ANÁLISIS Sobre el origen de los dialectos del euskara
Los «euskalkis» actuales tienen su origen en la Edad Media
Frente a la tesis tradicional sobre el origen de los dialectos del euskara, que los ha relacionado con las antiguas tribus que poblaron el territorio que hoy constituye Euskal Herria y con las distintas diócesis episcopales en que luego fue dividido, Koldo Zuazo defiende una bien distinta que, sin duda, sorprenderá a muchos lectores.
Koldo ZUAZO Profesor de Dialectología y Sociolingüística del Euskara en la Universidad del País Vasco
La primera mención de los dialectos vascos se la debemos a Arnaut Oihenart, historiador suletino del siglo XVII. Los relacionó con las antiguas tribus, por lo que diferenció cuatro dialectos: el de los aquitanos, hablado en Iparralde, el de los vascones, de Navarra, el de los várdulos, de Gipuzkoa y Araba, y el de los autrigones, de Bizkaia.
Al binomio «tribus-dialectos» establecido por Oihenart se le añadió un tercer elemento en el siglo XX: el de las diócesis eclesiásticas. Así, por ejemplo, en un artículo publicado por Serapio Mujika en la revista «RIEV» (1914-17) se decía que los límites de las diócesis guardaban relación con los de las antiguas tribus y que los modernos dialectos eran una reminiscencia de ello. Esa tesis fue recogida posteriormente por Julio Caro Baroja en dos libros que tuvieron una amplia difusión: «Los pueblos del norte de la Península Ibérica» (1943) y «Materiales para una historia de la lengua vasca en su relación con la latina» (1946). De ese modo, la idea de que los dialectos vascos son antiguos y que sus límites coinciden con las demarcaciones de las tribus y diócesis eclesiásticas logró una gran aceptación. Hoy día, sin embargo, se observa un escepticismo cada vez mayor.
Tribus y diócesis eclesiásticas
La hipótesis de la relación «tribus-diócesis-dialectos» tiene su mejor apoyo en la zona occidental: en Bizkaia, Araba y valle del Deba. Se dice que esa zona estuvo poblada por los caristios -no por los autrigones, como por error dijo Oihenart-, que eclesiásticamente constituyó la diócesis de Armentia, que luego se integró en la de Calahorra, y que en ella se hablaba un tipo de euskara similar.
También se cita a menudo el caso de Oiartzun-Hondarribia-Irun, pero ahí tenemos ya una contradicción, pues, si bien esa zona se supone que estuvo poblada por los vascones y se ha considerado de habla navarra, eclesiásticamente perteneció a la diócesis de Baiona, y no a la de Iruña, tal como en principio cabría esperar.
De todos modos, los desajustes son todavía mayores en otros lugares, por lo que habitualmente se silencian y se ocultan. Así, por ejemplo, el príncipe Bonaparte distinguió cuatro dialectos en Iparralde. Otros creemos que ese número es excesivo, pero en cualquier caso todos aceptamos que hay al menos dos dialectos: el suletino y el navarro-labortano. Pues bien, las provincias de Iparralde están divididas en tres obispados y, según parece, estuvieron ocupadas por una única tribu.
La relación «tribus-diócesis-dialectos» tampoco se cumple en Gipuzkoa y Navarra. Eclesiásticamente, la mayor parte de esas dos provincias estuvo encuadrada en un único obispado, el de Iruña. Sin embargo, estuvieron pobladas por dos tribus diferentes, la de los vascones y la de los várdulos y, desde el punto de vista lingüístico, se hablan dos dialectos principales, todo ello sin olvidarnos de las peculiares hablas de los valles navarros de Salazar y del Roncal.
En definitiva, no parece que las demarcaciones eclesiásticas sean una continuación de la antigua organización tribal y, de hecho, así lo ha demostrado Elena Barrena en «La formación histórica de Guipúzcoa» (1989), tomando como modelo el caso guipuzcoano. También Roldán Jimeno ha defendido un punto de vista similar en «Los orígenes del cristianismo en la tierra de los vascones» (2003).
