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Los objetivos europeos poco o nada tienen que ver con las necesidades africanas

Allá por 1415, Lisboa contemplaba la partida de los primeros barcos camino del entonces «inexplorado» continente africano (en términos eurocentristas todavía no superados, ni tan siquiera en esta fase de la historia). El resultado: invasión y conquista, genocidio y más de quinientos años de colonialismo, segregación y saqueo. Algo que, para nosotros, siempre se ha identificado más con lo que ocurrió y sigue ocurriendo en el continente americano, pero que en África es aún más visible y palpable, a veces directamente (por gobiernos o multinacionales), a veces indirectamente a través de las consecuencias que siguen actualizándose día tras día.

Ahora, casi seiscientos años después, la Unión Europea anuncia a bombo y platillo su disposición a abrir una nueva era en las relaciones con el continente africano, a hablar por fin de igual a igual. El problema, su problema, es que su credibilidad está bajo cero, y esas palabras pretenden ocultar las verdaderas razones que han llevado a los hoy Veintisiete (estados miembros de la Unión) a organizar esta segunda cumbre UE-África.

Y precisamos que se trata sólo de la segunda cumbre con toda intención, ya que África sigue siendo el continente más olvidado por la «política exterior» europea.

Básicamente, y aún a riesgo de simplificar demasiado los objetivos de la cumbre, los europeos dicen que quieren hablar con sus homólogos africanos porque China les está comiendo la tostada (el mercado) en el continente africano. Desde la anterior (y primera) cumbre UE-África, hace seis años, China ha comprado petróleo y minerales, y el comercio entre Pekín y África supera ya los 50 billones de dólares por año. Europa es todavía el mayor socio comercial del continente africano, pero China ha apretado el acelerador. Incluso India está acercándose a esas cifras, y Estados Unidos también recluta nuevos aliados (económicos, como todos, pero muy especialmente políticos) en esta zona.

La consecuencia de todo esto es, como recordaba recientemente «The Economist», que África puede comenzar a elegir ya los amigos que desea tener.

Todo ello, en cualquier caso, ofrece una imagen de las relaciones internacionales ciertamente inquietante, no por novedosa, sino por añeja. Los europeos, claro, nos dirán que les preocupa la «invasión» china porque sus negocios en África no se complementan con la necesaria y muy europea inversión en términos de gobernanza y derechos humanos. Esta sarta de eufemismos no despistará al avezado lector de la verdadera naturaleza de los celos europeos ni, por supuesto, de la naturaleza de los intereses chinos y del resto del mundo en el continente africano. De hecho, cuando aluden a China los europeos esgrimen habitualmente la cuestión de los derechos humanos, pero al referirse a Africa reducen sin rubor las exigencias sobre esa misma cuestión (de la que no son adalid ni enseña, por mucho que nos lo quieran hacer creer) cuando de hacer negocio se trata. En ese ámbito sobran los ejemplos.

Ahora, la UE promete abrir en parte el mercado europeo, pero el presidente de la Comisión de la Union Africana, Alpha Oumar Konaré, ya ha restado credibilidad a esa promesa al denunciar que los europeos están tratando de cerrar nuevos acuerdos comerciales con los países africanos utilizando los esquemas de la época inmediatamente post colonial. Konaré considera que los africanos deben negociar unidos y con una sola voz, y que para ello deben escuchar a la sociedad civil africana, e incluso a la diáspora. Parece obvio que la protección y futuro desarrollo del aparato económico de muchos países africanos está en juego.

En Lisboa veremos cómo la UE viste la necesidad de cerrar acuerdos comerciales más estrechos con los países africanos asegurando que con ello persigue fomentar la integración africana, pero los africanos (muchos de ellos, al menos) son conscientes de que la intención europea de concluir acuerdos por separado fomenta precisamente lo contrario, la desunión de un continente que si trabajara más unido perdería sin duda menos.

La Unión Europea, como siempre, prometerá contribuir al desarrollo africano al tiempo que tratará de justificar, edulcorando al límite sus palabras, el cierre de sus fronteras exteriores a la inmigración procedente de la región más pobre del planeta.

Por eso, entre otras cosas, suenan tan huecas las palabras del primer ministro portugués, José Socrates, cuando afirma que se trata de una cumbre entre iguales. Si buscan Acuerdos de Asociación Económica, África exige que sean justos, pero la UE sigue intentando aprovecharse de que el proyecto de integración (Unión) africana sea todavía más un boceto que una realidad consolidada. Desgraciadamente, la página colonial aún no se ha cerrado del todo. Urge, por lo tanto, recuperar y rediseñar la experiencia de los Países No Alineados y relanzar un verdadero panafricanismo que supere la herencia y las fronteras impuestas por el proceso de descolonización; un proyecto endógeno que respete la diversidad natural, étnica y cultural del continente, por encima de fronteras ajenas a su realidad; un proyecto genuinamente político -ni meramente comercial-económico ni puramente político- realizado para África y desde África. En definitiva, una verdadera unión de pueblos africanos. Algo en lo que la Unión Europea no puede dar lecciones a nadie.

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