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Luis Beroiz Padre de torturado

Carta a Olentzero

Como puedes comprobar, la noria de la represión, que nunca cesó de dar vueltas, ahora lo está haciendo a una velocidad desacostumbrada ¿Qué debe hacer una chica o un chico que ha sido torturado hasta la extenuación y tras años de aislamiento en prisión se prueba que no es autor de lo que se le imputa?

Empezaré confesándote que me caes bien: colorado de muchos vinos, barriga de buen yantar y fumador empedernido, es, sin embargo, tu buen talante el que me anima a hacerte partícipe de unos sucesos que están, este fin de año, regalándonos un inmerecido dolor.

Ciñéndome exclusivamente a un círculo muy próximo, querido carbonero, primero fue la detención de Aitor Torrea, chaval majo, entero, sin suerte en sus dolencias, amamantado cabe los riscos de Urdirotz. Su delito: pelear con todas sus fuerzas por recuperar la identidad euskaldun de aquellos valles. Acto seguido, vino el arresto de Xabi Otero, 18/98. ¿Motivo? Ninguno, salvo el hecho de ser consecuente y coherente con sus legítimas convicciones. Sin tiempo para reponernos, nos llega, cinco años después, la citación para que nuestro hijo comparezca en un nuevo juicio en Madrid, el séptimo, el 24 de enero, a pesar de haberles ridiculizado, o quizás por eso, en las seis comparecencias anteriores. Y ahora, con versiones tan tendenciosas como contradictorias, el secuestro de Gorka Lupiañez, torturado vilmente en arrestos anteriores, amigo, chaval noble y querido por todos, absuelto de todas las acusaciones e imputaciones que hasta ahora se le habían hecho... «Los gritos, las amenazas, los golpes, los insultos, las posturas forzadas, se suceden durante horas. Me soban el cuerpo, me meten la mano bajo el chándal. Me obligan a hacer flexiones, simulan que me violan. Me ponen algo en la cabeza, que suena clic...». Es sólo una pequeña muestra de la denuncia interpuesta contra Policía Nacional y Ertzaintza. Entonces a Gorka le prometieron venganza por no prestarse a ser su confidente. Veremos qué nos cuenta tras su paso por los calabozos de la Guardia Civil.

Como puedes comprobar, la noria de la represión, que nunca cesó de dar vueltas, ahora lo está haciendo a una velocidad desacostumbrada. Los a sí mismos llamados socialistas, con la imprescindible colaboración de los a sí mismos llamados nacionalistas y de sus adláteres de NaEz, están extremando sus acometidas, en una actuación clara de guerra de exterminio.

Te pregunto, barbudo txapeldun, ¿qué debe hacer una chica o un chico que ha sido golpeado hasta blanquear sus uñas, manoseado, violado con dedos y palos, humillado hasta el llanto, torturado hasta la extenuación por crueles funcionarios y que luego, tras años de aislamiento en prisión, se prueba que no es autor de lo que se le imputa? ¿Cargar el trabuco y tomarse la justicia, ésa que los jueces le han negado, por su mano? Estas preguntas yo se las vengo haciendo desde hace cinco años a madres cuyos maridos votan popular por inercia, socialista por idiocia y nacionalista por nepotismo, obteniendo unas respuestas tan horribles, piensan en sus hijos, que yo me abstengo de reproducir, pues alguien pudiera interpretar que son cábalas mías y no testimonio de las interrogadas.

¿Tú has visto alguna vez en el bosque animales que torturen a otros de su o de otra especie? Matar, matan. Eso lo admite todo el mundo. Sobre todo, para defenderse o marcar el territorio. Pero torturar nunca, ya que la tortura es todavía más irracional que la muerte y ellos lo saben.

Cuando pregunto a las madres si su espeluznante receta la aplicarían sólo a la persona del torturador, te dicen que no, que tan merecida como ellos la tienen sus jefes, los forenses, la canallesca que les justifica y oculta, y los magistrados que archivan las denuncias sin investigación alguna.

¡Ah! Que no se nos olvide el regalo. Cuando bajes del monte, me vas a traer un diccionario. Porque aquí se tergiversa el significado de palabras sencillas como violencia, democracia, estado de derecho o terrorismo y la gente traga, aunque cada vez menos. Lo comprobé cuando, hace unos días, asistí a una manifestación a favor de nuestros derechos y no cabíamos en las calles bilbainas. Eramos tantos que tampoco cabríamos en las cárceles de todo el Estado. Me sorprendió la dignidad y determinación reflejada en el rostro los participantes. El eslogan más coreado, al no sernos concedida otra alternativa, fue: ¡Borroka da, bide bakarra!

Seguida a esta manifestación se convocó otra en Madrid. Aunque menos sincera y más oportunista que la nuestra, intuíamos que sería más numerosa, pero resultó un fracaso total. ¿Fallaron el bocata y el billete gratuitos? Más lógico es pensar en un desprecio que, por fin, las gentes de bien han comenzado a dedicar a sus electos. Por una razón muy sencilla, y es que no se les eligió para acabar con la organización armada, ya que su desaparición no eliminaría el conflicto, sino para negociar el ofrecimiento de paz que nuestro pueblo les hace, como atestiguaron todas las encuestas durante la tregua.

Permite, antes de acabar, que te pida algo para mis amigos. Para Asun y Juanito, los aitas de Aitor, mucho ánimo, porque estos túneles tienen salida. Para Marisa, compañera de Xabi, mucha entereza. A nosotros no nos traigas nada, pero, a cambio, para unos amigos que primero exigieron la desaparición de la Audiencia donde en enero juzgarán al chaval, pero que luego apoyaron y respaldaron con su firma a los jueces que le van a interrogar, me traes un pesebre con fondo de espejo, para que contemplen su faz de vendidos cada vez que les toquen a fajina. Y para Lutxi y Juanra, los aitas de Gorka, paciencia y audacia para mantener su orgullo de padres y la cabeza siempre alta. Todos sabemos qué hijos nos llevan, pero desconocemos qué hijos nos devuelven.

Y para los demás, ¿qué te podría pedir yo? Suerte, tráeles mucha suerte, ya que nadie puede garantizarles que no vayan a beber de este agua infecta. Y tú ten cuidado. El día que desciendas del bosque con nuestras peticiones procura esquivar los controles, que no te detengan. La pipa cargada, el saco a la espalda, tu raro lenguaje, ¡hasta los calcetines y abarcas pueden ser indicios suficientes para que sospechen y te consideren no ya del entorno, sino del mismísimo núcleo! Yo, en cuanto deje las teclas, pondré un zapato en cada balcón. No nos falles, barrigón.

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