No ha de olvidarse, además, que las diócesis eclesiásticas se constituyeron con posterioridad a la desaparición de las tribus vascas, por lo que sería mucha casualidad que pasados varios siglos pudieran reproducirse sus mismos límites.
El testimonio de la lengua
En 1981 se publicó un artículo de Koldo Mitxelena, «Lengua común y dialectos vascos», donde se hizo una breve mención al tema que nos ocupa. Defendió la tesis de que los dialectos no podían ser muy antiguos y presentó dos razones para ello:
1) El amplísimo número de características comunes a todos los dialectos, lo cual sería improbable si éstos fueran tan antiguos.
2) El elevado número de innovaciones comunes a todos los dialectos, hecho difícilmente explicable de ser antiguo el fraccionamiento dialectal. Por poner un ejemplo, las abundantes palabras provenientes del latín han seguido una evolución similar en todos los dialectos.
Basándose en esas razones, Mitxelena consideró que la fragmentación dialectal se produjo probablemente después del siglo VI.
Un análisis detenido de los dialectos vascos nos lleva a aceptar la propuesta de Mitxelena, pero creemos, además, que debe añadirse un tercer argumento: los únicos dialectos verdaderamente divergentes son los laterales, es decir, el suletino, el roncalés, el salacenco y el occidental. En los dialectos centrales las diferencias son escasas y no muy importantes, lo cual tampoco sería de esperar si los dialectos viniesen de época muy antigua.
Pero ha de tenerse en cuenta, además, que no cualquier tipo de divergencia sirve para demostrar la antigüedad de los dialectos. Principalmente es el número y la importancia de las innovaciones lo que nos dará una idea sobre su origen. Hemos de aclarar que llamamos «innovaciones» a aquellos cambios que se producen en el seno de la lengua. Por citar un ejemplo conocido de todos, el dialecto occidental presenta una innovación importante en los nombres de los días de la semana. Frente a los generales astelehena, asteartea, asteazkena, osteguna, ostirala, larunbata e igandea, en aquel dialecto se dicen ilena (también, y en una extensión muchísimo mayor, el común astelehena), martitzena, eguaztena, eguena, barikua, zapatua y domekea. En definitiva, cuanto mayor sea la cantidad y la calidad de las innovaciones, ello será indicio de que los dialectos pueden ser antiguos, mientras que, si ese número es reducido, ello será prueba inequívoca de que los dialectos son recientes.
Aplicando ese criterio a los dialectos divergentes arriba mencionados, vemos que las hablas de los valles del Roncal y de Salazar apenas tienen innovaciones propias, sino que, por lo general, se han abastecido del suletino y de otras hablas navarras de su entorno.
En el suletino sucede algo similar, pues muchas de sus innovaciones más importantes -la vocal ü, por ejemplo- no son autóctonas, sino de origen occitano. No hemos de olvidar que el occitano fue idioma oficial de Zuberoa y que hasta bien entrado el siglo XX muchos habitantes de esa región utilizaban o, al menos, entendían dicha lengua.
Nos queda, por último, el dialecto occidental, el cual posee, en efecto, un número considerable de innovaciones propias. Pero lo único que nos permite este dato es afirmar que los habitantes de esa zona han seguido un camino bastante diferenciado con respecto a las otras regiones vascas desde una época muy temprana.
El cuándo y el porqué del fraccionamiento dialectal
Al hilo de lo que decimos, cabe preguntar cuáles han sido los momentos y las razones que han originado la formación de los dialectos vascos. Digamos, para empezar, que la fisonomía de los actuales dialectos se hace ya patente en el siglo XVI, en el momento en que aparecen los primeros documentos escritos. Se formaron, pues, a lo largo de la Edad Media, probablemente de manera simultánea a como se fueron constituyendo las provincias vascas que ahora conocemos.
