Iñigo Urkullu dijo que su antecesor, «consciente de la tensión existente (...) tomó la mejor decisión para preservar la unidad del partido». Y esa decisión fue marcharse. Cabe suponer que Urkullu quería hacer un elogio de Josu Jon Imaz y de sus «ideas frescas», pero sus palabras podían interpretarse igualmente como un reproche por haberse convertido en manzana de discordia cuando lo que corresponde al presidente del EBB es adoptar «decisiones acertadas» y ejercer el «arbitrio en el debate».

Imaz tenía un buen currículo profesional y experiencia institucional, pero ningún bagaje en la gestión de la vida orgánica de partido. Cometió el error de querer cambiar el discurso oficial del PNV sin los apoyos suficientes para ello y sin tener reconocida la necesaria autoridad interna. En la práctica hubo pocos cambios. Lo de la transversalidad no lo inventó Imaz, la desarrolla el PNV desde siempre, pero disimulando. El mensaje políticamente correcto es que se hacen acuerdos con el PSOE «tapándose la nariz» y porque no hay otro remedio. Imaz intentó decir que había que acordar con el PSOE porque eso era un valor en sí mismo, y las bases jeltzales no quieren tanta sinceridad. Se ha visto en esta asamblea. En la práctica, aceptan levantar la incompatibilidad a medio EBB caso por caso, pero eso no se puede escribir como norma en la ponencia. Así es el PNV y así volverá a ser con Urkullu, con su «Euzkadi» con z y todo. La práctica y el discurso serán los convenientes y no necesariamente coincidentes. Urkullu sabe dónde nada y ahora toca estar con el lehendakari, no acuchillarlo en artículos de prensa.