Cuando el espacio Schengen separa a eslovenos y croatas, antiguos «hermanos yugoslavos»
La entrada de Eslovenia en el Espacio Schengen complica la vida de los trabajadores eslovenos y croatas, antiguos «hermanos yugoslavos», al ver cómo se están reforzando los controles fronterizos y se procede al cierre de puntos de paso que no hace mucho fueron partes integrales de la antigua Yugoslavia.
AFP
Ven, ¡eso es Schengen!», se aflige Bostjan Dzanic mientras señala a una nueva verja de púas que cierra, de la parte eslovena, la pasarela de madera que hasta ahora le permitía cruzar el río Kupa para viajar a Croacia, cerca del pueblo de Kuzelj. Unos kilómetros más al oeste, el pequeño puente de carreteras de Gasparci ha quedado cancelado por una barrera tricolor, y Bostjan no ha obtenido el pase que impone Schengen. «A partir de ahora debo hacer un rodeo de 30 kilómetros en coche para visitar a mi hermana en el otro lado. Mi madre es croata, mi padre es esloveno, y aquí la frontera no tiene sentido, los dos pueblos son hermanos», sentencia el joven.
De acuerdo con el pliego de condiciones del Espacio Schengen, al que va a incorporarse junto a otros siete otros países de Europa del Este y Malta, Eslovenia, miembro de pleno derecho de la Unión Europea (UE) desde el 1 de enero de 2004, aceptó suprimir o cerrar decenas de puntos de paso en su frontera con Croacia.
Un cambio que provoca malestar en la vida cotidiana de una región donde, a uno y otro lado, se hablan dialectos muy cercanos y donde la vida económica y social sigue estando vinculada íntimamente por el Kupa, un río que sólo se convirtió en frontera con la independencia, en 1991, de estos dos antiguos componentes de la República Federativa de Yugoslavia. El pueblo de Kuzelj, que se comparte a los dos lados del curso fluvial, obtuvo con carácter excepcional que su puente sigua estando abierto al libre paso de los habitantes que residen en un radio de tres kilómetros, eso sí, debidamente dotados con un permiso especial. «La iglesia y la panadería están del otro lado.Pero cada vez hay más controles y al menor incidente se terminará esto del puente », teme Stanko Sustanic, un médico de unos cuarenta años originario del pueblo. «Va a ser necesario mostrar los papeles para ir a la misa», ironiza, por su parte, su vecino Franz Poje, agricultor.
«¡Están reconstruyendo el Muro de Berlín!»
Los controles ya han aumentado. Eslovenia, que para su entrada en el Espacio Schengen modernizó los 25 puestos-frontera «internacionales» y los 35 puestos locales con Croacia, también ha reclutado a 1.885 policías especialmente encargados de patrullar a lo largo de los 670 kilómetros de frontera. En total, para garantizar la seguridad del trazado, 190 millones de euros han sido librados por Bruselas y más de 300 millones por Liubliana.
De la parte croata, en Delnice, el restaurador Bozidar Mance exclama: «¡Están reconstruyendo el Muro de Berlín y gastan sumas desorbitantes para separarnos!».
Liubliana, con todo, se esforzó en ablandar un régimen que tanto la ciudadanía como los dirigentes de los dos países quieren creer que no será más que una anécdota histórica, hasta que Croacia concluya sus negociaciones de adhesión a la UE el próximo año, con el objetivo de su integración en 2011. «Tenemos buenas relaciones con Croacia y no perdemos de vista que está en la vía de acceso a la UE y, por tanto, de una posible entrada en el Espacio Schengen», explica a AFP el ministro esloveno de Interior, Dragutin Mate.
Por razones prácticas y para no alimentar un sentimiento antieuropeo en Croacia, Eslovenia obtuvo en setiembre de la Comisión Europea que los croatas puedan seguir pasando la frontera con un simple carné de identidad combinado con un volante que debe sellarse. «Hay tantos trabajadores croatas que trabajan en Eslovenia, o incluso en Italia, que con un sistema de pasaporte habría sido necesario cambiar de documento cada tres meses», destaca el ministro.
Según estadísticas oficiales, alrededor de 55 millones de personas cruzan cada año la frontera croato-eslovena que separa a las dos ex repúblicas yugoslavas.
Durante las últimas semanas, no sólo han sido eslovenos y croatas los que se han visto sorprendidos con el incremento de los controles fronterizos. Cuando la mayoría de la ciudadanía de Polonia, Bielorrusia, Ucrania, Hungría... o de la propia Rusia creían que el «telón de acero» había caído para siempre, se han encontrado con la realidad que marca la «política de seguridad» de la UE.
Aunque el Espacio Schengen no coincide con el mapa de la Unión Europea, uno y otro son las dos caras de una misma estrategia. La UE está reforzando sus límites externos, incluso a costa de malgastar miles de millones de euros en construir instalaciones fronterizas.
De este modo, la ampliación de la Unión únicamente conlleva el desplazamiento de sus muros, mientras Schengen pone cada día más trabas al libre tránsito de las personas por las fronteras «interiores».