Por otra parte, dentro de la estructura del euskara observamos dos cortes importantes, también presentes para el siglo XVI. Uno que separa el euskara de las provincias de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa del de Iparralde y Navarra, y otro que separa el euskara de Iparralde del de Hegoalde. Tal vez la fragmentación del Reino de Navarra esté en la base de ambos hechos, pues fue a partir de entonces cuando las provincias de Lapurdi y Zuberoa, sobre todo, orientaron sus relaciones políticas y sociales hacia centros ubicados al norte de los Pirineos, mientras que Araba, Bizkaia y Gipuzkoa quedaron integradas en el reino de Castilla. La reordenación de las provincias vascas operada entre los siglos XI-XII pudo repercutir en la evolución posterior de la lengua y tal vez fue entonces cuando se dio el primer paso importante en el proceso de la dialectalización del euskara.
Otro paso importante se dio, con toda seguridad, entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XX. A mediados del XVIII surgió el dialecto literario guipuzcoano, en el siglo XIX tomaron cuerpo el vizcaíno y el suletino y en el siglo XX el navarro-labortano, lo que propició el distanciamiento entre los diferentes dialectos. El papel de Bonaparte y sus colaboradores en el siglo XIX fue también decisivo. Su afán por demarcar de una manera neta y clara las fronteras dialectales, subdialectales y aun las de aquellas hablas que él consideraba peculiares tuvo como consecuencia que dichas fronteras se ahondaran todavía más.
Desde 1960, aproximadamente, estamos asistiendo a un proceso de convergencia de los dialectos vascos, pero al mismo tiempo observamos que la distancia entre el euskara de Iparralde con respecto al de Hegoalde está aumentando a causa de la influencia de las dos lenguas oficiales que se hablan a cada lado de la frontera administrativa. También en Bizkaia se mantiene todavía viva la tendencia divergente, propiciada principalmente por aquellos grupos que desean promover un estándar vizcaíno en dicha provincia.
Los focos innovadores
Hemos señalado la importancia de las innovaciones a la hora de calcular la antigüedad de los dialectos. También habremos de fijarnos en ellas en el momento de llevar a cabo clasificaciones dialectales, pues es a partir del área que abarcan las innovaciones como se señalan los límites de los dialectos. Queda claro, por lo tanto, que su estudio resulta absolutamente fundamental.
Ha sido una historiadora, Elena Barrena, la primera en ocuparse del tema. En la obra antes citada, y basándose en los mapas lingüísticos de Pedro Irizar, propuso tres focos de formación de los dialectos y los situó en tres macizos montañosos: el Gorbeia, el Aralar y el Saioa, éste en el norte de Navarra.
En mi opinión, resulta difícil explicar los dialectos partiendo de esos focos y, además, no es en las montañas, sino en los núcleos urbanos, donde creo ver su origen. Yo, por mi parte, señalaré los cinco siguientes, dos de ellos antiguos y los tres restantes más modernos (hemos presentado algunos datos en apoyo de esta hipótesis en «Euskalkiak, Herriaren lekukoak» [2003]).
Entre los antiguos, uno parece estar en Navarra, seguramente en su ciudad más importante: Iruña. El segundo se sitúa en la zona occidental, muy probablemente en Gasteiz. El área de influencia de Iruña parece abarcar la Baja Navarra, Lapurdi, la zona oriental de Gipuzkoa y, aunque con menor intensidad, la parte oriental de Araba, además, naturalmente, de la propia Navarra.
El área de acción de Gasteiz parece extenderse, aparte de su provincia, a Bizkaia, valle del Deba, La Rioja y, con menor fuerza, a las comarcas del Urola y Goierri guipuzcoanos y a ciertos valles del oeste de Navarra; concretamente, Burunda, Lana y las Amescoas.
