Raimundo Fitero
Contentos
No entiendo mucho de protocolo, pero si en una fiesta de cumpleaños le hubiese dicho a mi padre, «querido patrón, como nos gusta llamarte a mí, y a mis hermanas», no me hubiera dejado acabar y me hubiera amargado el brindis gritando, «el burro delante para que no se espante». Pero como nos lo difunden por los medios de comunicación en la más exhaustiva campaña de legitimación monárquica emprendida en muchas décadas, todo vale, porque si al erario estatal le ha costado bastante formar a un príncipe para que sea alguna vez rey, no le han enseñado educación, y aunque esté llamado por la genética a llevar una corona, lo que pide la cortesía, incluso el buen ambiente fraterno, es ponerse al final de la frase, que no desmerece ni quita jerarquía ni dote.
Ni en el más desmesurado de los culebrones se le ocurre a ningún personaje ponerse por delante. Pero en la monarquía española, la que ahora tiene hasta una letra horripilante para un himno, todo parece estar permitido. Desde el autoritarismo, la censura y secuestro de una revista de humor, como la mala educación, asunto que es bastante más grave si cabe que lo anterior, porque al fin y al cabo, las monarquías son errores históricos que tienen soluciones rápidas y expeditivas, pero la mala educación en la representación solamente nos lleva a que una locutora de televisión cambie de peinado y se convierta en una noticia televisiva.
Sinceramente, viendo la letra del himno aprobado, tan insultantemente casposa, viendo el afán de los medios de comunicación estatales, privados, afiliados y adheridos para intentar mantener a la monarquía como un bien supremo, se puede entender el alto consumo de estupefacientes en la sociedad española, el abrazo mortal de una mayoría suficiente a las programaciones televisivas más desnudas de rasgos inteligentes y que como consecuencia nos traerá la petición en manifestación jerárquica para pedir la coronación inmediata de Raúl, el futbolista que mejor cantará el himno. Y haciendo los coros el señor de las cloacas y sus jueces estrellas. Y los otros palmeros que estuvieron cenando que se aprendan el estribillo para la próxima ocasión.