Mikel Arizaleta Traductor
Socialistas españoles
Y vosotros, Gobierno, jueces, forenses, aparatos policiales, medios... ¿queréis condenar, tenéis el valor de pedir la ilegalización de algún partido que no sea el PSOE, por no condenar la violencia?
Ainicios del siglo XI, Pedro Damián, tras tildar al papa Honorio II, al tristemente famoso Cadalo, de «obispo de la mentira» y de «Vesubio que viertes llamas del infierno», le escupió a la cara una frase que incluso a finales de 2007 suena aterradora: «O dass Du nicht geboren wärest oder alsbald stürbest...» (¡Ojalá no hubieras nacido, ojalá te murieras lo antes posible!).
Los socialistas españoles os habéis convertido en desecho, habéis pisoteado derechos arrancados por vuestros antepasados a los explotadores de la tierra. He leído páginas bellas de obreros socialistas en las inhumanas minas de hierro de Triano (Bizkaia). Pero aquello es pasado. Hoy sois brazo de explotación, gente vendida, mentirosos consumados, atajo de torturadores.
No os fue suficiente crear y atizar al GAL desde la ejecutiva del partido, desde el poder central, desde el Gobierno de Felipe González; habéis engordado y cebado la tortura en nuestro pueblo.
Es el caso de Gorka Lupiañez Mintegi, detenido por la Guardia Civil, caso amparado por Gobierno, jueces, forenses, medios... Su testimonio, este mismo mes, es aterrador, tortura de vergüenza, de degradación, bestialidad extrema.
Lo terrible es que el PSOE español de hoy es capaz de hacer esto sin sonrojo y clamar la ilegalización de otros no por torturar con sus propias manos, como ellos, sino por no condenar la violencia de otros grupos. Sois escupitajo y pura checa. Estáis a la altura de los bestias más bestias que conoce la historia.
He aquí un relato de inhumanidad y miseria: «Nada más llegar a la Dirección General de la Guardia Civil, me llevaron a un cuarto», cuenta Gorka, «me desnudaron y me pusieron un antifaz, con el que estuve hasta ser trasladado al juzgado (...) En día y medio me habían obligado a realizar miles de flexiones. A la vez me golpeaban en la cabeza con algo que podría ser un listín o con una porra de algún material como goma. Con los golpes, veía como luces. Me ponían una bolsa en la cabeza y me metían dentro de ella humo de tabaco. Me la cerraban hasta provocarme asfixia. Los interrogatorios eran continuos. Casi no pisé el calabozo el tiempo que estuve allí (...). Había momentos en los que contestaba a las preguntas con cosas incoherentes. Pienso que era por la falta de aire».
Tras esas primeras 36 horas, en las que también relata cómo le colocaban una manta doblada sobre el cuerpo y le daban puñetazos a través de ella, comenzaron a aplicarle «la bañera, además de las cosas que ya me venían haciendo. Me ataron en un colchón de espuma y me metieron la cabeza en agua helada. Luego empezaron a hacerme lo que ellos llamaban `aguapark'. Decían que se lo habían enseñado los israelitas. Consistía en que me tumbaban en un colchón, me sujetaban los pies, los brazos y la cabeza, y me echaban agua con una manguera, en la boca y en la nariz. Cuando ya no podía aguantar, me tiraban un balde de agua a la cara y me ahogaba (...) Estando desnudo me obligaban a ponerme con los brazos abiertos. Me tiraban baldes de agua muy fría por encima. Como temblaba, decían que era el `ángel nervioso'. Aproximadamente cuando sería el segundo día y medio, entre hacerme el `aguapark' y el `ángel nervioso', me pusieron a cuatro patas en el suelo y trataron de meterme un palo por el culo. Como no pudieron hacerlo, me tumbaron en el suelo boca arriba, me sujetaron, me levantaron las piernas, y en esa posición me metieron el palo. En algún momento me pusieron atado en un colchón, me sujetaban un cable en el dedo gordo del pie izquierdo y otro en la mano derecha atado con celo. Oía el ruido de descargas eléctricas, pero no sentía nada».
Lupiañez afirma que la médico forense le visitó todos los días, pero que no le contó nada sobre el trato por miedo: «Cuando salía de la habitación, de nuevo me ponían el antifaz y me desnudaban. Me preguntaban qué había dicho a la médico (...). Me arrancaron mucho pelo del lado izquierdo de la cabeza». Además, explica que hizo tres declaraciones policiales que estaban preparadas. «Me llevaron de nuevo a un cuarto donde estaba alguien que no había intervenido en los interrogatorios de los días anteriores (...). Me ató los testículos y el pene con una cuerda y se puso a estirar. También me estiraba con la mano. En un momento empecé a sangrar del pene».
Y vosotros, Gobierno, jueces, forenses, aparatos policiales, medios... ¿queréis condenar, tenéis el valor de pedir la ilegalización de algún partido que no sea el PSOE, por no condenar la violencia?