Como puede verse, el oeste navarro y el este alavés han participado de ambos tipos de influencias, lo cual es un hecho habitual y da origen a lo que se denominan «hablas de transición». De todos modos, queremos dejar claro que en toda esa zona parece haberse hablado un tipo de euskara similar, a pesar de pertenecer a dos provincias -y a dos reinos, Castilla y Navarra- y a dos diócesis diferentes. Con ello se demuestra que en la formación de los dialectos intervienen factores muy diversos, como, por ejemplo, las relaciones económicas, comerciales y sociales.
También quisiera señalar que, vista la silueta del euskara occidental, su núcleo ha de situarse necesariamente en Gasteiz. Si estuviera en Bizkaia, sería improbable que las innovaciones hubieran llegado al oeste de Navarra. La presencia de rasgos occidentales en el Goierri también se explica mejor partiendo de Gasteiz, pues no ha de olvidarse que ha existido una importante vía de comunicación que unía Araba con la costa a través del túnel de San Adrián. Además, los núcleos urbanos vizcaínos de la época medieval en absoluto pueden compararse con la importancia de Gasteiz.
Entre los tres focos innovadores más modernos, uno lo situamos en Zuberoa, que, como se ha dicho, ha sido la puerta de entrada de numerosas influencias occitanas. Su área de acción llega en ocasiones hasta el este de Lapurdi, así como a los valles navarros del Roncal y Salazar y, más débilmente, a Aezkoa.
El segundo lo ubicamos en Gipuzkoa, a lo largo de la importante vía de comunicación que ha unido y une Iruña con la costa, en torno a núcleos de población como Tolosa, Villabona, Andoain, Hernani y Donostia. Su radio de acción alcanza el norte del valle del Deba y los valles occidentales de Navarra, en concreto, Araitz, Basaburua, Larraun e Imotz. Con menor intensidad llega también al sur del valle del Deba, a las comarcas navarras de Bortziriak y Sakana, a la costa labortana y a la comarca vizcaína del Artibai (Ondarroa-Markina).
El tercero y el más moderno lo fijamos en la zona central de Bizkaia, en las comarcas de Mungialdea, Busturialdea, Txorierri y Arratia. Se ha desarrollado a partir del siglo XIX y sus principales agentes propagandísticos han sido los sacerdotes y los miembros de determinadas congregaciones religiosas, por lo general franciscanos, carmelitas y pasionistas. No ha alcanzado el valle del Deba y, sólo de manera muy atenuada, el valle del Artibai.
Llama la atención en el caso de Bizkaia la escasa incidencia de su capital, Bilbao. Son pocas las innovaciones que parecen haber surgido allí y ninguna de ellas ha alcanzado una difusión importante. Por citar un ejemplo, la pérdida de la -n final en las formas verbales de pasado (za, `era', en lugar de los generales zan/zen), que tal vez pudiera tener su origen en Bilbao, tan sólo se ha testimoniado en algunas pocas localidades de Uribe Kosta, próximas a la capital.
Más sorprendente resulta el caso de la costa labortana, donde, a pesar del arraigo de la literatura en euskara en el siglo XVII y su importancia económica y demográfica, apenas ha generado innovaciones lingüísticas dignas de mención. Tan sólo considero procedente de esa zona la utilización de verbos bipersonales en lugar de los tripersonales, en ejemplos como erran nau o galdegin naute, en lugar de los generales erran daut o esan dit y galdegin dautate o galdegin didate.
Éste es, de manera resumida, el camino seguido por los dialectos vascos. Un camino que al parecer se inició en la época medieval y que ha llegado hasta el siglo XXI. En el momento actual se observan cinco dialectos: a) el occidental, que se mantiene vivo en Bizkaia, en el valle del Deba guipuzcoano y en el valle alavés de Aramaio; b) el central, que, además de hablarse en Gipuzkoa, se ha ido extendiendo a los valles navarros de Araitz, Larraun, Basaburua e Imotz; c) el navarro; d) el navarro-labortano, que, además de hablarse en esas dos provincias, penetra en el noroeste de Zuberoa y en el valle navarro de Luzaide, y e) el suletino, que se habla también en una localidad administrativamente bearnesa: Eskiula.