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Jon Odriozola Periodista

Instrucciones para un diálogo

A Elkoro, Otegi, Arenas, etc.

Contra toda clase de sindéresis,para entablar un diálogo no es preciso saber el número de personas -y menos el sexo- que se sientan en unas sillas alrededor de una mesa. El requisito esencial es que sean más de una, esto sí. Y que las personas no sean sordas ni besugos. Tampoco importa que llueva o granice o salga el sol por Antequera; esto es irrelevante, salvo que alguno de los presentes sea poeta y se vea acometido por un súbito ataque de inspiración, con lo cual se interrumpirá el diálogo hasta que el vate consume su arte y diga «ya está». Primero la estética y luego la levedad de la «política», señores.

Lo fundamental para que el diálogo fructifique son las sillas y la mesa. El resto es aleatorio. Por ejemplo, que el suelo esté enmoquetado o alfombrado. Lo interesante es que haya piso, suelo, ¿no es cierto? Tampoco se atentará contra la ley de la gravedad de modo que se evitarán tentaciones levitatorias. También resultará secundario el color de las paredes o que algún cuadro cuelgue de ellas. Esto distrae. Y podría ofender, caso de haberlo, a algún daltónico. La conversación podría derivar en algo tan lamentable como que algún curioso haga la pregunta tópica: entonces, si usted no distingue los colores, lo verá todo en blanco y negro, no? Esto podría causar un conflicto, pues se corre el riesgo de que el interpelado se tire al cuello de quien hizo la pregunta fática (según Jakobson). Alguien inquirirá por la bebida para refrescar los gaznates mientras se parlamenta. No tiene por qué ser agua (salvo que haya cámaras): se puede ingerir alcohol. Y, por supuesto, se podrá fumar, pero, ojo, y esto es importante, no se discutirá sobre si el tabaco deberá ser «negro» o «rubio» ni la vitola de los cigarros puros: hay libertad. También se antoja ridículo enfrentarse por el tamaño, color, grosor o diámetro de los ceniceros. Incluso se puede tirar la ceniza al suelo impunemente, pero con alguna elegancia, pues existe un dispositivo de limpieza preparado para estos eventos. Por descontado, impera la libertad de atuendo como cumple en un Estado de derecho. Cada individuo puede puede ir ataviado según le plazca y guste. Item más: ellas -es una alternativa- pueden ir en bragas y ellos en gallumbos, pues ello no impide hablar ni platicar.

Y ahora vamos al busilis de la cuestión,a lo transcendental: las sillas y la mesa. Se recomienda una mesa (no cama) redonda, artúrica,por la sensación de igualdad que proporciona al carecer de aristas y anfractuosidades. Y que esté ayuna de manteles, salvo los posavasos, para que parezca que allí no se está «cocinando», sino dialogando. Es indiferente que la mesa sea de madera de roble, pino o caoba, mientras no sea una mesa-camilla surrealista a lo Breton o Duchamp. Es preferible que, si llueve, no haya paraguas, de modo que, como dice la copla, todos se mojen como los demás, que es lo democrático. Las sillas serán convencionales, es decir, de cuatro patas y no art-decò ni giratorias. Si alguno es paticorto, se dispondrá de cojines color esmeralda para subsanar este desequilibrio de la madre naturaleza. Cada quince minutos será obligatorio esbozar una sonrisa. El hielo se puede romper así: ¿fuma o trabaja?

Esto es todo por hoy. Seguiré consultando las «Instrucciones para subir una escalera» del cronopio Julio Cortázar.

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