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Un filme pone en evidencia el peso de la historia en la relación chinojaponesa

Mientras China se esfuerza por mantener vivo el recuerdo de la masacre de Nankin, de la que el jueves se conmemoró el 70 aniversario, un cineasta japonés se ha propuesto convencer al mundo de que tal hecho histórico jamás sucedió. El pasado sigue estando muy presente en las relaciones chinojaponesas.

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Hiroshi HYYAMA y Kyoko HASEGAWA | AFP

Son varias las películas que se han estrenado este año con ocasión del aniversario de la masacre de Nankin, que comenzó el 13 de diciembre de 1937, cuando el ejército japonés invadió la ciudad, que entonces era la capital de China. De entre todas ellas, la que más repercusión internacional ha logrado ha sido «Nankin», producción china con apoyo de Hollywood dirigida por Simon West.

En contrapartida, el realizador japonés Satoru Mizushima ultima un filme titulado «La verdad obre Nankin», primera entrega de una trilogía destinada a «probar» que la masacre jamás existió. «Yo estoy absolutamente convencido de ello -afirma el director-. Las denuncias al respecto no aparecieron hasta el proceso de Tokio», el juicio al que fueron sometidos los principales dirigentes del ejército imperial tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, conocido como «el Nuremberg japonés».

China, que no duda en comparar las atrocidades del ejército japonés con el Holocausto promovido por los nazis, afirma que fueron alrededor de 300.00 los civiles masacrados en Nankin. Durante el proceso de Tokio, los aliados barajaron la cifra de 140.000. Aunque Japón ha pedido oficialmente perdón por los crímenes cometidos en su nombre, jamás ha dado una cifra oficial de víctimas. Pero desde finales de los 90 ha aumentado el número de los japoneses que, como Mizushima, creen que la masacre de Nankin no es más que «propaganda china». «Chiang Kai-shek -argumenta el cineasta, en referencia a quien entonces era el presidente de la República China- ofreció alrededor de 300 conferencias de prensa en el curso de los once meses inmediatamente posteriores a la toma de Nankin. Se quejó de que Japón había hecho esto, de que había hecho lo otro... y, sin embargo, jamás se refirió a Nankin; ni una palabra». En ésta y otras «pruebas» se basa Mizushima para argumentar que la masacre jamás tuvo lugar.

Un cierto número de políticos japoneses también han comenzado a «revisar» la historia de ese periodo. Por ejemplo, el antiguo primer ministro, Shinzo Abe, que dimitió en septiembre, suscitó la polémica evitando pronunciarse sobre la legitimidad del proceso de Tokio, promovido por los norteamericanos. Su abuelo fue detenido, pero no condenado por crímenes de guerra.

Mizushima, en cambio, ha adelantado que, en su filme, los japoneses condenados por crímenes de guerra, entre ellos el general Hideki Tojo, serán ensalzados como «mártires que aceptaron el sacrificio para salvar a la patria». «Cuando vea el filme, la gente comprenderá que Hitler y Tojo eran totalmente diferentes», dice Mizushima, en referencia al sobrenombre de «Hitler japonés» con el que los norteamericanos tildaron en más de una ocasión al veterano general. Unos norteamericanos que, asegura el cineasta, también están interesados en alimentar el mito de la masacre de Nankin, para desviar la atención sobre la atrocidad que ellos cometieron con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

Los recuerdos dolorosos dejados por la invasión japonesa de China continúan envenenando las relaciones entre ambos países vecinos. Hace dos años y medio, en abril de 2005, una ola de manifestaciones estalló en China y decenas de miles de personas se manifestaron indignadas ante los consulados japoneses para protestar contra la nueva ola de «negacionismo» de hechos históricos. Las relaciones chinojaponesas conocieron entonces sus horas más bajas desde el reconocimiento diplomático mutuo en 1972. Los chinos estaban indignados por las repetidas visitas del primer ministro japonés del momento, Junichiro Koizumi, al santuario Yasukuni, dedicado a la memoria de 2,5 millones de soldados japoneses, entre ellos, algunos condenados por crímenes de guerra. Tras aquella crisis, ambos países convinieron en esforzarse para rebajar la tensión de raíces históricas. Una de las medidas que tomaron fue la constitución de una comisión para que un equipo chino y otro japonés revisen conjuntamente la historia.

Shinichi Kitaoka, director del equipo japonés, hace notar que, según un sondeo reciente, el 83% de los chinos (y el 71% de los coreanos) sienten rechazo por los japoneses, algo que está íntimamente relacionado con un pasado no tan lejano. «Muchos piensan -dice Kitaoka- que Japón no ha pedido perdón por las atrocidades cometidas por los militaristas en el pasado. En realidad, los miembros del Gobierno lo han hecho repetidamente, pero el problema es que, a pesar de ello, hay muchos japoneses que niegan que existieran atrocidades como la masacre de Nankin, y, como los `negacionistas' japoneses suscitan la atención de los medios, los chinos piensan que no están absolutamente arrepentidos de la agresión. En contrapartida, muchos japoneses, nacidos después de la guerra, se sienten injustamente atacados cuando se les piden responsabilidades por algo en lo que ellos no participaron».

Kitaoka cree que se trata de un «círculo de odio que hay que romper», y el estudio conjunto de la historia puede contribuir a ello. «Sé que no se puede cambiar completamente la percepción que cada uno tiene, pero estoy convencido de que se pueden reducir las diferencias», afirma. En su opinión, «los políticos deberían concentrarse en el futuro y no en el pasado; la historia debe dejarse en manos de los historiadores».

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