña, más aún en los tiempos que corren. El tratamiento blando del personaje de la joven niñera perjudica a la sátira que debía de contener la película, a la que se ha comparado con “El diablo viste de Prada”. Pero no logra aplicar al mundo del servicio doméstico para ricos la misma enjundia exhibida con respecto al menos elitista ambiente de la alta costura.

La crítica clasista no funciona de ninguna de las maneras en «Diario de una niñera», empezando porque la protagonista es una niña bien, una verdadera pija, por más que se empeñe en cuidar al niño de una familia que todavía tiene un mayor nivel económico que la suya, cuando en realidad debería estar dedicada a sus estudios universitarios. Hay un masoquismo en ella que nunca se entiende, ya que soporta que la exploten sin necesidad de aceptar un trabajo que puede permitirse el lujo de rechazar en cualquier momento. El hecho de que le guste un fornido vecino, o que el malcriado niño del que se ocupa la chantajee emocionalmente con un «te quiero», no parecen puntos a favor suficientes como para soportar a sus estirados e insoportables jefes. Claro que, a las auténticas niñeras autoras del best-seller en que se basa la película, la negativa experiencia, a la larga, les terminó saliendo muy rentable. No así, a una versión cinematográfica que merece el fracaso cosechado.