El ciclo vital
«El bosque de luto»
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
La realizadora japonesa Naomi Kawase obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de este año con «El bosque de luto», pero la crítica internacional se mostró dividida ante una película muy oriental en su concepción y filosofía. Y eso que, en apariencia, el argumento tiene no pocas coincidencias de partida con el clásico «Fresas salvajes», donde Ingmar Bergman se ponía en el lugar del anciano que contempla su vida pasada antes de enfrentarse con la muerte cara a cara. Claro que los rituales funerarios que aparecen en esta otra película, así como toda la simbología relacionada con el tránsito hacia el más allá, pueden resultarle extraños al público occidental. El bosque representa la posibilidad de la armonización final entre el ser humano y la naturaleza, puesto que el ciclo natural de las cosas se basa en la transición de una estación a otra, con los árboles que mudan sus hojas con la llegada de la primavera, aunque el otoño parezca anunciar su deterioro irreversible. Dicho renacimiento es expresado por la cineasta de una forma poética, que conmoverá a unos y, tal vez, no conecte con los que prefieran la acción narrativa a la contemplación.
La joven Naomi Kawase se siente muy identificada con el tema de la vejez («Embracing» o «Katatsumori»), que ha abordado en profundidad en un par de documentales anteriores, debido a que fue criada por sus abuelos. De todos modos, en «El bosque de luto» hace una contraposición entre lo viejo y lo nuevo, al emparejar al octogenario protagonista con su cuidadora, una chica joven que trabaja en el asilo como voluntaria. Ella decide, por su cuenta y riesgo, llevar en su coche de paseo al anciano, hasta que se pierden en el bosque del título y es ahí donde comienza una aventura fuera del tiempo, llena de magia, de laberintos existenciales y de los grandes misterios sin respuesta.