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Jesus Valencia Educador social

Amanecer en noche oscura

No hablaré de España y de Francia, estados que no existían cuando Navarra ya era un reino y que medraron avasallando pueblos e invadiendo naciones. No aludiré  al Estado de las Autonomías basado en la separación de poderes; sólo los embaucadores reiteran estas zarandajas que los convierten en vasallos pero les permiten vivir como reyes. No abundaré en el infinito grado de falsedad que caracteriza al PSOE;  la historia más reciente da fe de las gruesas engañifas que ha protagonizado («sé magnánimo haciendo promesas que no piensas cumplir»).

En estos días dolorosos, tampoco redundaré en las miserias del PNV; experto en verborreas hipócritas con las que aparenta condenar lo que previamente ha consentido; guardaespaldas de los españoles para que ejecuten sin sobresaltos las barbaridades ya consensuadas (hasta la no intervención de la Ertzaintza en las recientes redadas ha sido pactada por tratarse de atropellos descomunales). Haré una referencia perpleja a ELA, tan largo en decires y tan corto en haceres. ¿Tan poco dolor le provoca la condena criminal de personas conocidas, paisanas y, hasta ayer, vecinas? ¿Su rabia, si es que la sienten, no les pide algo más que un pobre gesto simbólico? ¿Tan rígido es su protocolo que no admite el coraje solidario si no está ajustado a tiempo y forma? ¡Cuánta semejanza con el formalismo institucional! EA y NaBai, en el supuesto de que tuvieran voluntad, carecen de margen de maniobra; son esclavas del pacto antiterrorista que acordaron en enero. ¿Cómo van a movilizarse contra esta barbaridad si la asfixia a la izquierda abertzale entraba en el paquete de medidas que acordaron con Rubalcaba?

Prefiero hacer un elogio de los últimos cautivos. Pero, ¿cuáles son? Tenía en mente a los condenados del 18/98 y he sabido de una nueva razzia contra la juventud vasca. Mujeres y hombres, nietos y abuelos, casi niños y casi ancianos… Da igual. Todos cargan sobre sus espaldas un mismo e indeleble delito: creer en la soberanía de su pueblo y trabajar tenazmente para hacerla posible. Proclamo a bastantes de estas personas como entrañables amigas; a otras muchas, como conocidas; a todas, como compañeras. ¿Somos muchos? ¿Somos pocos? Somos los que somos y tenemos lo que tenemos: nuestra fe inquebrantable en un pueblo que sobrevive a tantas persecuciones; el dolor intenso y compartido, prueba irrefutable de nuestro compañerismo probado; el testimonio ejemplar de vuestra generosidad y honradez, perlas fáciles de identificar y difíciles de destruir.

La noche es oscura como la cárcel, la separación, la venganza o la cobardía. Implacable y rigurosa pero no definitiva. Brilla en ella el resplandor inapelable de quienes no habéis claudicado y que, al otro lado del muro, seguís viviendo con intensidad. Alguien que os conoció en el juicio, al apreciar vuestra entereza, dijo que Euskal Herria parecía ser la tierra de la gente honesta. En lo que respecta a vuestra categoría humana y política, no se equivocó. La camaradería salva distancias pero no basta. Al menos nosotros, haremos todo lo posible para que prevalezca la cordura, regreséis a vuestras casas y se restablezca la convivencia.

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